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Tribuna:Las 'manchas' del campo español / 1
Tribuna
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Los monocultivos ahuyentan a la población

Restando la isla de Madrid y el estancado y pequeño oasis vallisoletano, así como el eje ibérico, situado en las márgenes del río Ebro, que a manera de un istmo de pujanza interior une el Norte vasco-navarro con Cataluña y la comunidad valenciana, todo el inmenso resto de la España interior, que representa casi el 75% de su superficie, se encuentra inmerso en situación tal que se puede hablar sin exageraciones de que en nuestro país se ha creado un verdadero tercermundismo interior. Sea cual fuere el indicador económico o de equipamiento social que tomemos y aun más notoriamente si elegimos los de mayor importancia (densidad población, renta, saldos migratorios, empleo en los distintos sectores de la producción, producto interior bruto, aportación a la economía nacional y un largo etcétera) podemos comprobar cómo esa España interior ocupa los últimos lugares en el ranking nacional... o los primeros, si es que seleccionamos los datos por sus indicadores negativos.Si nos fijamos con cierto detenimiento podemos comprobar cómo en esa España interior se repite constantemente un mismo hecho: son tierras donde se yuxtaponen o superponen unos cultivos específicos explotados en régimen extensivo y que hacen de los mismos el cultivo rey del que se obtienen los mayores beneficios y a los que se dedica la mayor parte de la actividad.

Son cultivos que existen en otras zonas o regiones, pero donde se laboran asociados a otros productos. No constituyen ya manchas, sino meras motas que salpican su geografía. En ciertos casos, además, donde esos cultivos no son extensivos tienen una calidad muy superior: así, el vino de la Rioja es incomparablemente superior al manchego, o los aceites aragoneses tienen mucho mayor aprecio que los andaluces, y aun para el modesto corcho se lleva la palma Gerona, donde además de ser materia prima se industrializa, mientras que el corcho extremeño es exportado a Cataluña.

Otro aspecto concreto de la mayor significación nos viene dado por el hecho de que en el reino de las grandes manchas el empleo en la agricultura tiene más representación que el industrial o el de servicios y también el que la productividad por persona empleada en la agricultura es inferior. Es decir, que la España industrial y de servicios cuenta, además, con una agricultura mucho más rica y diversa que, al ser industrializada, deja un alto valor añadido y que, por último, esa mayor producción se obtiene con menos mano de obra, por lo que la productividad se multiplica.

Conviene asimismo fijarse en un hecho de la máxima importancia: en términos porcentuales, han sido las regiones de Castilla-León, La Mancha y Extremadura las que arrojan los más altos índices de emigración en lo que va de siglo y, además, las únicas regiones donde esa emigración ha supuesto pérdida absoluta de población: es decir, Galicia o Andalucía presentan índices de eni¡gración casi similares, pero, pese a su sangría humana, han ido ganando población total censo tras censo, mientras que ambas Castillas y Extremadura son las únicas regiones españolas que se desertizan poblacionalmente. Hay provincias y aun regiones enteras -las citadas- que parecen haber llegado al punto de no retorno: aquel desde el que ya es imposible fundamentar ningún despegue porque sin población -y más población cualfficada- nada es posible. El número de habitantes (y la existencia entre ellos de capas especializadas, formadas técnica e intelectualmente, etcétera) de un espacio físico cualquiera es la base de la fuerza de trabajo y, por tanto, junto a su nivel de cualificación, estructura sectorial y otras características, es uno de los indicadores más válidos para examinar su grado de desarrollo y sus posibilidades, tanto al presente como en el futuro.

Por último, no parece ocioso detenerse, aunque sea brevemente, a considerar que no puede tenerse por casual que aquellas regiones donde sus sociedades acertaron a establecer leyes, usos y costumbres que impidieron la acumulación de la tierra en unas pocas manos son las que en España -y por supuesto en otros espacios mundiales- han alcanzado, amén de un mayor dearrollo agrícola y ganadero y el consiguiente mejor nivel de vida para sus propietarios o asalariados, una más equilibrada estratificación productiva y social. Es decir, que allí donde la gran propiedad no existe, la productividad es mayor y más notoria su diversificación y riqueza, lo que igualmente posibilitó un desarrollo mucho más equilibrado de su economía y de su sociedad. En España podemos comprobar cómo donde hay latifundio y/o cultivos extensivos las manchas de pobreza, las bolsas de atraso y subdesarrollo, alcanzan los más altos grados.

El régimen de explotación y propiedad de la tierra es determinante en cualquier sociedad de su grado de desarrollo y bienestar o justicia social. No hay región española que no sea un ejemplo acabado de lo antedicho-. Y ahora, en época de crisis, nada de extraño tiene que la tierra vuelva a recuperar su protagonismo histórico, y temas como el de la reforma agraria, el empleo agrario y las agitaciones campesinas se planteen con mayor virulencia. Para muchas regiones españolas la cuestión agraria sigue siendo una asignatura pendiente.

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