Incendios forestales
Son cada vez más frecuentes los comentarios que en España se alzan en torno a los incendios forestales. Es lógico. España se desertiza sin que nos demos cabal y seria cuenta de ello. Un fondo de frívolidad preside el espíritu de las revistas de prensa, de la radio y de la televisión. Y aunque parece más frecuente el enfoque del tema, son comentarios aislados y mínimos dentro de la información general. Se airean procesos, secretos de alcoba, deportes y naderías que poco importan, mientras se silencia, se olvida algo que es la vida del país. España se acaba.Si los bosques desaparecen en la actual progresión, de aquí a pocos años no quedará un árbol. No habrá fauna, no habrá caza; no lloverá porque no habrá masas arbóreas que atraigan el agua; la poca que caiga se llevará la escasa tierra fértil que quede; si no hay agua, no hay energía. Sequía total y oscuridad. Enfermedades -ya están saliendo- Tendremos que comprar energía y agua, pero ¿con qué recursos? Porque si no hay naturaleza no habrá cultivos ni producción y no se generará riqueza. Será la muerte del país. Obsérvese cómo de vez en vez se descubren en el Sáhara restos de ciudades que allí hubo. Donde hay desolación hubo vida. Y la vida se fue. Puede suceder aquí. Y una de las causas de esta continua muerte lenta puede ser la ancestral falta de educación del pueblo español, tan adulado en época de elecciones diciéndole que es el mejor. Y no lo es. Padecemos siglos de incultura. Y lo estamos pagando; estadísticas cantan. El español es aficionado a quemar o talar el árbol, a perseguir animales. Se carga el árbol que cubría España y donde moraba la ardilla que de árbol en árbol cruzaba en diagonal el territorio.
Y existe una forma fácil de hacer algo positivo. Fácil y gratuita. En las escuelas, a diario, y no por parte de un profesor especializado, sino todos y cada uno de los maestros, si sienten su vocación, dedicar unos minutos, cinco, diez, los necesarios, a hablar a los alumnos, a imbuir en sus mentes la idea de portarse como personas, no como animales. Y obsérvese cómo los animales son mejores que las personas. Un animal no tiene maldad, no hace el mal por gusto ni por cálculo. Sus actos vienen obligados por sus necesidades. El animal, sobre todo, claro es, el doméstico, es un perfecto amigo y colaborador del hombre. Pero el hombre es algo que a veces merece un calificativo que habría que inventar. No el de animal, pues llamar animal a eso que quema un monte es insultar a los animales. Si, volviendo al tema, en la escuela, en el colegio, se habla al alumno y se le convence para que sea cortés, que respeta a los mayores, que no dé espectáculos de bochorno en el autobús, en el metro, en la calle, que no se cargue árboles, que no patee jardines, que no maltrate a perros, gatos o pájaros. Si a esta tarea la acompañan espacios televisivos en horas de gran audiencia, a las 10 de la noche y pidiendo que estén presentes los niños, y se conciencia y se educa, y no precisamente en temas sexuales, que eso es secundario y estamos ante un problema vital. Si, en definitiva, se hace una labor machacona si se quiere, pero necesaria, sin mirar el reloj porque el tiempo pase, como se hace con frecuencia cuando alguien dice cosas interesantes que requerirían más tiempo, ese tiempo que no se regatea cuando se habla de fútbol. Si..., evoquemos a Rudyard Kipling; puede que al cabo de un año, de dos, los niños, los jóvenes, se den cuenta de lo equivocado de muchas conductas ancestrales; puede que tuviéramos gente, no gentuza; puede que, en definitiva, hubiera pueblo, tal vez no docto en temas científicos o literarios, pero un pueblo consciente que constituyera una sólida base sobre la cual comenzar a construir lo destruido. Ya lo adviertieron Balmes, Joaquín Costa, Olavide, y se murieron de asco. Pero recordemos la frase de Ramón y Cajal: "Repoblar los montes y poblar las mentes constituyen los ideales que debe perseguir España para fomentar la riqueza y alcanzar el respeto de las naciones".
Insístase en la educación, si cabe más que en la cultura. Que ello sea tema principal de todos, desde arriba hasta abajo; a ver si salimos de la cafrería. Que en el Gobierno se confien esos menesteres al mejor, y no, como desde siglos, al menos importante/
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