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La moda masculina

Lope de Vega lo dijo con dos siglos de anterioridad: "Como una estancia donde ha habido guantes". Más o menos, cito de memoria. No hay que levantarse a mirar en Lope, que es oceánico. Baudelaire, dos siglos más tarde sin haber leído a Lope, dice lo mismo: "Muchos amigos, muchos guantes". Reduce la amistad a su elegancia, a su estilo, a su dandismo profundo, que de ninguna manera es su educación pequeñoburguesa. El pequeñoburgués quiere ser la dulce imitación del aristócrata, del príncipe. El dandy quiere ser príncipe de sí mismo, sustituir al príncipe. Es la diferencia.

Yves Saint Laurent fue el delfín de Christian Dior, pero nunca ha llegado a ser su sustituto ni príncipe de sí mismo. Duda entre ejecutivo y niño bien. Las clases decadentes no han aprendido a decaer. Saint-Laurent tiene la frente demasiado estrecha, lo que le obliga a hacerse un peinado en que el nacimiento del pelo parece flequillo.

Pemán habló del tirón dinástico de las democracias. También está el tirón dinástico de las Repúblicas y de los modistos, que suelen ser una república dentro de otra. Yves lleva unas gafas como las mías, camisa de rayas y corbata de lunarcitos. Traje cruzado, de raya y amplia solapa. El grito "rebelde" lo pone un pañuelo informal en el bolsillo alto. Como todo esto no puede ser involuntario, en él, mi conclusión es que estos grandes modistos franceses no saben de hombres. Han trabajado siempre para las mujeres.

Saint Laurent impone, principiando por sí mismo, el estilo ejecutivo parisino con un toque trilateral. Ése es un público. Nada que tenga que ver con la gran provincia del dandismo, París (la capital fue Londres). Saint Laurent va de sastre de antes. Pero no lleva su personaje a las últimas consecuencias, y lo que no se exaspera no convence.

Ahora que el pecé debate la posibilidad de elevar a Sartorius a la categoría de secretario general, digamos que Sartorius es un elegante natural, un dandy involuntario, aparte su apellido, entre aristocrático y artesanal (sartorius es, sencillamente, sastre), porque el dandismo no es pase de modelos, sino una insistencia en el autouniforme, como el progresismo no es una romería, sino una insistencia en el progreso. Los Delfines nunca están a la altura de sus maestros. Por eso es buena la democracia, porque renueva el peonaje humano.

Distinción, clasicismo, modernidad y elegancia constituyen el cuadrilátero mental de este creador. Pero la distinción es personal, la modernidad es epocal, el clasicismo es convencional y la elegancia, que no es sino la forma interior y profunda de la "distinción", es, no sólo subjetiva, sino dramática, patética, e incluso peripatética, cuando uno anda de tiendas. Yo, a la hora de elegir una camisa, vivo angustias que sólo se viven al elegir un libro, puedo pegarme un tiro, y soy Saint Laurent interior, pero en shakesperiano. Para que se entere usted, joven. Pura lana virgen y alpacas que me abrigan el alma friolenta desde Quevedo. Yves Saint Laurent las vende bien, pero le ha faltado un punto para llegar a su padre y maestro mágico, Dior.

Saint Laurent autoalaba su corte. El corte es toda la prenda. Prefiero una chaqueta vieja y bien cortada a una chaqueta nueva, llena de arrugas supuestamente bellas. Él dice que se escoge, vistiendo, una forma de ser. Ha invadido nuestro otoño. Yo creo que SL nos brinda una forma de no/ser, o una forma de ser como los demás.

Cuando entre todos hemos traído la democracia, es tiempo de "vacar cada cual a sus cosas personales", como genialmente dijo Ortega, y uno vaca a la moda, como los franceses, después de haber hecho su Revolución. Pero Saint Laurent, para qué vamos a engañarnos, viste más a los ejecutivos de Giscard -y aquí los, multinacionales de Segurado- que a los progres de Felipe. La moda también es política.

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