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La cólera de un espectador en el ruedo

Cuando Tomás Campuzano, silueteado por las almohadillas y botes de cerveza lanzados por el público, se perfilaba para matar al segundo, apareció un espectador en el ruedo. Había saltado por los tableros del cuatro, allá donde el sol de Castilla alborota la sesera y calienta las ideas. Llevaba la indignación en el rostro y, gesticulante y altanero, dirigía sus pasos hacia el diestro, cualquier sabe con qué intenciones. Esplá, muy en director de lidia, le salió al paso y se lo llevó del bracete con calmante verborrea hasta los expectantes policías.La cosa no era para menos, porque el toro, que había salido en sustitución de un animalito tullido de Trilla, era más inválido que su precedente. Además, sus pitones estaban escandalosamente escobillados. El presidente lo mantuvo en el ruedo, y su lidia transcurrió entre caídas e intentos fallidos de Campuzano de mantenerlo derecho. Cuando el torero se disponía a darle su consabido bajonazo, apareció el iracundo espectador. La tozudez del presidente, que se hizo el sordo ante la brónca, pudo provocar un conflicto de orden público, pues el público insultó y arrojó almohadillas a los policías que se llevaban al contestatario.

Plaza de Toledo

19 de agosto.Corrida de feria. Tres toros de El Chaparral -primero, tercero y cuarto- muy flojos, mansurrones. Segundo y quinto de Lora Sangrán, inválido y manso, respectivamente. Sexto, de Jesús Trilla, romo, sin casta. Luis Francisco Esplá. Palmas, silencio. Tomás Campuzano. División, silencio. Yiyo. Palmas, ovación.

El resto de la corrida transcurrió por senderos parecidos. Los toros de El Chaparral fueron muy blandos de remos y se quedaban muy cortos en los engaños. Y el único toro que medio se tuvo en pie, que fue el quinto, sembró el pánico en banderillas, y Campuzano, que salió a darle su acostumbrada ración de pases, no pudo con él. No tenía clase el toro, que coceó y volvió la cara a las cabalgaduras, pero tampoco era para montar aquel espectáculo.

Esplá salió a cumplir el trámite como pudo. Lanceó con el paso atrás, toreó siempre con la muleta retrasada, se tomó sus ventajas en banderillas y mató a pellizcos al cuarto. Solo estuvo acertado, aunque solo a ratos, en su labor de director de lidia y al retirar al descompuesto espectador.

Yiyo, que actuó en sustitución de Paco Ojeda, tuvo un tercer toro muy flojo y se limitó a cuidarlo por alto, sin confiarse nunca, pues la falta de fuerzas no aconsejaba la quietud de pies. Estuvo mejor en el sexto, un toro que se quedaba y buscaba. Supo encontrar el terreno propicio en los medios, donde el toro iba mejor, y le sacó algún pase con largura y limpieza. Estuvo, qué duda cabe, muy por encima de su enemigo.

Lo peor del caso es que los toros que salieron al ruedo ayer en Toledo estaban preparados para la actuación del fenómeno Paco Ojeda, y lo triste es que ante ellos hubiera podido hacer su número de quedarse quieto detrás de la oreja y sacar la muleta por los pitones, con el consiguiente alboroto triunfalista del público.

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