Júpiter González
Es como Júpiter tronante: sale momentáneamente de su Olimpo, asoma sus mayestáticas narices en la tierra y, plaf, ruedan cabezas de mortales.O sea, que estoy hablando de Felipe.
Como si lo hubieran preparado. Qué puesta en escena tan magnífica. El presidente no tiene más que mostrar su sensato y discreto desagrado por cualquier cosa, por ejemplo Televisión, y al día siguiente esa cosa cualquiera es castigada, por ejemplo Balbín. De todos es sabido que la ira de los dioses, posee cualidades fulminantes.
Que conste que estoy encantada con el cese. Y además los socialistas me tienen contenta últimamente por su rápida respuesta ante el delicado caso del general Soteras. Es decir, que estoy hecha unas mieles. Pero aun así hay algo en el balbinazo que me inquieta.
Ha debido ser un movimiento espasmódico autónomo, un telele de subalterno aterradísimo. Sale el presidente diciendo que lo de Prado del Rey es un desastre, y al día siguiente Calviño empieza a, cortar cuellos para salvar el gaznate propio de la quema. Gore Vidal lo cuenta muy bien en su Juliano. Los poderes infinitos del Augusto. Constantinopla como un jardín privado y una corte de eunucos temblorosa: de qué humor se habrá levantado hoy el emperador, en qué imperio habrá estado soñando por la noche. Felipe no es así, naturalmente, pero parecería que quieren simular la semejanza.
Apariencia, dirán, pura apariencia. Coincidencia de cese y de discurso. Deben tener razón, les creo. Pero a mí lo que precisamente me asusta es lo aparente. Ahí está el presidente, en su dorado limbo, inalcanzable. Olímpico Felipe, empeñado en levitar perennemente tres palmos por encima de las bondades y maldades de la masa. Se ha construido a sí mismo tan secreto que, cuando se digna rasgar la tripa de las nubes y bajar a este mundo de pecado, sus palabras parecen adquirir un carácter milagroso. Son los pequeños inconvenientes de la divinidad: Júpiter González mata administrativamente con el solo uso de su verbo. Quizá sea él mismo el primero en lamentarlo: dicen que hay Augustos piadosos y modestos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.