La riada de Bilbao
Bilbao se hizo sobre el agua de la ría y en torno a su curso vive desde hace seis siglos. El blasón de la villa es un puente que trata de salvar con sus arcos el empuje del Nervión. Las riadas que invadieron el casco viejo forman un dramático cortejo de diversa magnitud en la historia de los desastres sufridos por los bilbaínos a lo largo de su existencia como ciudad. El aguaduchu, como lo llamaba la jerga local, hacía acto de presencia en las siete calles con una cierta periodicidad. Esta vez, la catástrofe ha tenido caracteres trágicos e indescriptibles. Una gran parte de la villa histórica ha sido bárbaramente arrasada por la avalancha de lodo, piedras y toda clase de objetos que contenía y llevaba el enloquecido aluvión. Docenas de víctimas ensombrecen aún más los perfiles de la desgracia. Los comercios del Bilbao antiguo han sido destruidos en su totalidad. Las industrias y los almacenes de la ría se han visto devastados por la riada. Se habla de 500.000 millones de pérdidas, y aún no se sabe si barriadas enteras, como el Peñascal, podrán ser desescombradas en bastante tiempo.Leo con preocupación las opiniones de los meteorólogos, cuyo pronóstico fue tan irrelevante para esos dos días: "Ligera inestabilidad", "chubascos aislados". ¿Pudo ser prevenido el brutal meteoro? Parece ser que con los sistemas actuales es difícil predecir un acontecimiento semejante. Hay que explorar otros métodos, analizando lo sucedido en la atmósfera, sobre cuya etiología no existe total conformidad. Hay quien supone que se trata de un cambio climático en toda regla y que el País Vasco, en su franja cantábrica, entraría en la catalogación de zona subtropical. ¿Será cierto ese diagnóstico?
JOSÉ MARÍA DE AREILZA
A. BASTENIER,
La caída de una tromba de agua tan gigantesca sobre nuestros tejados y nuestro entorno es un fenómeno vital estremecedor. Nos da un testimonio hiriente y sensible de la inmediatez de la naturaleza y de sus fuerzas incontenibles e imprevisibles. De pronto, el ser humano alcanza a comprender la fragilidad de su existencia y de su civilización. El ecosistema dentro del cual vive se desequilibra en repentina y violenta ruptura. Brotan ríos en las laderas; se derrumban montes enteros; en pocos minutos, los cauces se desbordan; los caminos se rompen; las casas se agrietan; las comunicaciones se interrumpen; no hay luz, ni teléfono, ni agua, ni televisión. Los transistores se convierten en el hilo umbilical del contacto con el mundo exterior. Uno ve caer el torrente desde las nubes con entera y humillada pasividad. La sensación de impotencia total, de incapacidad de reacción, de quedar a merced de los elementos fundamentales de la biosfera en que vivimos, es la que predomina psicológicamente en esas horas de indefinida duración.
¿Qué traen consigo las grandes tragedias naturales? La normal respuesta del instinto de la solidaridad humana que late en el fondo tribal de nuestro genomio individual. Debemos ayudarnos los unos a los otros ante el desastre colectivo. En Bilbao se pasó de las fiestas de la semana grande a la apocalíptica destrucción en el término de unas horas. Y, sin embargo, el ánimo colectivo funcionó en la nueva y gigantesca tarea del rescate, del inventario, de los primeros socorros, de las prevenciones, del desescombro, de la normalización de los abastecimientos y de los servicios. Las querellas partidistas, magnificadas anteayer, dieron paso a la colaboración abnegada y heroica de todos. El Ejército de Tierra, Mar y Aire desplegó sus estructuras logísticas con rapidez y eficacia. Las fuerzas de seguridad del Estado se emplearon a fondo, pagando el alto tributo de varias vidas sacrificadas en el empeño salvador. El lendakari Garaikoetxea fue designado por el Gobierno para la agotadora tarea de coordinar la inmensa e inacabable campaña de normalización. Se dice que hay actualmente un clima de entendimiento entre Vitoria y Madrid como nunca existió en la anterioridad. Las realidades sombrías y difíciles del futuro económico de Bilbao y su comarca no dejan lugar para las especulaciones políticas de los tiempos de ocio. Frente a las debatidas iniciales de la LOAPA hay otra sigla preponderante de universal entendimiento, SOS, que campea desde Archanda a Pagasarri.
El río que ahora se desbordó y cambia de sexo al encontrar la marea es el que alzó a Bilbao, el que hizo de Bilbao una ciudad universal abierta al mundo. El espíritu de la villa se manifestó en torno y a lo largo de las aguas de la ría. Durante siglos, ese camino marítimo fue y sigue siendo el eje fundamental de la existencia bilbaína, cuyos valores sustanciales son el trabajo, la empresa, la iniciativa, la audacia, la aventura hacía el exterior, la fe en los recursos propios y la laboriosa paciencia de muchas generaciones.
Bilbao es una ciudad antigua de singularidad definida. No se construyó en tomo a un castillo feudal, porque nunca lo tuvo. Ni rodeando a una vetusta catedral, porque no fue tampoco señorío eclesiástico. Tenía mercaderes y navíos, y almacenes, y minas, y ferrerías. Junto al municipio funcionaba el poder del Consulado, cuyas ordenanzas fueron modélicas en su tiempo. El desarrollo histórico de la villa representa una gran fidelidad a sí misma. Creció y se convirtió en una urbe millonaria de habitantes sin perder la homogeneidad de su vocación básica. El comercio, la industria, la navegación, la banca, los escritorios, los sindicatos, la vista puesta en la mar, puerta de Europa, salida a los rumbos del mundo.
Ninguna ciudad, desde el Renacimiento acá, ha desaparecido en Europa o se ha desmoronado en su crecimiento o expansión por catástrofes naturales o destrucciones bélicas. Lisboa salió embellecida de su terremoto; Mesina, del suyo; Londres, del blitz de los nazis; Hamburgo, del bombardeo británico; Florencia, de su atroz inundación; Berlín, de su aniquilamiento. El ímpetu del hombre se rebela contra el destino adverso. Prometeo es el símbolo unánime de los pueblos de Europa.
"Nuestra ría no nació para belleza regional ni para tópico de oradores", escribió Rafael Sánchez Mazas. "Nació para ser poseída por hombres de hierro, para dar el ser a pueblos impacientes, para levantar una ciudad entre las ciudades de España".
Tengo fe absoluta en la resurrección de Bilbao del lodo que la cubre. No temo a los éxodos masivos, ni a los abandonos mercantiles, ni a las renuncias empresariales. Bilbao dará de sí lo mejor de su esfuerzo y de su actividad. Será un gran ímpetu renovado el que encenderá el espíritu de sus ciudadanos para seguir engrandeciendo la villa. El Nervión se ha desbordado y ha sembrado la ruina y la desolación. Pero, como escribió Unamuno, el río es también la historia de la villa, su pasado y su futuro; recuerdo que siempre se hace esperanza.
Y el mocerío de los miles de jóvenes voluntarios que trabajan sin cesar en el desescombro, barrido y limpieza de la villa es el síntoma visible de un Bilbao que se ha puesto en pie para rescatarse a sí mismo de su tremenda desgracia.
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