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365 en el Kremlin

La mala salud de Andropov congela su apertura política

El desastre del 'jumbo' surcoreano, punto negro del primer año de mandato del dirigente soviético

Cuando, el 12 de noviembre de 1982, Yuri Andropov era nombrado secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) -sólo un día después de que se hiciera pública la noticia de la muerte de su antecesor-, algunos observadores pensaron que los 68 años del nuevo líder lo convertían forzosanícnte en un político de transición.

Pero su rápida llegada al poder hacía prever, en cualquier caso, profundos cambios políticos en las altas instancias del poder. Un año después, Andropov sigue encabezando un Politburó (máximo órgano del PCUS y Gobierno de hecho del país), que es prácticamente el mismo que dejó su antecesor: el máximo rival de Andropov, Constantin Chernienko, de 72 años, sigue siendo -al menos formalmente- el número dos.

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De las escasas promociones habidas durante el último año, sólo parece atribuible a Andropov la llegada al secretariado del Comité Central del que durante- muchos años fue responsable del partido en Leningrado -Grigori Romanov, 60 años-, que se colocaba, así, como delfin, al simultanear los dos títulos -miembro del secretariado y del Politburó- que, según una norma no escrita, son necesários para aspirar a la sucesión del líder.

La otra promoción de cierta importancia que se ha dado durante la era Andropov ha sido la del azerbaiyano Gueidar Aliev, quien llegó a la titularidad del Politburó días después de la muerte de Breznev. Sin embargo, el tiempo ha hecho creer a muchos que este ascenso estaba ya previsto por el anterior secretario general del PCUS, y -que sólo difícilmente puede ser considerado Aliev como producto político del propio Andropov, a pesar de que ambos hicieron parte de su carrera en el Comité Estatal de Seguridad (KGB).

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A niveles intermedios de la jerarquía de poder se ha visto algo más el cambio: según cálculos occidentales, una cuarta parte, aproxiniadamente, de los jefes de departamentó del poderoso aparato burocrático del Comité Central han sido relevados.

En una proporción similar se espera que cambien también los responsables regionales y locales del PCUS, cuyos cargos serán sometidos a elección el próximo mes de marzo (en las últimas elecciones para alos órganos intermedios del partido, en 1980, sóío un 5% de los dirigentes tuvo que ceder su puesto). Ya en agosto, Pravda, refiriéndose a estos coinicios, hizo una significativa defensa de la necesidad de la autocrítica.

En el Ejecutivo, la era Andropov ha cambiado también a muy pocos hombres: casi siempre, los relevados eran viceministros que, en la mayor parte de los casos, eran sustituidos por sus inmediatos subordinados, con ejemplar respeto al escalafón. Sólo el Ministerio del Interior ha sido escenario de grandes conmociones políticas, que han culminado en el procesamiento del que fue su titular durante la era Breznev -Nikolai Shcholokov, pendiente ahora de un juicio por corrupción-, y ha llegado a afectar personalmente a miembros de la propia familia del anterior jefe del Estado y del partido de la URSS: Galina, hija de Leónidas Breznev, tuvo que abandonar las comodidades de Moscú para trasladarse a Murmansk (en el Círculo Polar Artico), donde su esposo, Yuri Churbanov, fue nombrado jefe de policía, después de ser durante muchos años primer secretario del Ministerio del Interior, bajo las órdenes del degradado Shcholokov.

Pero en contra de lo que se dijo hace meses, el otro hijo del anterior líder, Yuri, sigue siendo viceministro de Comercio Exterior, y no ha sido trasladado a un puesto secundario fuera de la capital.

Hasta ahí llegaron, los cambios: la necesidad de reformas en el terreno económico y la erradicación de los vicios rutinarios que la burocracia de la era Breznev convirtió en normas fueron dos de los temas predilectos en las primeras intervenciones de Andropov.

Novedades formales

Pero, finalmente, el agravamiento de la tensión internacional y la enfermedad y desaparición del líder han ido chupándoles plano. La lucha anticorrupción parece tambiéna haber alcanzado unos límites que, de ser traspasados, podrían llegar a dificultar el control de la situación, e incluso el funcionamiento del sistema.

En lo formal, la era Andropov sí ha introducido unas cuantas novedades: los medios de comunicación son algo más ágiles a la hora de ofrecer la opinión del Kremlin sobre los acontecimientos internacionales, el Politburó emite ahora un lacónico comunicado sobre lo tratado en sus reuniones semanales y, sobre todo, el poder es más sobrio en sus manifestaciones. Los periódicos ya no publican continuas y desmesuradas loas ditirámbicas al secretario general: Andropov ha mostrado siempre el comportamiento propio de un jefe: de Estado moderno, abandonando las maneras exuberantes y el tintinear de medallas que tanto parecían gustar a su antecesor.

En su política exterior, Andropov ha sido simple continuador de lo que venía haciéndose en la era Breznev. La política de normalización de relaciones con China, que heredó de su antecesor, sigue- al ritmo pausado que caracteriza a los dos países interlocutores. Más de 100.000 soldados soviéticos siguen en Afganistán, y Moscú se limita a apoyar la mediación de Naciones Unidas en el problema, que no parece vaya a proporcionar una rápida solución.

El Kremlin no ha logrado tampoco disuadir a la OTAN para que renuncie a la instalación de los euromisiles norteamericanos, y este hecho, además, parece haber reforzado a los sectores más duros de la URSS y al estamento militar, que ha ido aumentando su protagonismo durante los últimos 12 meses.

Si hubiera que buscar una fecha clave en este primer año de la era Andropov, ésta habría que situarla en la noche del 31 de agosto al 1 de septiembre, cuando la defensa aérea soviética derribó a un jumbo comercial surcoreano con 269 personas a bordo sobre la isla de Sajalin, después de que éste violara, en dos ocasiones consecutivas, el espacio aéreo soviético.

En esas fechas, aún no había comenzado a causar alarma la desaparición de Andropov, que había sido visto por última vez al comienzo de la segunda quincena de agosto, y a quien se suponía de vacaciones, en la casa de descanso que posee en el norte del Cáucaso. Por aquellos días, una serie de indicios parecían barruntar el reinicio de la distensión: Washington y Moscú habían logrado ponerse de acuerdo para llegar a una modesta, pero digna, clausura de la Conferencia de Madrid, y firmaron un compromiso sobre cereales que era el primer documento bilateral que Estados Unidos y la Unión Soviética firmaban desde la llegada de Ronald Reagan a la Casa Blanca.

Después del desastre del jumbo se abrió una era de malos presagios. Tras algunas dudas iniciales, el Kremlin prefirió justificar a sus militares, lo que ayudó a aumentar aún más la tensión. Acontecimientos posteriores -como la invasión de la isla de Granada o el enfangamiento militar estadounidense en Líbano- terminaron ofreciendo nuevos argumentos a los sectores más duros.

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