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Reportaje:

La guerra se viste de miseria en el hospital central de Yamena

Antonio Caño

El doctor René Jancouici, de 34 años de edad, trabaja en el hospital central de Yamena como cooperante francés. Se encarga exclusivamente de los pacientes militares, los heridos de la guerra en el norte que han conseguido llegar hasta la capital de Chad. En ese hospital hay 70 heridos de guerra; otros 80 son atendidos en el segundo centro sanitario del país, en las afueras de Yamena. El hospital central es el símbolo más elocuente del abismo que separa al mundo desarrollado de lo que lla mamos Tercer Mundo.Habitaciones en las que el insoportable olor a orín caliente es superado por imágenes dantescas y de cuerpos mutilados. Rostros de formes y llantos de niños enfermos, cuyas vidas se cobra la naturaleza africana para que sólo sobrevivan los más fuertes. Enfermos tumbados sobre un somier o sobre una simple estera que conviven con sus familiares, que preparan la comida en hornillos de carbón.Cuatro o cinco miembros de la familia permanecen constantemente junto al enfermo, llenando a reventar cuartos en los que en esta época puede hacer 40º durante la noche. "¿Qué se puede hacer?, esto es Áffica", contesta resignado el médico francés cuando le preguntamos cómo puede trabajar en condiciones peor que infrahumanas. "La ausencia de condiciones sanitarias la combatimos con antibióticos, y es curioso que con muy poca cantidad podemos garantizar más o menos la higiene del hospital".El doctor Jancouici explica que los africanos, al no haber tomado nunca antibióticos, son muy receptivos, mientras que en Europa el gasto en antibióticos crece en proporción geométrica porque la mayor parte de la población es casi adicta a la penicilina y sus derivados.

Nadidye es un soldado que se encontraba en el frente de Faya Largeau cuando la ciudad fue atacada por los rebeldes de Gukuni Uedei y los libios, hace menos de un mes. Su cuerpo atlético, de 20 años, está cubierto de quemaduras producidas al estallar el depósito de gasolina del camión que conducía. Su madre, que esconde el rostro a la cámara fotográfica, le seca el sudor desde el borde de la cama. A su lado hay otro soldado enfermo de tétanos.

En una habitación de la misma planta, a la que se llega después de salvar en el pasillo a un vigilante armado que pide tabaco a una mujer con los pechos desnudos que ruega al médico que la atienda más tarde y a un enfermero chadiano, con una bata blanca manchada de sangre, que consulta al doctor sobre la evolución de un hospitalizado, está tumbado, entre más de una docena de personas, Abdulaye Mahamat, herido cuando conducía un tanque, que fue atacado por la aviación libia en Faya-Largeau. Cuatro de sus compañeros murieron en ese ataque; a él le han cortado una pierna.

Es una dramática exposición de miembros amputados, jóvenes quemados y relatos trágicos de la huida de Faya-Largeau, de cómo salieron a pie para atravesar los 700 kilómetros de desierto que separan esa localidad de Yamena. La mayor parte murió en el camino.

El médico nos presenta a Omar Didane, que no conoce su edad. Él mismo se cortó la pierna con un cuchillo tradicional, el sakine, para evitar que su herida se gangrenase. Jancouici asegura que este soldado no es el único que ha hecho eso.

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