El rigor excepcional de Ralph Richardson
Si son tradicionalmente rigurosos los actores británicos, Ralph Richardson, que falleció anteayer en Londres a los 80 años, apoyó ese rigor con una sensibilidad excepcional que le hacía tan verosímil en sus encarnaciones como para que el público le olvidara con facilidad tras la visión de cualquiera de sus películas. No habiendo interpretado ningún protagonista, los trabajos cinematográficos de Richardson sirvieron a las necesidades de los actores centrales, permitiendo que fueran ellos quienes acapararan el esplendor de cada filme. Fue ése, por ejemplo, el caso de La heredera, donde Montgomery Clift y Olivia de Havilland rivalizaron sobre su futuro mientras Ralph Richardson se limitaba a cubrir de lógica aquel personaje del padre que mantenía el duro principio de que su hija carecía de méritos para el amor.Fue sir Ralph Richardson quien alimentó los cimientos de numerosos filmes que cuentan hoy en la historia del cine. Alternándolo con sus interpretaciones teatrales apareció en un buen número de películas, muchas de las cuales carecerían de sentido sin su interpretación: su personaje de La ciudadela, de King Vidor; El ídolo caído, de Carol Reed; La barrera del sonido, de David Lean; Ricardo III, de Laurence Olivier; Éxodo, de Otto Preminger; Nuestro hombre en La Habana, Largo día hacia la noche, Doctor Zhivago, Campanadas a media noche, en la que sólo se oía su espléndida voz, Davier Coppeffield...
Se inició muy joven en el mundo del teatro, actuando en el Old Vic en los años treinta y cuarenta en papeles también secundarios, lo que rápidamente abandonaría en el teatro, aunque no así en el cine. Richardson fue un gran actor de teatro, de la generación de sir John Gielgud y de sir Laurence Olivier. Ellos han quedado como viejos herederos de una tradición imborrable.
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