El lenguaje de Cantinflas
EN UN ejercicio habitual de denuncias y panoramas desalentadores, la Asamblea General de las Naciones Unidas se reúne cada año para defender esa paz que figura como principio fundamental de su Carta, pero que nunca ampara por completo a todos sus miembros. Cada año también, los jefes de Estado o de Gobierno y los ministros de Asuntos Exteriores acuden a Nueva York para pronunciar prácticamente el mismo discurso de anteriores otoños. La ausencia de un veterano en estas tertulias, el soviético Andrei Gromiko, está formalmente explicada por el boicoteo de los aeropuertos norteamericanos como represalia por el derribo del avión surcoreano. Extraña, en cambio, que Felipe González no haya aprovechado la ocasión para comparecer a esta cita y exponer las líneas maestras de nuestra política exterior. La ausencia es tanto más notable cuanto que la Asamblea General coincidía con una minicumbre convocada por Indira Gandhi y Mitterrand, a la que el presidente del Gobierno español había sido invitado, para recapacitar sobre el espíritu de los no alineados, el desarme y el nuevo orden internacional.Ha sido, en cambio, el ministro de Asuntos Exteriores quien pronunció el jueves unas palabras dirigidas -según él- a desarrollar Ia política exterior que responde a la nueva estructura de la sociedad española y la renovada fe en sí misma de la España democrática salida de las elecciones de octubre de 1982". Pese a anuncio tan alentador, el discurso apenas se diferenció de los textos de sus antecesores en el cargo desde la instauración de la Monarquía constitucional. El recuento ritual de las preocupaciones generales por la situación en África, Asia y Latinoamérica no sirvió para que la desmesura de la intervención hiciera olvidar la falta de concreción sobre cuestiones específicas. Por ejemplo, la exhortación a un aumento de la ayuda bilateral y multilateral en las relaciones internacionales se compadece mal con la reducción de la ayuda española a Guinea y la no presentación de la ley de Cooperación Exterior. Quizá sólo puedan encontrarse diferencias visibles, aunque matizadas, en lo que se refiere al referéndum sobre la OTAN, al que Morán no mencionó por su nombre sino a través de una complicada fórmula (el pueblo español "se pronunciará en su día" sobre nuestra participación en la defensa occidental). Por lo demás, esa consulta no cuestionará la postura de "firme colaboración en el seno de la Alianza a la que España pertenece", sino que versará sobre las "posibles modalidades que puede revestir" una contribución "que puede materializarse de muy diversas maneras". O sea, que mientras anteriores declaraciones del vicepresidente del Gobierno y del ministro de Asuntos Exteriores englobaban en un solo conjunto la pertenencia o la salida de España de la OTAN, tanto en el aspecto político como en la dimensión militar, la futura consulta parece afectar ahora exclusivamente a las formas de integración en los dispositivos militares. No es cosa ahora de recordar otras numerosas declaraciones y matizaciones del Gobierno al respecto, pero no sería extraño el descubrimiento de que los ministros han decidido utilizar en este punto la retórica y el lenguaje de Cantinflas.
Se diría que el gran debate sobre la entrada de España en la Alianza Atlántica, que el Gobierno de Leopoldo Calvo Sotelo hurtó a nuestra sociedad, tampoco es deseado por los socialistas, igualmente convencidos de que los ciudadanos de este país son menores de edad incapaces de comprender y calibrar la información que se les facilite. No se entiende de otra forma ese progresivo descabalgamiento del Gobierno de sus anteriores posiciones, realizado con la ingenuidad de creer que nadie advierte los sucesivos cambios de postura y de que esa salida de puntillas de la inicial postura socialista hará olvidar las actitudes de hace dos años. Es ya evidente que la eventual salida de España de la Alianza Atlántica bajo un Gobierno socialista alteraría el statu quo internacional. También es cierto que hay que evaluar los costes exteriores e internos de la medida, que podrían afectar incluso a la estabilidad de nuestro sistema democrático. En una palabra: no hay que ser un lince para entender que no es lo mismo no entrar en la OTAN que salir de la OTAN. Y el Gobierno tiene el derecho de rectificar sus actitudes. Lo que no tiene es el derecho de ser tan irremediablemente confuso en sus explicaciones. Al fin y al cabo, no sólo es el Gobierno quien rectifica. La manifestación del pasado 11 de septiembre puso de manifiesto que los comunistas, olvidada ya la etapa en que apoyaban fervorosamente el tratado bilateral con Estados Unidos, están dispuestos a unir en un solo paquete la salida de la Alianza Atlántica y la denuncia de las bases militares norteamericanas. De forma tal que la anterior estrategia de los socialistas -rechazo de la OTAN y vinculación a la defensa occidental mediante los acuerdos con Estados Unidos- seguiría siendo denunciada desde su izquierda. Pero es que además no es aceptada por una de las dos partes de ese tratado bilateral: Estados Unidos. Todos estos elementos pueden mover a la reflexión y hasta socavar las convicciones, o los planteamientos tácticos, de los partidarios a ultranza del abandono por España de la Alianza Atlántica. Ahora bien, los españoles no son niños pequeños a quienes haya que dar medicinas amargas a cucharaditas y rociadas de azúcar retórica. El Gobierno está obligado a sustituir el lenguaje cantinflesco por una información suficiente, unos análisis veraces y unas tomas de posición claras sobre España y la OTAN. Y no seguir confundiendo a la opinión pública y al electorado con galimatías verbales. Salvo que admita que la falta de claridad en la expresión sea el resultado de la falta de claridad en el pensamiento.
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