Flor de neurolalia,
Quienes me han leído saben bien que ni en mis novelas, ni en mis libros de viajes, ni en mis cuentos, ni artículos, ni ensayos he huido nunca del español de la calle -que es nuestro lenguaje real y verdadero- por mucho que, en no pocas ocasiones, haya podido convertirse en piedra de escándalo para los aficionados al ruincillo y tartamudo y estreñido deporte del eufemismo para uso de esposos timoratos, madres más resignadas que útiles e hijos proclives a la prostituidera coba rentable. De otra parte, creo que no existe alternativa válida, porque entiendo que novelar a un legionario que asalta parapetos al triple grito de ¡cáspita!, ¡córcholis! y ¡cárape! tan sólo puede hacerse si se busca notoriedad como reivindicador del dadaísmo o si se acepta firmar con el seudónimo de Jaime de Andrade.Con la maña que últimamente se da la naturaleza para superar al arte en casi todas sus manifestaciones, mucho me temo que estemos a punto de llegar al extremo en el que los escritores hayamos de introducir muy jesuíticos distingos para poder ir dando fe del mundo que nos rodea. Don José María (son dos palabras) Ruiz Mateos, preclaro miembro del Opus Dei y, en consecuencia, defensor denodado de las retóricas circunlocuciones más bizantinas y gongorinas, acaba de conceder una entrevista en la que, cortando por lo sano, llama a un director general del Gobierno de Su Majestad nada menos -tampoco nada más, es cierto- que alcohólico, cretino, imbécil, inepto, incompetente e incapaz, al tiempo de animarle, quizá de pasada, a que nos demuestre a todos que no es maricón. A mí me parece que don José María (son dos palabras) ha estado un poco excesivo en su locuacidad -quizá padezca de neurología o verborrea nerviosa-, ya que si los miembros de la atildada Obra del Señor, que fueron quienes introdujeron en el país la imagen de la serenidad altiva, la corbata con pequeñitos retratos de Adam Smith y el cilicio disimulado bajo los cinturones de Pierre Cardin, son capaces de semejantes expansiones, los novelistas nos encontraremos en serias dificultades cada vez que queramos contar la pelea entre un navajero deseoso de esnifar una línea de coca y el camello dispuesto a endosarle una dosis de nieve excesivamente adulterada.
Pasemos por alto el que ni siquiera a un director general pueda resultarle fácil demostrar que no es marica si ha de aceptar, por añadidura, su múltiple condición de borracho, mongo, idiota, torpe, zafio y mentecato, a menos que acuda al socorrido recurso retórico, que todos hemos empleado alguna vez de niños, por el que se emplaza al acusador a que pregunte sobre nuestra virilidad puesta en tela de juicio a su madre, a su hermana o a su novia. De todas formas, hemos de reconocer que los directores generales suelen elegirse atendiendo a ciertas condiciones que resultan más gravemente afectadas por la duda sobre sus capacidades mentales que por lo heterodoxo o tangencial de sus hábitos sexuales. Aceptemos también que el director general cuestionido ha cometido abusos tan graves como los de airear la situación económica de Rumasa. ¿A qué se debe entonces el que persona de carácter tan melifluo y franciscano como para recibir la noticia de la expropiación del holding rezando rosarios a la Virgen María opte ahora por la chabacana salida de la neurolalia, de los nerviosos excesos verbales? La pregunta obedece no tanto al interés por la salud mental del huido de la justicia, que no me preocupa más allá de sus justos límites, como a la curiosidad profesional del literario buceador de vidas, conciencias y conductas. Si esa es la reacción típica de los financieros ligados a votos religiosos y a valores estéticos dignos de la emperatriz Sissi, deberemos revisar cuanto antes todas las técnicas de narración conocidas, con excepción quizá de los experimentalismos intimistas.
Confío en que se trate de un caso aislado, aunque tenga mis motivos de duda. El fugitivo se encontraba tan feliz en su coqueto pisito londinense que incluso había vuelto a ocupar las portadas de las revistas de la vagina (ya se sabe, antes del corazón). Bien sabido es que esas revistas pueden significar una próvida fuente de ingresos para la jet-set, aunque, eso sí, bajo muy rígidas condiciones. Uno puede organizar sensacionales estafas, quiebras tremendas y malversaciones cuasi cósmicas sin arriesgar demasiado la lealtad del auditorio. La prensa de la vagina (antes del corazón) suele ser muy tolerante con el Código Penal, siempre que los delitos no puedan clasificarse, claro es, según los baremos habituales de un periódico como El Caso. ¡Qué ordinariez! Pero el insulto barriobajero es asunto muy distinto y, por fortuna, absolutamente proscrito de las páginas en las que las damas de presunta alcurnia y los cantantes de cualquiera de los tres sexos hablan de sus bodas y de los bautizos y primeras comuniones de sus hijos.
Tampoco podemos ni debemos echar la culpa al ambiente. Si el escapado pequeño patriarca se hubiese refugiado en el Brorix neoyorquino, o incluso en los alrededores de la Stazione Termini romana, la cosa variaría. Pero, ¿alguien puede pretender, con seriedad, que los héroes o los villanos de las novelas aprendan en Londres a insultar con tan sugerentes palabras a los directores generales? ,
Será cosa de contratar a algún experto en semiótica, si es que pudiera aparecer alguno que no estuviera redactando, con mayores o menores prisas, una novela ambientada en la ba a Edad Media. Quizá todo resulte transparente a través de una lectura adecuada, y la retahíla de acusaciones no sea más cosa que una maquiavélica jugada de billar en la que se anticipa una sorprendente carambola a tres bandas. Porque la neurolalia es flor de tan dificiles y mimosos cuidados como imprevisibles y misteriosos alcances.
Camilo José Cela 1983.
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