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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El Liceo y el 'cambio'

en la ópera UNA DE las paradojas más interesantes de la cultura contemporánea nos la ofrece hoy día la ópera. En la era de las tecnologías más complejas, de los productos cul turáles prefabricados y de los medios de comunicación audiovisuales, un viento dé pasión levanta de nuevo los escenarios en el mundo occidental. Los jóvenes que en el 68 lanzaban huevos y tomates contra los vestidos de noche de las damas milanesas que salían de La Scala asisten ahora, no tantos años después, emocionados al estreno de un nuevo montaje verdiano. Los directores de escena que se sintieron atraídos por los últimos intentos vanguardistas regresan a lo tradicional y cifran sus esperanzas de éxito en la posibilidad de montar óperas. Los cantantes antaño recluidos en la gran fama que proporcionaba su inundo cerrado se convierten ahora en ídolos de masas.

La ópera se integra cada vez más en los circuitos de consumo cultural programado, en los paquets de oferta turística de los tour operators, y sus grandes festivales ex tienden fama y prestigio como una mancha de aceite en tre la inmensa mesocracia que colina las sociedades europeas. La industria discográfica saca de ello buena tajada, en forma de una producción y de unas ventas que crecen día a día mientras se agudiza la crisis del resto de su producción. El viejo arte elitista, burgués,pretendidamente reaccionario; el anacrónico espectácu lo y la fiesta social que le acompañaba; el arqueológico aliento de la catarsis romántica, que arranca virutas de emoción de los espectadores en escenas donde música y sentimiento marchan al unísono; todas esas cosas que parecían muertas, renacen en estos momentos con una fuerza inusitada. Los grandes arquetipos operísticos -con Carmen a la cabeza- invaden el cine, la escena teatral y llegan a ocupar incluso las primeras páginas de las revistas de gran circulación mundial.

En este extraño -por más que explicable- resurgimiento, España juega un papel nada desdeñable. Como fuente de mitos, desde el Montsalvat de Wagner -que pudo inspirarse en Montserrat- hasta Carmen la ciga rrera de Bizet, desde el rebelde Hernani de Verdi hasta el Don Juan de Mozart. Como cantera fecundísima de cantantes, que se cuentan hoy día entre los mejores del mundo. Como panorama de compositores y músicos que, a pesar de la desprotección del género en los últimos años, por anquilosamiento, en los brazos de una afición de coto y abono sin pasión ni ganas, han podido ofrecer un importante panorama de composiciones, en su mayoría no estrenadas, entre las que destaca, por ejemplo, Kiu, de Luis de Pablo, uno de los últimos éxitos operísticos de nuestra música. Como afición también, a pesar de la mala educación que ha sufrido tradicional mente el ciudadano español en el terreno musical, que no impide contemplar colas -nutridas sobre todo por jóvenes- cada vez que se ofrecen espectáculos líricols atractivos y dignos, ya sea en las temporadillas de Oviedo o de Bilbao, ya sea en la temporada del teatro Real de Madrid o en la del Liceo de Barcelona¡ que es la tempo rada española por excelencia, y, en cualquier caso, la más brillante y auténtica base de partida más seria para la reconstrucción del mundo operístico español. Aquí, la recuperación del género, que ha podido observarse en todo el mundo en los últimos diez años, coincide con una situación histórica de recuperación y normalización cultural.

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Pero un país tal, que ofrece esta pasión redoblada por la ópera y una riqueza excepcional en los elementos que la conforman, no puede permitirse el lujo de mantener la actual ausencia de una política definida y enérgica en su favor. La temporada del Liceo que acaba de iniciarse debe convertirse, para empezar, en una seria oferta cultural en competencia con los grandes teatros europeos. El Ministerio de Cultura debería garantizar, con su participación en la financiación del teatro, que cada año tengamos un montaje nuevo, a ser posible de autor español, que luego podría ser uno de los elementos con que contar en la temporada madrileña y en las temporadillas de otras ciudades. Con una ampliación de la base económica de nuestra primera escena lírica, debería procederse a racionalizar la distribución de la temporada, seguramente alargándola, pero también organizando un mayor número de representaciones de cada montaje. La energía y el atractivo que podría proporcionar un nuevo -salto adelante en el Liceo -salto que el actual Patronato dificilmente puede garantizar por sí solo, a pesar del avance realmente importante conseguido en las tres últimas temporadas- proporcionaría tarribién fuerzas y recursos para replantear la temporada madrileña, de fonna que se iniciara, ya sin indecisiones, la construcción de un gran teatro lírico y el afianzamiento de una compañía de ópera.

El especial momento cultural español, que es de resurgimiento y de recuperación, de normalización y de sensibilización, exige y permite una seria actuación del Ministerio de Cultura en favor de la ópera. En una apuesta seria por este arte antiguo y actual se podría dibujar una de las líneas más modernas y avanzadas , así como un elemento de cambio, en la política cultural del actual Gobierno español.

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