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En el nombre de Astrana

Luis Astrana Marín era visita de casa, en la época en que había visitas: la palabra va siendo ya, en. esa acepción, un arcaísmo. Recuerdo especialmente su voz y su nariz; voz de sordo profundo, saltando octavas, desafinando en cuartos, en octavos de tono. Y una nariz que tal vez denotaba la filiación de antiguos conversos. Todavía se me excitan los musculillos horripiladores cuando recuerdo un encuentro con Astrana frente a lo que entonces se llamaba Ministerio de la Guerra, junto a un cuerpo de guardia bien nutrido, recién terminada la guerra: el sordo gritaba cuando creía que estaba susurrando: ¡Este Franco nos va a llevar a la catástrofe!". Astrana no era de izquierdas ni de derechas. Vivía en la época isabelina inglesa, entre Fletcher y Johnson, y Marlowe: sobre todo, en Shakespeare. Veo ahora el tomo de una nueva edición de Shakespeare: es su traducción, son sus notas minuciosas, sus angustias ante la versión de los juegos de palabras; sus cotejos de los Quartos y el Folio, la búsqueda de las raíces folklóricas en las alusiones, sus debates con otros traductores... Está todo, pero no está su nombre. Ha desaparecido. Sale la edición como si nadie hubiera traducido, investigado, corregido, anotado. En la nota correspondiente se dice que el copyright "para introducción, notas, traducción y composición" pertenece a Aguilar, SA. Si lo compró, suyo es: una propiedad. Pero, ¿y el nombre de Astrana? ¿No esPasa a la página 12

En el nombre de Astrana

Viene de la página 11una obra personal? ¿No hay, por lo menos, un respeto a su interpretación, e incluso una referencia obligada a su responsabilidad?

Astrana tradujo gran parte de las Obras completas de Shakespeare en la cocina de su casa. También a Séneca. En la mesa de pino, bajo la bombilla. Era la única habitación algo caliente de la casa, con los rescoldos en el fogón de la cocina económica. Cansinos-Assens tradujo del ruso -y anotó, y comentó- las obras completas de Dostoievski en un cuartucho de la plaza de la Morería, que hubiera debido llamarse de la Judería -y Cansinos estaba más apegado, más próximo, a la antigua y querida fámilia-, bajo el viaducto. Había entonces, como ahora, estos otros traductores que eran mucho más; maestros de dos idiomas, o más; investigadores de época, biógrafos del traducido, intérpretes casi en el sentido en que se puede dar esta palabra al referirse a un actor (que es mitad autor, mitad espectador). Estaban Julio Gómez de la Serna, y Ricardo Baeza y Luis Araquinstáin... Y Méndez Herrera...y...

Traducir a Shakespeare de esa manera es un trabajo inmenso. Ahora lo está haciendo con una pulcritud asombrosa y una tipografla bella el equipo de Manuel Angel Conejero, en el Instituto Shakespeare de Valencia. Astrana estaba solo en su cocina. Los escritores, entonces, escribían en los cafés, porque sus casas, pobres, no tenían la comodidad necesaria: hacía frío, alguien Horaba, alguien pedía dinero para la compra, alguien les ponía como ejemplo a Blasco Ibáñez, que podía comprarse una finca en la Costa Azul. Astrana no escribía en el café, porque no podía llevar a él una carretilla con los libros de consulta. No era tampoco un hombre muy popular. Su sordera le aislaba, los otros eruditos le señalaban errores (y él a ellos), su castellano no era apto para la representación teatral (lo cual no impide que ahora se oiga a Astrana en algunas representaciones: algunos no adaptan a Shakespeare, sino a Astrana, y también le borran el nombre y los posibles derechos) y el personaje no traspasaba -como les ha ocurrido a tantos otros- sus fronteras de lo pintoresco. Sus propias obras literarias se quedaron en las ilusiones de ¡a juventud lejana. Pero la excelente edición de Quevedo, la de Shakespeare (las dos en la gran fuente de cultura que fueron y son las Obras completas de Aguilar), son monumentos que se le deben, por encima de todas las críticas circunstanciales. No, tuvo academia, no tuvo fiada. Tuvo, tiene, olvido.

Se consuma ahora. La serie Grandes genios de la Literatura universal, serie de consumo en la que se conjugan cultura y esnobismo (y el esnobismo es una gran fuente receptora que no hay que despreciar), comienza en los quioscos, después de la campaña de televisión y en concurrencia directa con otras publicaciones similares, con un tomo de Shakespeare donde están Romeo y Julieta, Hamlet, El sueño de una noche de verano y Macbeth. Es una suerte que el escritor no haya ofuscado la luz de Shakespeare con un traductor consumista y barato, sino con los textos de Astrana. Pero su nombre no está. Está todo su trabajo, todos -sus años -su vida- de investigación, su lenguaje, sus llamadas Probablemente también están sus errores. Todo, menos su nombre. No se sabe por qué.

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