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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Reagan, en México

LA BREVE visita de Reagan a México forma parte de un ritual de vecindad que los presidentes de los dos países siguen sosteniendo desde hace muchos años; no es, por tanto, consecuencia de la situación en Centroamérica, con la que México tiene su otra frontera (por Guatemala), aunque el tema no haya estado excluido de la conversación. De todas formas, el presidente mexicano, Miguel de la Madrid, no ha cesado de explicar que el tema principal de la entrevista es México y los problemas de México, y, que en ningún caso se considera mediador, aun formando parte -y muy destacada- del grupo de Contadora. Es evidente que está excluido que Reagan haya acudido al territorio mexicano para escuchar lo que no desea escuchar, pero, en cambio, no puede excluirse que haya ido a decir lo que le interesa que su interlocutor comprenda o, por lo menos, acepte, y es la tesis de que tiene dos revoluciones comunistas inmediatas, la de Centroamérica y la de Cuba, y que Estados Unidos puede ayudar a México en su actual crisis económica, tan profunda y tan grave, a condición de que México no olvide en ningún momento que la posición de Washington es, en estos momentos, la de contener las revoluciones por cualquier medio a su alcance.Al insistir en que lo que le interesa en estas conversaciones es la defensa exclusiva de México, el presidente La Madrid parece ya indicar que no debe esperarse demasiado de él como portavoz de otros intereses. Muchos de sus compatriotas creen que la gravísima crisis económica mexicana está provocada por Estados Unidos y su política financiera, y recuerdan la frase del presidente mexicano de hace un siglo, Porfirio Díaz: "Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos". Se sabe cuál es la dramática historia territorial de los dos países y hasta qué punto ha llegado la dependencia mexicana con respecto al dólar, pero aun así no parece demasiado justo culpar a Estados Unidos de la bancarrota mexicana, sino en parte muy principal a la errónea forma mexicana de manejar la crisis de abundancia relacionada con el petróleo; y esta bancarrota hace más angustiosa la forma de dependencia, hasta el punto de que en estos momentos es Estados Unidos el que está evitando el desplome al fondo de la catástrofe, que sucedería si el dólar les abandonase definitivamente. Las conversaciones Reagan-La Madrid han girado, como es inevitable y como es costumbre, en torno a esta necesidad de sostener el peso, en la de canalizar el petróleo y en la de, por tanto, no realizar una política adversa a la de Washington. La posible mayor tolerancia de Estados Unidos para aceptar la emigración mexicana legal y la vista gorda a los emigrantes ilegales -los espaldas mojadas, porque atraviesan el río clandestinamente-, que, después de todo, beneficia a los ricos del otro lado de la frontera (trabajo negro, mano de obra muy barata y sin ninguna carga social, de la que pueden desprenderse cuando quieran) son pequeñeces en esta conversación, útiles para reducir el paro en México, pero, sobre todo, para la política interior.

Más allá no hay nada o casi nada. Reagan quiere asegurarse de que, sea cual sea el desarrollo de la situación en Centroamérica, México no se va a dejar contaminar o penetrar por las guerrillas, de lo cual ya tiene buen cuidado el presidente mexibano y el PRI; lo que será posible si la miseria en México no alcanza las profundidades que en los otros países alzados. Y quiere asegurarse de que la mediación mexicana con Cuba, si la hubiera, con Centroamérica directamente o a través del grupo de Contadora, no va en ningún caso a alterar el sentido del orden que tiene Washington para esa zona. Se lo habrá explicado así al presidente La Madrid y le habrá ofrecido a cambio alguna ayuda para aliviar sus apuros. Lo demás, las afirmaciones de Reagan de que respeta la no intervención y las alusiones a la necesidad de retirar "a los elementos extranjeros", incluyendo los norteamericanos, no es sino retórica, desmentida por la ostensible y creciente presencia militar en Centroamérica. Y la réplica de su interlocutor, Miguel de la Madrid, a pesar de marcar una cierta distancia de la posición norteamericana, no supone una oposición radical a la política de la Casa Blanca. Y es que quizás no anden tan degencaminados los observadores que estiman que la posibilidad de una política exterior mexicana auténticamente independiente desapareció el mismo día que comenzó a bajar el precio del petróleo y a dispararse el valor del dólar.

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