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365 en el Kremlin

Se acabaron los chistes

El año transcurrido desde el inicio de la era Andropov ha dado lugar a una drástica disminución en la otrora abundante producción de chistes y chascarrillos sobre el liderazgo político de la URSS. Entre las escasas chanzas que los ingeniosos moscovitas han dedicado al secretario general destaca una, más bien cariñosa: el nombre dado a una nueva clase de vodka, más barata y etiquetada sin apelación de marca, que fue rápidamente bautizada, chuscamente y por lo oficioso, como Andropovskaya. La Andropovskaya no falta ahora en los estantes de unos comercios que están algo mejor surtidos que durante la era Breznev, durante la cual el caos en el abastecimiento llegó a niveles diricilmente repetibles.Por lo demás, los chistes de la era Andropav son más bien reediciones de los que hace años se dedicaron a Stalin y se hacen eco -no sin cierta admiración- de la fama de duró que traía consigo el nuevo líder soviético.

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No tardaron mucho los moscovitas en comprobar lo fundamentado de la fama del nuevo secretario general: ya a principios de 1983, policías y miembros de los servicios de orden del partido patrullaban calles, tiendas, cines y las populares banias (baños públicos) en busca de absentistas. Se pretendía así poner fin al índice de absentismo laboral más alto del mundo, y que la propia prensa oficial de la URSS había situado en un 50%. Dispuestos también a meter en cintura a la juventud, se cerraron las escasas discotecas que ofrecían en Moscú música occidental y se limitó la audición pública de rock.

El asunto parece que dio resultado, y pronto las calles y tiendas de la capital permanecieron vacías durante casi toda la mañana y parte de la tarde. No obstante, estas drásticas formas de control callejero terminaron generando un debate en los periódicos, en el que se cuestionaba su supuesta ilegalidad. El pasado mes de junio, el Soviet Supremo (parlamento) regulaba la situación, aprobando, con la acostumbrada unanimidad, una nueva ley laboral que, a la vez que incrementaba un tanto la participación de los trabajadores en la gestión, introducía un sistema de sanciones que podían llegar hasta el despido (considerado tabú hasta el momento).

El control parece haber resultado rentable: sólo a la mano dura -sin el auxilio de ninguna otra medida, como la mejora en la gestión o la elevación de las inversiones- se debería la mayor parte del incremento de la producción obtenido durante la primera mitad de este año, según informaba el pasado verano la Prensa de Moscú. El 3,3% del alza de la productividad -se afirmaba entonces- había generado el 83% del incremento del volumen global de la producción, que se elevó un 4,1 % durante el primer semestre de este año respecto al mismo período del año anterior.

Los analistas occidentales son un tanto escépticos sobre el mantenimiento de este ritmo de mejora: el año 1982 -con el que se comparan los resultados de 1983- fue un año excepcionalmente malo. Además, muchos cuestionan hasta qué punto es posible mejorar la economía sin atajar a fondo los males originados por un bien asentado y caótico sistema burocrático.

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Hace pocos días, el diario Pravda ofrecía un ejemplo de cómo un incremento de la producción puede ser completamente inútil y servir sólo para desmoralizar a los que tratan de tomarse en serio la situación: el diario moscovita afirmaba que, a pesar de que este año se ha obtenido una buena cosecha de grano -tema importante para la economía soviética, que gasta buena parte de sus divisas en la compra de cereales-, en alguna zona del país se ha perdido ya la mitad de lo recolectado por falta de previsión en los transportes o almacenamiento.

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