El éxito de la danza, el sonido de los tangos, con Óscar Araiz
ENVIADO ESPECIAL Las dos actuaciones del Ballet del Gran Teatro de Ginebra, que dirige Óscar Araiz, han supuesto otros tantos éxitos multitudinarios y han añadido un capítulo importante a la brillante historia del festival santanderino en el ámbito de la danza. Cuatro coreografías de Araiz, sobre música de Ravel, Mahler, Poulenc y Stampone, revelaron una extraordinaria capacidad de invención y una manera muy sugerente de organizar pasos, gestos, continuidad y plástica, desde una voluntad tendente a la síntesis, pero muy expresiva.
La rapsodia española, de Mauricio Ravel, puede incitar a un pintoresquismo en el que tantos coreógrafos cayeron y Oscar Araiz ha evitado totalmente.
Alusiones a la danza popular
Ciertas alusiones a pasos de la danza popular andaluza aparecen superestilizadas y encuadradas en una ideología cereográfica tan objetiva como universalista. Quiere decirse que danza y partitura encuentran su punto de exacta coincidencia, pues tampoco Ravel quiso hacer "el español", como no fuera en lo más recóndito de su sentimiento y en la efectividad sorpresiva de algún detalle.Cuando Araiz, que no viste de andaluzas a sus bailarinas, las hace terminar el ballet envueltas en mantones de Manila, se producen en lo plástico los únicos minutos de directa alusión española. En todo, así es la visión general del ballet titulado Cantares.
Criterio análogo, aunque mucho más prospectivo psicológicamente y extraordinariamente desarrollado, sigue Óscar Araiz en Tango, un ballet que me atrevo a calificar de absolutamente genial. No se trata de dar con una fórmula más o menos adecuada para bailar el sentimental aire porteño, sino de algo mucho más difícil: introducirse e introducimos en el ser y el significar del tango en su lírica, su poética, su honda y dramática filosofía y su vuelo a través del tiempo. El mundo de los Spaventa y Gardel, de los Lapera, los Matos Rodríguez, los Irusta y los Manolito Mores, esa suerte de folklore suburbano que enigmatiza el español desde el lunfardo, de tanta fuerza social y aun contestataria, goza hoy -pasado el tiempo- de gran consideración intelectual. Desde ella contempló acaso Óscar Araiz el pasado de los viejos tangos y milongas. No de otro modo trazó sus estupendos tangos el escritor Julio Cortázar, quien encontraría respuesta musical en los pentagramas de su compatriota Edgardo Cantón.
El tango y su ritmo fijo admiten grandes posibilidades y variables: las que ha aprovechado con singular talento el compositor Atilio Stambone al instrumentar las melodías, y el coreógrafo Óscar Araiz al organizar su danza a la manera de auténticas variaciones psicológicas sobre el aire popular argentino más universalizado.
La expresión muda se concentra y resume en el largo paso a dos sobre el adagietto de la Quinta Sinfonía, una de las más líricas expansiones de Gustav Mahler, en tanto la música de Francis Poulenc para piano y orquesta utilizada en el ballet Escenas de familia provoca una danza ingenua y sabia como los pentagramas del compositor francés.
Carlos Cytrynowski acierta en la creación de casi todos los vestuarios, ya que sólo el de Escenas de familia se debe a otra mano bien experta por cierto: la de Re nata Schussheim. En cuanto a los bailarines, podría afirmarse que todos son solistas, aunque ninguno quiera vanagloriarse de divo ya hace tiempo que la formación del gran teatro ginebrino luce ese estilo de ballet de cámara gracias a la consideración individual de todos y cada uno de sus componentes.
Babelia
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