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40ª Mostra de Cine de Venecia

El teatro de La Fenice se vistió de gala para rendir un homenaje cinematográfico a Ingrid Bergman

Una fiesta casi privada, celebrada en el teatro de La Fenice, ha sido la apertura oficiosa de la semana y media larga de proyecciones, exposiciones y actos culturales de todo tipo que componen la Mostra de Venecia. En ella las gentes del mundo del celuloide y de la alta sociedad rindieron anteayer por la noche homenaje a Ingrid Bergman. La apertura ayer mismo dio paso ya a las sucesivas exhibiciones de filmes que hoy empiezan, mientras calles y canales se llenan de viejos y nuevo personajes, directores y actores, y un fulgor anualmente renovado prende en los reflejos tan cinematográficos de las aguas.

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Supongo que, por primera vez en su historia, ha subido al escenario del teatro de La Fenice un presidente de los Estados Unidos. Claro que se trata de un viejo actor y el motivo de que su imagen apareciera en la pantalla hablándole directamente al público era, a un mismo tiempo, sentimental y benéfico. Ronald Reagan recordaba a Ingrid Bergman, homenajeada por la ciudad de Venecia, y lo hacía bajo el patrocinio de la Cruz Roja.El acto consistió en una serie de parlamentos acompañados de proyecciones en las que era protagonista la actriz sueca. El director de todo el espectáculo era Giuliano Montaldo, el hombre de Sacco e Vanzetti, prototipo del cineasta italiano de izquierdas y politizado. En esta ocasión -gajes de oficio- no se le exigí a que organizara grandes manifestaciones sindicales para filmarlas, ni que mostrara los entresijos mafiosos de la política americana, sino que procurara que las palabras de Reagan llegaran con la mayor nitidez.

Como todos los actos de beneficiencia de lujo, el de La Fenice contó con la asistencia de un brillante público internacional, mescolanza de jet-set y profesionales de la escena. Gregory Peck y Charlton Heston eran la encarnación de los galanes de otra época, de la misma manera que Olivia de Havilland y Claudette Colbert simbolizaban las rivales de Ingrid Bergman en la época dorada del star-system. Para evitar que el teatro adquiriera connotaciones de asilo geriátrico vinieron también Liza Minelli y Dodley Moore, que se entremezclaban con Paloma Picaso y el príncipe Alberto de Mónaco, que hacía las delicias de los reporteros gráficos al dejarse fotografiar junto a la bellísima Dalila di Lazzaro. Walter Matthau, Roger Moore y Audrey Hepburn eran los representantes de la generación intermedia.

El homenaje de Ingrid Bergman acabó con el estreno mundial del primer capítulo de la biografía de Golda Meir. Fue el último trabajo cinematográfico de la actriz, ya muy enferma pero satisfecha de trabajar aún. Ninguna compañía aceptó asegurarla, ya que era de dominio público que su vida estaba acabándose, pero eso no impidió que cumpliera un plan de rodaje durísimo y hoy estén disponibles las cuatro horas de imágenes con las que se pretende ensalzar a la estadista israelí.

La señora Fanfani, esposa del antiguo presidente del Consejo de Ministros italiano, era la organizadora de esta velada para gente con pedigree. Los beneficios estaban asegurados desde el momento en que una de las cadenas privadas de la televisión italiana compró la exclusiva para su emisión el día 6 de septiembre.

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