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La irresponsabilidad en el poder

En los días inmediatamente posteriores a la invasión norteamericana de Granada era dificil escribir con objetividad acerca de una acción tan mezquina. Es cierto que el hecho se inscribe puntualmente en el currículo de Estados Unidos y en la personal cosmovisión del presidente Reagan, y hasta puede decirse, como suele acontecer con los malos actores, que era un gesto previsible. No puede negarse, sin embargo, que tomó al mundo de sorpresa. Después de todo, a los medios occidentales les cuesta convencerse de que el Departamento de Estado, además de sus gambitos geopolíticos, posee y ostenta una voracidad casi irracional. No obstante, después de esta última proeza será obligatorio llamar a los próceres norteamericanos por sus nombres y no por sus seudónimos, aunque éstos sean libertad, derechos humanos y autodeterminación de los pueblos.Si hay algo que los norteamericanos saben hacer a la perfección es su autopropaganda. No hay como ellos para vender su propia imagen. Piénsese por un instante que Estados Unidos es la nación que a lo largo de toda la historia y a lo ancho de todo el planeta ha invadido más países independientes y soberanos. Y éste es un recuento hecho por analistas norteamericanos, y no por los del Tercer Mundo, que ya han perdido la cuenta. Hunos, romanos y mongoles (por no mencionar todas las gestas asoladoras y colonialistas que en el mundo han sido) quedan opacados frente a la noción expeditiva de las relaciones exteriores mostrada en los hechos por estos filibusteros democráticos del siglo XX. Si William Walker (que en el siglo pasado invadió Nicaragua y hasta se proclamó su presidente) era un pirata convicto y confeso, los Truman, los Nixon, los Johnson, los Reagan se diferencian de aquel pionero en que son convictos pero no confesos. Y es precisamente el esquema publicitario el que les ha impedido decir la verdad y toda la verdad, como la gente de Hollywood suele perjurar sobre la Biblia, por supuesto que con el adecuado maquillaje para que no se les note el último rubor.

Sólo una propaganda excepcionalmente hábil es capaz de cubrir con un manto de olvido las hazañas de Hiroshima y Nagasaki y de lograr que en cada nuevo aniversario de esas masacres fijera de serie se hable del crimen sin nombrar al criminal, se enumeren los terribles efectos en los aún sobrevivientes de la bomba y, en cambio, se omita mencionar a Truman, que dio la orden letal y estaba orgulloso de su coraje, no asumido en carne propia, claro, sino en llaga ajena.

Sólo una publicidad científicamente desarrollada puede hacer que la opinión internacional (aun la mejor dispuesta) hable de la actual amenaza de invasión de Nicaragua como si se tratara de la primera intentona, cuando en realidad los norteamericanos ya han invadido ese país cuatro o cinco veces en el pasado. En todos los aniversarios de las invasiones soviéticas a Hungría y Checoslovaquia funciona sin fisuras y a nivel mundial el coro bien entrenado de los medios de comunicación, pero ninguno de estos poderosos voceros derrama media lágrima ni profiere un tercio de lamento en los respectivos aniversarios de la ocupación de Guantánamo, del despojo territorial a México, de la invasión de Bahía de Cochinos o del desembarco de los consabidos marines en la República Dominicana. Cuando el Departamento de Estado le reclama al régimen sandinista (que ha prometido elecciones para 1985) la inmediata instauración de una democracia representativa olvida que en la propia historia de Estados Unidos median 13 años entre la declaración de su independencia y la elección y asunción de su primer presidente constitucional.

El rubro, propaganda

Es probable que en materia de misiles Estados Unidos y la URSS estén virtualmente empatados y que, en consecuencia, la próxima guerra haya de resolverse, como en el fútbol, por medio de penaltis. Es, en cambio, en el rubro propaganda donde los norteamericanos derrotan masiva y decisivamente a los soviéticos, que en esa materia tienen una

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torpeza casi antediluviana. Los soviéticos no saben publicitar ni siquiera lo que hacen bien, en tanto que los norteamericanos suelen convencer a buena parte de la opinión pública de que sus mayores atrocidades son espléndidos gestos democráticos. Sólo así se explica que, según las encuestas, el 65% de los estadounidenses apoyen a Reagan en su decisión de invadir Granada. Aun enfrentado a ese porcentaje ominoso, no me resigno a admitir que ese pueblo sea ciego, estúpido o egoísta. Bastantes muestras ha dado de su coraje, de su inteligencia y de su creatividad. Pero ¿alguien le habrá explicado a ese 65% que la población completa de Granada cabe en un solo barrio de Nueva York y que la superficie total de la islita es nueve veces menor que Rhode Island; o sea, el más pequeño Estado norteamericano?

Pocas horas después de la invasión, The New York Times opinaba que "para liberar Granada de algunos verdugos locales, y tal vez de los cubanos, Estados Unidos ha definido su deber y su seguridad en términos que lo hacen aparecer como un matón paranoico". ¿Es posible que un 65% de norteamericanos considere una proeza heroica tan descomunal ejercicio de poder sobre una isla que cabe 27.000 veces en el territorio de Estados Unidos? Aunque Margaret Thatcher monte en cólera, la verdad es que a Reagan, a pesar del idilio malvinense, le importa tan poco la Commonwealth como el common sense.

Reagan o la irresponsabilidad en el poder

Tengo la impresión de que esta vez le será un poco más dificil a la tecnología publicitaria construir una convincente explicación del desaguisado. Lo intentará, sin embargo; y de todas maneras será interesante tomar nota de por qué el derribo por los soviéticos de un avión espía con pasajeros civiles fue un crimen horrendo y, en cambio, el bombardeo norteamericano de un hospital para enfermos mentales sea apenas un explicable error; y también por qué la invasión de Afganistán fue tan abominable cuando la de Granada es simplemente "una acción efectuada a tiempo". También será interesante observar si todos los países que no fueron a las competencias olímpicas de Moscú como rechazo a la invasión de Afganistán serán coherentes y dejarán ahora de concurrir a los Juegos Olímpicos de Los Ángeles como repudio a la invasión norteamericana de Granada. Es claro que los marines ocuparon Granada sólo para liberar a sus queridos compatriotas, en cumplimiento de una consigna novedosa: "Yankee ,come home". Por eso, una de las medidas más sensatas que deberían adoptar los países del Tercer Mundo sería la expulsión preventiva de todos los norteamericanos residentes en su suelo y no permitir el ingreso de ningún otro. De esa manera no se correría el peligro de que los marines acudieran a rescatarlos.

Muchos periodistas fueron detenidos en Granada por las fuerzas de ocupación, y a otros les fue prohibido el acceso a la isla. O sea, libertad de prensa, ma non troppo. Pero uno que pudo escribir (Patrick E. Tyler, del Washington Post) con todos los permisos debidos suscribe el asombro de Reagan frente al número de armas ligeras que había en Granada: 4.050 rifles usados, 2.500 carabinas también de segunda mano, además de pistolas y granadas. El estupor llega a su como cuando menciona la existencia de 12.600 uniformes militares, 25.000 pares de medias y 6.300 cinturones, cascos y botas. Ahora sí se justifica la invasión: 4.500 rifles y 2.500 carabinas estremecen a cualquiera, y es lógico que Reagan haya enviado 10 barcos de guerra (incluyendo un portaviones), 70 aviones y 15.000 hombres. Vayan tomando buena nota los otros países del Tercer Mundo: los ejércitos dependientes deberán equiparse sólo con hondas (¡pobre Goliat!), arpones y machetes, y sobre todo sepan que el uso de medias, cascos, uniformes, cinturones y botas será considerado subversivo.

¿Hasta cuándo se quedarán? En Guantámano llevan 80 años y hasta ahora no han escrito ni un párrafo de autocrítica. En los primeros momentos de esta visita a Granada dijeron que se quedarían, cuando mucho, una semana; pero ahora la versión oficial es que permanecerán "hasta bien entrado el año próximo". Según los cables, las putas de Saint George's están encantadas con la presencia de los marines, pero eso sólo será creíble cuando lo confirme el presidente Reagan, con un nudo en la garganta, en su próxima conferencia de prensa. Si aquella cálida recepción es convalidada, adquirirán trascendente significado las palabras del vicealmirante Joseph Metcalf en el sentido de que la invasión fue una "operación absolutamente soberbia".

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