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Murió el autor de 'Sobre la esencia'

La muerte del maestro y el futuro de la metafísica

Quienes debemos a Xavier Zubiri, como él dijo de Ortega, lo menos malo de lo que, intelectualmente, somos, sentimos ante la noticia de su muerte el apoderamiento de un, profundo. dolor. Dolor por la muerte del maestro, dolor por la muerte del amigo. Fue mi maestro directo, sí, al que creo que más que a nadie debo lo que de nuevo tu viese mi Ética, hasta el punto de que 1.000 veces hemos visto citados, unas veces como suyos, pues en verdad lo eran, otros como si fueran, sin más, míos, pasajes de mi libro inspirados en aquellos cursos, al principio -la época del edificio de La Unión y el Fénix casi iniciáticos, años después de seguimiento obligado para el estudioso de la filosofía y no menos de otras disciplinas a la luz de la filosofía y, todo hay que decirlo, cursos que después se convirtieron en curiosos fenómenos sociológicos de la vida filosófico-mundana de la época. Hace apenas ocho días recordaba yo en Sitges aquellos tiempos en los que era obligado citar, viniese o no a cuento, y dentro de cualquier materia, por alejada que estuviera de la filosofía, a Xavier Zubiri. La fuerza de presencia de Zubiri en la vida intelectual española, presencia genuina o presencia siguiendo una moda, ha sido enorme y un recuento estadístico de las citas que de su nombre y -menos- de su obra, se hicieron por los años cincuenta y primeros sesenta, produciría verdadero asombro. Ya recién terminada la guerra civil, quienes se pretendían iniciados empezaban a buscar afanosamente los artículos suyos que la Revista de Occidente y Cruz y Raya habían publicado antes de ella y -lo recuerdo muy bien porque fueron varias las personas que me lo pidieron- particularmente aquél, decían, de Dios y de la religión como religación.Xabier Zubiri fue, a la vez que el maestro, nuestro amigo. Contra lo que podría pensarse, no siempre hablaba de filosofía (o de teología), sabía descansar de ella y hablar llana y sencillamente. Es más, carecía, creo que muy deliberadamente -el eco comportamental de la Jugendbewegung, que le alcanzó, ayudó, sin duda, a ello- de toda prosopopeya filosófica. (Lo que no obstaba a que, con frecuencia y facilidad, se apoderase de él el pathos de la dialéctica y la argumentación, y creciéndose de su pequeña estatura, se manifestase en él el espíritu de la metafísica y, también, en otras ocasiones, el gusto discutido por las agudas preguntas o interrupciones que dejaban suspenso al interlocutor). Pero si bien es verdad que, felizmente, no todo lo que decía era filosófico, también lo es que nunca publicó una sola línea ensayística o periodística, como lo hemos hecho todos, desde Unamuno u Ortega hasta el último de nosotros. Xavier Zubiri únicamente dio a conocer, a lo largo de su larga vida, escritos filosóficos. No fue genéricamente pensador o, en el sentido que yo doy a la palabra, intelectual, sino rigurosamente, siempre, filósofo.

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Por eso mismo, en la hora de su muerte y tras sufrir el dolor de ella, si conseguimos dominarlo, debemos preguntarnos por el significado filosófico de ella. Y no podemos contener el estremecimiento de que esta muerte signifique; existenciál y simbólicamente, la muerte de la metafísica. Xavier Zubiri ha sido el último gran metafísico. Cotidianamente hablaba, lleno de naturalidad, con unos y con otros. Filosóficamente no habló nunca sino con quienes, queriéndolo o a pesar suyo, hicieron, a lo largo de la historia de Occidente, gran metafísica. Esa soledad metafísica ha sido particularmente perceptible en sus últimos, fecundos afíos, en sus últimas, importantes obras. En éstas me apoyaba yo para mi última cita de él, en Sítges: la del juicio como afirmación, en el sentido literal de firmeza, la firmeza física, noérgica y no meramente noético-fenomenológica, de quien toma posición judicativa y que se corresponde con la firmeza, literalmente física también, de la realidad. Xavier Zubiri afirmó y se afirmó firmemente a lo largo de su vida y de su obra. Decía yo antes que no fue "intelectual" en tanto que políticamente comprometido. Su compromiso lo fue, total, con la realidad físico-metafisica y con su verdad. La metafísica, en la plena acepción de la palabra, ha muerto con él. Esperemos que, algún día, resucite. El gran creyente en la resurrección que fue Xavier Zubiri ha muerto en la seguridad, en la firmeza, de que la metafisica, aun cuando así nos lo parezca a nosotros, no moría, no ha muerto para siempre con él.

José Luis L. Araguren es filósofo y catedrátíco jubilado de Ética y Sociología de la Complutense.

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