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Crítica:FESTIVAL DE BAYREUTH
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Todas las obras de madurez de Richard Wagner

Además de tres ciclos del Anillo y una representación separada de El oro del Rhin , el festival de 1983 de Bayreuth (República Federal de Alemania) ha programado siete veces Los maestros cantores de Nuremberg, cinco Tristán e Isolda y otras tantas Parsifal. Festival mayor, con todas las obras de madurez de Richard Wagner; y excelente ocasión, por tanto para tomarle el pulso al actual Bayreuth.

ÁNGEL-F

MAYO, Bayreuth

Wolfgang Wagner lleva ya 33 años al frente de la institución del Festival de Bayreuth. Su personalidad es una de las claves del festival, y como él se empeña en incluir todos los años al menos un montaje suyo, por esta puesta en escena podemos descubrir las intenciones de la cabeza rectora. En 1983, Wolfgang Wagner ha vuelto a pro gramar su segundo monta e de Losmaestros cantores, que presentó en 1981, y muy significativamente ha inaugurado con él el festival con memorativo del centenario de la muerte de su abuelo. Así, otro Wagner recogió 100 años después los aplausos de una sala cuajada de figuras de la culptra y la política alemanas.

El nieto de Richard es hombre realista, muy práctico, habilidoso para navegar por todas las aguas Después del ilusionismo del Anillo, de Solti, presenciar Los maestros cantores es lo más adecuado para devolvernos a la realidad, al posi bilismo de Wolfgang: ningún exceso, ningún extremo, ninguna pasión. Meistersinger es obra compleja; W. Wagner la simplifica hasta reducirla a una bonita spieloper: si alguna vez se ha dicho que Rienzi es la mejor ópera de Meyerbeer, no resulta exagerado afirmar que Los maestros cantores es ahora la mejor ópera de Lortzing. No hay aquí nada grande, nada altisonante ni trascendente. La cofradía de maestros no representa una idea nacional. La noche de la víspera de san Juan no está tejida con los incontrolables impulsos de las pasiones irracionales. La pradera para la gran fiesta frente a Nuremberg no es más que un espacio en la Alta Franconia como tantos otros donde todavía hoy se celebran modestas fiestas populares. Los conflictos duales se subsumen en uno, el existente entre el zapatero-poeta Hans Sachs y el escribano Sixtus Beckrnesser, y aun éste se difumina y ablanda: el intelectual escribano es un buen hombre desconcertado por la popularidad del acazurrado zapatero, y, cuando quiere seguir los pasos de Sachs, pierde los papeles. Nada más. Al final, la furia del

escribano tampoco será irreversible, ni el veredicto descalificador, inapelable. Un apretón de manos entre Sachs y Beckinesser sellará la paz, y todos felices. Si no perdices, seguro que comerán las salchichas de Nuremberg, bien regadas con la cerveza ahumada que se puede saborear junto a la casa de Alberto Durero.

Demasiadas negaciones

Demasiadas negaciones, demasiadas limitaciones para que la obra cobre vida, salvo cuando están en escena Sanchs (Berrid Weikl) y Beckinesser (Hermann Prey). Una dirección de orquesta a cargo del kapellmeister de la casa, Horst Stein, competente, pero sin inspiración ni mayores exquisiteces. Unos coros menos concentrados y precisos que antaño: Norbert Balatsch, su director desde 1972, al suceder al inolvidable Wilhelm Pitz, va a dejar la dirección de los coros de la Opera de Viena, al parecer por sufrir una enferme

dad cardíaca... En fin, a excepción de Weikl y Prey, un elenco de escaso interés, con S. Jerusalem (Walther) rozando los límites de lo tolerable aun en los actuales tiempos de crisis vocal wagneriana.

Esta profilaxis de echarle agua alvino ha alcanzado también a las producciones de Tristán y de Persifal. El montaje de Tristán data, igualmente, de 1981. Jean-Pierre Ponelle, su creador, lo ha estructurado en torno a dos ideas: una, cuando beben el filtro, Tristán e Isolda penetran en un mundo interior y exclusivo (en realidad, no hay filtro; su recipiente es un gran plato vacío que refleja como un espejo el rostro de los amantes); otra, la soledad de Tristán moribundo es definitiva: en un escenario desolado y yerto, Kurwenal, el escudero de Tristán, hace creer a su señor que llega el barco de Isolda, y Tristán imagina en el momento de morir todos los sucesos posteriores.

La realización de la primera idea da lugar a curiosos juegos de la pareja con el agua de un manantial durante el dúo del segundo acto. La de la segunda, que quizá entronca con las versiones más primitivas del mito (el barco enviado para traer a Isolda volverá con velas blancas en caso de llevarla a bordo, y con velas negras en el contrario: la esposa de Tristán divisa las velas blancas, pero por despecho le dice que son negras), introduce dos elementos extraños al drama de Wagner: la compasión y piedad de Kurwenal y una psicopática autocomplacencia de Tristán en su propia muerte acompañado por las de Melot, Kurwenal e Isolda, y por la bendición de Marke. Todo ello genera una confusión que nada ayuda a elevar la temperatura de un Tristán e Isolda débil en el reparto y blando y divagante en la orquesta, dirigida por Barenboim.

Peligros del didactismo

Por último, el Parsifal de Götz Friedrich y James Levine (montaje de 1982) es ejemplo acabado de dos cosas: una, la tendencia de muchos directores de escena a escenificar las obras líricas desentendiéndose de la música o contradiciéndola; otra, los peligros de la actualización y del didactismo a ultranza. Para Friedrich, Parsifal señala el final de una sociedad cerrada y deshumanizada y la esperanza en otra futura que vivirá en paz por conocer y practicar la compasión. En una obra que alimenta multitud de interpretaciones opuestas (por ejemplo, en 1982 Harmut Zelinski insistió en su teoría de que Parsifal propone la sustitución del Cristo semita por el Cristo ario y es, en consecuencia, el Nuevo Testamento del nazismo), la de Friedrich es perfectamente válida. Lo discutible empieza cuando la teoría se convierte en tesis que hay que demostrar a todo trance. Unos pocos ejemplos: Amfortas, forzado por su padre y los caballeros a mostrar el grial, se pasea literalmente con su cruz a cuestas; el templo del grial es una catacumba opresiva; el mago Kilngsor posee un modesto surtido de aparatos eléctricos -entre ellos un foco, un micrófono y una especie de pantalla de televisión- y comanda un grupo de robots antropomorfos; el jardín de las muchachas-flor (la última pasión de Richard Wagner, en cuya pintura prodigó toda su sensualidad táctil) es un burdel-boite de a 40 duros la consumisión y el espectáculo; los caballeros del grial aparecen divididos en la última escena en integristas (militares) y progresistas, y éstos han de impedir que aquéllos maten a Amfortas; finalmente, los caballeros armados deponen casco y espada y, cosa en verdad jamás vista y estupenda, un grupo de mujeres cubiertas con velos y túnicas penetra en el templo para recibir con los caballeros la bendicición del grial, impartida ahora por Parsifal. Como estas mujeres bien podrían ser las muchachas-flor, redimidas con su maestra Kundry, resulta así que con su "festival escénico-sagrado" Richard Wagner fundó la Cofradía de las Arrepentidas del Grial, por lo visto hoy activa y floreciente.

James Levine dirige la orquesta de Parsital en un permanente adagio claro y grato al oído, pero escasamente intencional. Lo mejor se dio en el primer acto, quizá porque aquí aún existía alguna relación entre música y escena. El segundo quedó muy lejos del "viejo puchero de colores" (R. Wagner), y el tercero devino a veces agobiante por la desustanciada elongación del tempo. El manifiesto pacifista de G. Friedrich fue bien.cantado por Simon Estés (Amfortas), Hans Sotin (Gurnemanz) y Matti Salminen (Titurel). El apuesto Peter Hofmann exhibió la capacidad de sus atléticos pulmones y los trucos que ha aprendido para vender la mercancía a 20.000 marcos por función.

Bayreuth acusa la fatiga de la rutina y la excesiva preocupación de W. Wagner por neutralizar la obra de su abuelo. Traer a Solti y su equipo inglés ha sido un acierto, si bien tardío. Solti tiene 70 años y se ha comprometido a dirigir este Anillo sólo hasta 1985. La crítica y la inteligencia (todopoderosos directores de escena, los partidarios del Wagner politizado, Der Spiegel y otros) han recibido de uñas la nueva producción. La palabra reaccionario ya ha saltado a la palestra con las peores intenciones.

Pero Solti ha demostrado tres cosas que parecían olvidadas: primera, que el director de orquesta es la pieza clave; segunda, que con una buena base orquestal y con una adecuada atención a los cantantes un reparto discreto puede funcionar suficientemente; tercera, que la dramaturgia de Richard Wagner no necesita los zancos de dudosas actualizaciones, sino el esfuerzo de intentar servirla en su totalidad.

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