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El debate sobre el silencio de los intelectuales de izquierda plantea en Francia el papel de la cultura frente al poder

Julio Cortázar cree que la discusión margina los intereses del pueblo

El debate sobre el silencio de los intelectuales de izquierda en Francia, iniciado a finales de julio, después de las acusaciones vertidas por el escritor y portavoz del Gobierno socialista, Max Gallo, en las páginas del diario Le Monde sobre esa actitud intelectual, está yendo más lejos de lo que nadie esperaba. Incluso el escritor argentino Julio Cortázar, nacionalizado francés, ha entrado en una polé mica que a veces ha parecido una discusión sobre el sexo de los ángeles y que plantea las relaciones de la cultura con el poder. Cortázar cree que en esta discusión el gran ausente es el pueblo. Por otra parte, medios parisienses creen saber que el presidente François Mitterrand no ha visto con buenos ojos el artículo de su portavoz, desencadenante de esta polémica que al menos está sirviendo para preguntarse para qué sirve un intelectual de izquierdas.

"El pueblo es el único ausente de esta gran polémica", escribe Cortázar, en el vespertino que acoge esta discusión sobre el silencio de los intelectuales de izquierda. "¿Para qué sirve un intelectual de izquierdas?", se pregunta el autor de Rayuela. "Para dar a su pueblo los instrumentos mentales y estéticos que le permitan conocerse mejor, descubriendo las trampas tendidas por la derecha, en las que continúa cayendo demasiado a menudo".Ese supuesto silencio de los intelectuales de izquierda es interpretado por algunos como necesario. Sería la cura de humildad después de las alharacas de 20 años de contradicciones y divergencias internas. Después de Vietnam, mayo del 68, los gulag, Afganistán o Polonia, la izquierda dista mucho de formar piña. "Los intelectuales nunca están de acuerdo si no es sobre temas concretos", a punta la escritora comunista Heléne Parmelin.

"Estar a favor es vegetar"

"La vocación de un intelectual no es ser correa de transmisión ni voz oficial", considera Jean Pierre Bonnel, profesor universi tario. "Estar a favor es vegetal. Los más lúcidos parecen haberlo constatado. El apoyo no faltaba cuando había que decir no a la derecha en el poder; desde que la izquierda cogió las riendas, el silencio del mundo intelectual es una carga demasiado pesadilla para quiénes siempre contaron con apoyo moral más o menos explícito desde la oposición.Como dice Jean Chesneaux, historiador de la Sorbona, "nos encontramos más a gusto al comprometernos contra la derecha que enrolándonos al servicio de una izquierda cuyo proyecto de modernidad es tan ambiguo". Lo que significa, para él, que lo moderno "une a la derecha y divide a la izquierda". Julio Cortázar prefiere evitar la discusión en los términos empleados por quienes no han tardado en contestar a Max Gallo. "¿No ha llegado todavía el momento de ponerse a trabajar?", insiste el novelista.

Ganas de trabajar no faltan a la clase intelectual, aunque a los adscritos a la derecha se les note más en estos tiempos. "No se pone uno la casaca de intelectual más que si la palabra deja de tener eco", aclara Jean Duvignaud, calificado de hombre de letras por el Who's who. No parece ser el caso de la izquierda, con un escritor-presidente que se desvive ,en atenciones hacia la cultura.

No está muy clara la motivación del portavoz del Gobierno en hacer un reproche público a los aliados de ayer, que quizá todavía no dejaron de serlo, porque si hay crítica su génesis habría que buscarla antes de mayo de 1981 en las querellas internas de la izquierda. El filosofo André Glucksmann, sin ir más lejos, ya veía mal que en la primera ceremonia como jefe de Estado, Mitterrand no invitara al Panteón "a los escritores que en el campo socialista luchan por la libertad". García Márquez y Cortázar sí estaban presentes, así como el exiliado checo Milan Kundera, quien con el argentino obtenía poco después la nacionalidad francesa.

En diciembre de 1981, no obstante, fue muy mal interpretada desde la izquierda la declaración del Gobierno socialista, quien no estaba dispuesto a hacer nada ante el golpe de Estado del general Jaruzelski. Desde entonces, algunos sectores no han cesado de mánifestar su descontento por la presencia de ministros comunistas en el Gobierno. No parecen ser legión quienes anteponen su anticomunismo vísceral a cualquier otro razonamiento. Lo que sí se observa es una tendencia cada vez mayor al retiro, la vuelta a la investigación, a la docencia y a la creación.

"Mis raíces latinoamericanas", explica Cortázar, "contribuyen seguramente a que el debate sobre los intelectuales de izquierda me sorprenda y me preocupe". En las pocas y divergentes democracias de aquel subcontinente, "los intelectuales intentan definir su propia,tarea en relación al proceso social". La izquierda defiende la causa del pueblo, "presente en sus manifestaciones creativas y culturales", mientras la derecha, "uniéndose en ello a la derecha francesa, se mueve en un plano mucho más alejado de esa causa".

La izquierda gala se enzarza ahora en un debate donde se habla de todo "menos de lo que preocupa y angustia a Mitterrand y a sus colaboradores; a saber, el vínculo entre el trabajo específico de los intelectuales y las posibilidades de una vía socialista para el pueblo francés. En contestación avant la lettre al rapapolvo del meteco, el historiador Enmanuel Le Roy Ladurie razonaba en Le Monde que "es difícil convertirse en intelectual orgánico de Estado. Hay que mantener la frontera entre el orden sagrado (dharma) y el orden guerrero (artha)".

Los socialistas no se esperaban que iban a encontrar tanta indiferencia en un mundo intelectual que le era fiel. Pocos han sido quienes aceptaron cargos de responsabilidad, aunque, guiados por los deseos presidenciales, prácticamente todos los grandes nombres de la intelligentsia hayan recibido apetitosas ofertas. Régis Débray ha explicado ese fenómeno. Desde su despacho de asesor en el Elíseo, el ex compañero del Che Guevara, asegura que "en Francia, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos, los intelectuales no saben pasar de la Universidad a la Administración".

Para un conocido profesor de Medicina, Léon Schwartzenberg, el mayor reproche que el poder socialista puede hacer a los intelectuales de izquierda es que no, se opongan abiertamente a las tesis de la derecha, demasiado presente en los medios de comunicación. H¿léne Parmelin se indigna de qué el poder pueda pedir panegiristas a la izquierda intelectual. "Que el cielo proteja a los socialistas de tener loadores en lugar de amigos, devotos en vez de apoyo en lo esencial, convertidos y no compañeros críticos". La escritora señala que "no estamos en, tiempos de Maiakovski, cantor de la revolución", manipulado tras su suicidio para justificar los desmanes del realismo socialista.

La opinión de Semprún

El español Jorge Semprún piensa que "la derecha había abandonado a la izquierda la hegemonía cultural durante 30 años". Desde mayo de 1981, la izquierda habría perdido ese monopolio al ganar las elecciones y tener que ocuparse de la gestión gubernamental. Esa tesis no está muy lejos de la defendida por quienes consideran que el Gobierno está demasiado preocupado por los problemas econórnicos. "Ya que la palabra la tienen los contables, callémonos", dice irónico Jacques Cellard.Gilles Deleuze cree que los socialistas deberían practicar "una política más a la izquierda", aunque él prefiera dedicarse a preparar un libro sobre cine. "A mis 58 años, no tengo tiempo sino para escribir". Sin detenerse en acusaciones personalizadas, Cortázar considera imperdonable semejante comportamiento, que da la espalda a esa llamada insistente a la imaginación, a la originalidad y a la multiplicación dip los estímulos intelectuales que caracterizan, desde el principio, al Gobierno de Mitterrand".

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