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Robert Escarpit: "El escritor debe ser primero periodista"

"El buen escritor debe ser periodista primero, porque es la única forma de aprender que lo sagrado, es la comunicación y que el texto es algo secundario". Robert Escarpit, director del' laboratorio en Ciencias de la Información y Comunicación de Burdeos, pretendió ayer definir con estas palabras el papel del escritor actual dentro de la sesión dedicada al escritor, el libro y el público en las II Jornadas de Sociología de la Literatura, que desde el pasado miércoles se celebran en el Centro Cultural de la Villa de Madrid. En el coloquio moderado por Escarpit intervinieron José Vidal-Beneyto, José Luis Abellán, Octavio Uña, Orlando Carreño y Valentina Fernández Vargas.

Robert Escarpit, que durante los últimos 25 años ha estado dedicado a la comunicación, resumió sus criterios sobre los tres puntos señalados en el programa (escritor, libro y público) contando la siguiente anécdota: "Por circunstancias de, la guerra, coincidí un día con Paul Valéry. Teníamos que pasar tres horas juntos. Yo estaba inicialmente impresionado, porque no sabía de qué podríamos hablar tanto tiempo. Resultó que él tenía hambre, y pasamos las tres horas enteras hablando de arenques. Esto me sirvió para aprender que siendo un poeta extraordinario, era un hombre ordinario, con los mismos problemas físicos que cualquier otra persona".

La lección que Robert Escarpit. aprendió ya para siempre es que el escritor no puede sustraerse a su condición humana y que la forma de vida puede influir definitivamente sobre la creación de un autor. Ya puesto a desacralizar, Escarpit añadió que muchas de las grandes obras literarias de la historia se han escrito por necesidad.

José Vidal-Beneyto, catedrático de Sociología de la Cultura, habló después sobre el impacto que las nuevas tecnologías pueden suponer sobre el libro convencional. En su opinión, son dos formas de comunicación para las que hay espacio suficiente, y añadió que considera retrógrado el criterio de los que se oponen al uso de las pantallas, ya que éstas ofrecen nuevas posibilidades de información.

En el mismo sentido se pronunció Robert Escarpit al decir que "la pantalla es parte de una nueva cultura, y no pienso que se esté produciendo una lucha entre el libro y la pantalla". Añadió que lo que está cambiando sustancialmente es la relación del libro con su autor, porque mientras que antes el escritor se limitaba a entregar su obra a un editor, ahora, como creador profesionalizado, se ocupa de la tipografía, de la ilustración y de todo lo relativo al producto final con el que se va a encontrar el lector.

Robert Escarpit precisé que, en estos momentos, el servicio de las nuevas tecnologías se limita a ofrecer de manera rápida todos aquellos datos cuya localización en los manuales supone la pérdida de horas y horas de trabajo. "Este servicio es muy interesante porque, no nos engañemos, los índices que se incluyen en la mayor parte de las obras no suponen que éstas hayan sido leídas por el autor.

El aspecto sociológico de la literatura, y de la cultura en general, fue abordado por Valentina Hernández Vargas, socióloga, que expuso una densa relación de acontecimientos ocurridos durante el período más representativo de la cultura franquista: desde 1940 hasta finales de los 50.

Esta etapa, calificada por la autora de la investigación de irracional y retrógrada, se caracteriza por la salida en bloque de 2.300 intelectuales que en 1939 emigran a América. "Los que se quedan sufren años de cárcel, depuraciones o deciden establecer los más fuertes niveles de autocensura".

Para ilustrar esta etapa, Valentina Hernández recurrió en numerosas ocasiones a la revista Ecelesia, donde en 1951 se publica que de 150 obras literarias producidas en ese año, el 60%. fue puesto fuera de la circulación por su contenido. Otro ejemplo de la situación es que en esos años no se traducen obras extranjeras al castellano porque se considera una iniciativa contra el régimen. "En el Ateneo", explicó, "sólo podía leerse a Marx y Engels en alemán, porque suponían que nadie conocía idiomas extranjeros. Fueron años en los que las librerías de viejo fueron un reducto cultural, porque el régimen prohibía nuevas ediciones, pero desconocía las antiguas".

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