El 'evacuatorio' de las cárceles de España
La prisión de Huesca, un centro para 'psicópatas' cuyo carácter "asistencial" resulta ilusorio
La prisión de Huesca es seguramente la cárcel más triste de España. Quienes son recluidos allí, tras ser calificados de psicópatas o inadaptados, no tienen esperanzas de mejorar su suerte. En lugar de una asistencia adecuada; son objeto de un tratamiento represivo no sólo ilegal, sino penitenciariamente contraproducente.
"No nos quieren en ningún lado". Con estas palabras de uno de los 103 presos de la cárcel de Huesca, puede resumirse la situación de trashumancia de la mayoría de sus reclusos, previa a su llegada a éste establecimiento penitenciario para psicópatas, en donde el tratamiento represivo convierte en ilusoria la exigencia legal del "carácter asistencial" de este tipo de centros. La delegación de la Asociación Pro Derechos Humanos (APHD), que lo visitó durante casi 12 horas, llegó a la conclusión de que la prisión de Huesca -desde donde no es posible enviar a los inadaptados a ninguna otra, porque "no hay ninguna peor"- es un auténtico evacuatorio de las cárceles de España.Asentada sobre un edificio construido en los años 50 en la salida de la carretera de Lérida, hoy dentro del casco urbano, su aspecto exterior e interior no la distingue de una prisión provincial cualquiera, a pesar de su calificación como "centro especial para el tratamiento de psicópatas". La prisión carece de ámbitos espaciosos, como salón de actos o sala de juegos, y en ella predominan las galerías -con tres- corredores superpuestos de celdas a ambos lados que parten radialmente de un centro de vigilancia, acorde con su objetivo de aislar a los reclusos. En el hueco que separa los corredores entre sí se ha instalado recientemente, como en otras cárceles, unas mallas metálicas para evitar suicidios. Los patios exteriores son pequeños y sin instalaciones deportivas o recreativas de cualquier tipo, y ofrecen un aspecto sucio y descuidado.
Sólo 58 de los 103 reclusos están clasificados como psicópatas por el Centro de Observación de Carabanchel o por su inadaptación a otras prisiones. Pero, curiosamente el régimen carcelario de los psicópatas no se distingue del que rige para los restantes internos. Si acaso, en que con ellos se acentua el tratamiento coactivo al que están sometidos los 103 internos, lo que hace más difícil su eventual curación.
Un pequeño taller para fabricar balones; la escuela, con sus 20 viejos pupitres, y la enfermería, con su aparato de rayos X y su armarito de las píldoras, son las únicas dependencias para fines teóricamente asistenciales con que cuenta la prisión. Nada la distingue de otra prisión provincial cualquiera, a no ser que sus instalaciones son más pobres que las de otros centros de reclusión ordinarios. Como muchos de ellos, carece de calefacción, lo que en Huesca y en invierno resulta especialmente duro.
El médico y su muñeco enjaulado
El centro especial de Huesca no cuenta con un equipo técnico especializado distinto al de otras prisiones. El tratamiento teórico de los psicópatas está encomendado al psicólogo de la prisión, asistido por él criminólogo. La plaza de médico psiquiatra que tiene asignada el centro nunca se cubre. Curiosamente, el médico que diariamente visita la prisión, para consulta de medicina general, trabaja también en el Hospital Psiquiátrico Provincial. Este pluriempleo puede explicar su excesiva tendencia a suministrar tranquilizantes y facilita la orden de ingreso urgente en el Psiquiátrico cuando éstos no son suficientes.
Todos los presos entrevistados por la delegación de la APDH expresaron sus quejas contra el médico de la prisión, y señalaron un detalle que hería enormemente su sensibilidad y que es sólo una muestra del papel altamente negativo que juega el médico en el tratamiento de los reclusos: encima del armarito de las medicinas tiene un muñeco vestido de presidiario metido en una jaula. Los delegados de la APDH comprobaron personalmente este hecho.
Por encima de éste lamentable síntoma de mal gusto, de las ironías sobre "los derechos humanos de los funcionarios" y de las apreciaciones de que "las cárceles son pudrideros" y que la de Huesca "es la sentina de toda España", todo ello combinado con "una gran preocupación por el respeto mutuo entre médico y preso", los delegados de la APDH concedieron especial importancia al único tratamiento clínico aplicado por éste médico: "contención, por medios represivos, de los estados de crisis o agitación de los internos".
Según los delegados citados, "el uso por la fuerza de cócteles psicofarmacológicos muy potentes no sólo no ayuda a eliminar las causas que las motivan, sino que las agrava, pues en el contexto en que se utilizan es vivido por los internos como un recurso represivo más que la institución penitenciaria utiliza contra ellos". El hecho de que sea precisamente la persona encargada de ofrecerle la asistencia médica general el que utilice contra él los psicofármacos justifica la "ostensible y generalizada desconfianza y animadversión de los penados hacia el médico del establecimiento". En su visita a la enfermería, los miembros de la APDH comprobaron la existencia de fármacos de potente acción antipsicótica, tales como Largactil, Haloperidol, Meleril o Luminal, que venían a confirmar los testimonios de los reclusos sobre los intensos estados parkinsonianos o las crisis de ansiedad posteriores a la inyección, y demostraban la utilización de los psicofármacos "con fines exclusivamente represivos".
Las 'celdas de las argollas'
Seis celdas, las números 37 a 42, que los funcionarios llaman "de seguridad", han hecho tristemente famosa la cárcel de Huesca. Cada una de ellas cuenta con unos seis metros cuadrados de superficie. Al frente, una ventana alta, cerrada por ladrillos translúcidos. Una pila hecha de cemento, situada en un rincón, y un evacuatorio en otro, constituyen los elementos sanitarios de la celda, cuyo único mobiliario es una plancha de hierro sobre cuatro patas, con cuatro argollas fijadas a cada lado para sujetar- con ellas- de, manos y pies al preso, tendido sobre un jergón.
Según los funcionarios, las argollas no se usan casi nunca, pero varios presos de los que llevan más de un año en la prisión declararon haber sido sujetados así en algún momento de su estancia. Una de las seis celdas estaba ocupada el día de la visita por un preso que recibió de pie a los delegados de la APDH y se mostró relajado ante ellos. Los presos confirmaron que, desde agosto de 1983, con la entrada del nuevo equipo directivo, las celdas de las argollas se usaban menos, pero añadieron que ahora se utilizaban como celdas de castigo las del pabellón de jóvenes. EI día en que se produjo la visita de la delegación de la APDH, el 3 de octubre de 1983, en dicho pabellón estaban aislados dos presos, como consecuencia de los incidentes ocurridos el 24 de septiembre, día de la Merced, cuando siete reclusos se autolesionaron en señal de protesta. La explicación que ofreció entonces la dirección fue que los incidentes se iniciaron por la insatisfacción de dos reclusos con el resultado de una consulta médica. El 3 de octubre pudo saberse que el conato de motín fue desencadenado durante las fiestas de la Merced por la decisión repentina del médico de suprimir la dieta alimenticia de enfermo a todos los presos que la disfrutaban. Trasladados al hospital los siete autolesionados, dos de ellos se negaron a ser intervenidos y, una vez devueltos a la cárcel, fueron introducidos en celdas de aislamiento, esposados a los barrotes y se les inyectaron calmantes. Estos y otros hechos han creado una situación de tensión que contribuye a la espiral de violencia existente en un centro en donde, ya habitualmente, los funcionarios prestan más atención a protegerse de unos presos que consideran especialmente peligrosos, que al tratamiento asistencial y rehabilitador de los psicópatas. Mientras tanto, el equipo técnico, integrado por el psicólogo y el criminólogo, no interviene en el tratamiento y ni siquiera lo conoce. Su función se, reduce al diagnóstico y reclasificación periódica de los internos, ya que "los programas terapéuticos que la Central de Observación de Madrid o ellos mismos elaboran, no pueden desarrollarse por falta de personal especializado".
Una cárcel 'bajo mínimos'
La delegación de la Asociación Pro Derechos Humanos, integrada por los abogados Gonzalo Martínez-Fresneda y José María Mohedano y por el psicólogo Serafín Carballo, tras realizar su visita a la cárcel de Huesca, se entrevistó con el di rector general de Instituciones Penitenciarias, Juan José Martínez Zato, a quien expuso las "disposiciones mínimas a toma para la salvaguarda de los derechos humanos de los presos afectados".En primer lugar, recomendaron la "rápida desafección de la prisión de Huesca como Centro Especial, clasificación técnicamente inviable, materialmente inexistente y penológica mente destinada a justificar medios represivos ilegales", especialmente contrarios a lo que establece la ley General Penitenciaria, percha jurídica insostenible para esta cárcel.
Propuso también la progresiva reconversión de la cárcel de Huesca en "una prisión provincial ordinaria", para lo que habrá que dotarla con urgencia de medios materiales y humanos adecuados, tales como un nuevo servicio médico, calefacción y habitaciones dignas para presos y funcionarios.
Por último, solicitaron el envío de un equipo técnico especial para reclasificación de los actuales internos y su traslado a otros centros penitenciarios o psiquiátricos y, en ningún caso, celulares o de aislamiento.
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