La 'guerra' de los albañíles cubanos en Granada
Los cubanos que combatieron contra los marines en la isla de Granada fueron en su mayoría carpinteros, albañiles, conductores de bulldozers y mecánicos, que tenían órdenes estrictas de no disparar a menos que fueran atacados. Viéndolos descender del avión de Cubana que los trae de regreso, vestidos aún de faena, parece una broma que sus interrogadores norteamericanos tuvieran un especial empeño en averiguar su rango militar. "Si fuéramos soldados, cómo íbamos a construir una pista tan grande en tan poco tiempo". Ésta fue la respuesta de Gregorio de la Torre (27 años,casado, dos hijos). Llevaba 15 meses trabajando como ayudante de albañil en el aeropuerto de Punta Salinas. Dice con orgullo que para su terminación faltaba sólo extender la quinta capa de asfalto.
ENVIADO ESPECIAL,Los paracaidistas norteamericanos fueron los primeros en utilizar la recién terminada pista del nuevo aeropuerto de Granada, el 25 de octubre, poco antes de las seis de la mañana. "El avión pasaba una y otra vez, y dejaba caer hileras de 10 hombres. Eran cientos. Los dos campamentos, el viejo y el nuevo, que albergaban a los 600 obreros cubanos, se habían despertado dos horas antes, sobresaltados por el zumbido del avión. "Salimos inmediatamente a cubrir los puestos que ya teníamos asignados. Nuestra misión era defender el campamento, con la orden precisa de no disparar si no éramos atacados". Mario Echeverría (27 años, casado, dos hijos) convalece en una cama del hospital Amejeidas de tres heridas de bala, en la parte posterior de la cabeza, en el hombro derecho y en un pie. "Me alcanzó una ráfaga de ametralladora disparada desde el avión".
Ni siquiera iba armado, aunque él, con 15 meses de trabajo en Granada, era de los más antiguos; no le tocó ningún arma cuando Maurice Bishop decidió entregarles para su defensa unos cientos de fusiles alguna ametralladora y varios lanzacohetes. "Cuando nos dimos cuenta de que eran americanos pensamos que iban a sacar a los estudiantes de la universidad y se iban a ir".
En esas primeras horas la confusión fue terrible. Los paracaidistas descendieron en las cercanías del campamento viejo. El ingeniero jefe de las obras, Eduardo de la Osa, había dado orden de permanecer en el campo. "Sobre las siete de la mañana empezaron a atacar". Javier Rodríguez (32 años, casado, dos hijos) era el mecánico jefe de lbs talleres, pero tampoco tenía armas. "Cuando vi que la lluvia de plomo era mucha, me interné en el monte". Estuvo tres días escondido en una gruta de la playa. "Al final decidirnos salir, porque ya no aguantábamos más. íbamos varios con una camisa atada a un palo".
En torno a este campamento viejo, donde fueron concentrados más tarde todos los prisioneros, se estableció un largo combate que duró hasta casi las tres de la tarde. Lo relata Manuel de Jesús Heredia, un hombre de 66 años, pintor, que descargó tres peines de balas con su fusil AKM antes de que un disparo le atravesase un muslo. "Yo no fui a Granada a pelear, pero, si hay que pelear, peleo".
Huida a las colinas
Las cosas no fueron mejor en el campamento nuevo; sus ocupantes contaron únicamente con la ventaja de que tuvieron más tiempo para huir hacia las colinas. Gregorio de la Torre tenía en sus manos un lanzacohetes con tres proyectiles que ni siquiera llegó a disparar. "A unos 10 metros de donde yo estaba cayó herido Mario Echévarría. Un poco, más lejos estaba armado Figueroa, que al verse alcanzadopor una bala empezó a disparar su ametralladora. Le contestaron con un mortero que lo mató allí mismo. En esa loma hirieron también a Castro Martínez, que murió más tarde, y yo mismo llevé hasta la casa de unos granadinos a Manuel Rodríguez, que también murió. A Sixto Sosa, que venía caminando hacia nosotros, le alcanzó de lleno un proyectil de alto calibre. Sólo le dio tiempo de decir: 'Me han matado'. Cuando cayó echaba humo por todo el cuerpo".A los que estaban en el campamento les ordenaron salir con las manos en alto, que la cosa no iba con ellos. "No bien hablamos salido, cuando empezaron a amenazarnos: pórtense bien, que aquí hay muchos con ganas de tirarles'. Era un grupo de unos 60 presos. Después de cachearlos y quitarles cualquier objeto que llevasen encima, los entregaron a los soldados de Barbados.
Los militares antillanos les rodearon y cargaron sus fusiles como si fueran a disparar. "Estuvimos tirados hasta la medianoche. A esa hora nos llevaron al campamento viejo, donde tenían ya unos 200 prisioneros. Desde allí pudimos ver cómo atacaban nuestra misión militar con aviones y helicópteros, hasta que destruyeron totalmente. Hubo unos 15 muertos allí. También supimos luego que otros cinco compañeros habían resistido en una loma durante casi un día".
Uno de éstos fue Ramiro López (27 años, casado, natural de Camagüey, albañil "Cuando vimos a los paracaidistas, yo agarré mi fusil y me fui a mi puesto, que estaba a unos 400 metros del campamento nuevo. Allí estuvimos tres días sin comer ni beber. Éramos cinco. Al tercer día vimos a unos 20 que venían en dirección a nosotros. Disparamos, pero no había manera. Ellos llevaban chalecos antibalas, cascos y ametralladoras".
La escuadra de albañiles cubanos tuvo que dispersarse. "Anduvimos un día entero. Al cuarto, vimos un chorrito de agua que goteaba junto a una barraca, y la desesperación pudo más. Escondimos los fusiles por si nos capturaban y bajamos corriendo, sin tomar ninguna precaución. Nos cogieron como si fuéramos palomas". Primero les desnudaron, calzoncillos incluidos. Después de revisar minuciosamente sus ropas, les dejaron vestirse, a excepción de la camisa, con la que les vendaron los ojos.
Sus compañeros llevaban ya tres días rodeados de alambradas. "Durante el día, el sol nos pelaba el lomo, y por la noche la lluvia mojaba los colchones. Ese era nuestro único baño".
La preocupación fundamental de los norteamericanos era averiguar el rango militar, qué misiones tenía cada uno y dónde estaban los arsenales, tanto los cubanos como los granadinos. Según la información que pudiera facilitar cada prisionero, fueron divididos en tres categorías: a, b y c; en una muñequera de plástico aparecía escrito el grupo y el número. Manuel de Jesús Heredia fue clasificado en la letra c, seguramente porque reconoció ser del partido comunista; ninguno de los demás testigos con los que hemos hablado lo es.
A muchos les preguntaron si no querían irse a vivir a EE UU. Javier Rodríguez, mecánico de motores diesel, fue tentado con altos salarios. Todos regresaron a Cuba. Algo más de suerte tuvieron las mujeres, a las que permitieron quedarse en su barraca, no sin antes cachearlas de forma ofensiva. "Había mujeres en el Ejército americano, pero fueron hombres los que las revisaron".
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