El día de la prueba de fuego
El día en que Julio Iglesias iba a pasar su prueba de fuego en España, es decir, ayer, amaneció ventoso y algo nublado. Pero eso no fue lo peor. Lo peor es que en ninguna terraza, bajo ninguna palmera, junto a ninguna piscina pudimos descubrir a la Condesa Rosa. Es éste un personaje que resulta característico en la isla desde que Julio Iglesias puso sus pies en ella.
Groupie de lujo, esta dama sexagenaria, la excentricidad de cuyos atuendos sólo compite con la ferocidad obsesiva con que se lanza a perseguir al cantante de país en país, tiene dos rasgos esenciales, el primero de caracter mítico: como en la película El crepúsculo de los dioses, dispone de un chófer que es su ex marido; el segundo rasgo de la dama es que siempre que puede soborna a los músicos de Julio -todo lo más, con una cena- para que le cuenten en dónde puede asaltar a su ídolo.
La Condesa Rosa, sin embargo, ayer no se dejó ver, y hubo quien dijo que se encontraba sumergida en un baño de fango milagroso para aparecer por la noche en el auditorio de Palma de Mallorca hecha un brazo de mar.
Al margen de tan insistente admiradora, faltaban dedos en las manos para contar a los seguidores de fárnaque se iban a dar cita en el auditorio. Soraya, sin ir más lejos, se estaba dando brillo a los famosos ojos verdes para chupar plano como se merece en la platea. Iñigo, sin bigote y con novia nueva, Pilar, ex mujer de Pedro Ruiz; José Luis Uribarri, aunque a la hora de redactar estas líneas todavía no se sabía si iba a aparecer con Carmen Harto, ex de Gonzalo de Borbón; Cary Lapique y Carlos Goyanes, varios ministros, Gregorío Peces-Barba, el ex presidente Suárez más 14 familiares y amigos, más jeques, jeques y jeques, que se calculan en número de alrededor de un centenar.
Por cierto que el ministro Barrionuevo, que abandonó la isla antes del recital, no lo hizo sin que su señora, extraordinaria fan de Julio Iglesias, se llevara consigo el nuevo álbum del cantante, obtenido gracias a la gestión de uno de los guardaespaldas karatekas del ministro del Interior.
Hay que decir también que otros allegados se disponían a presenciar la histórica y pelín histérica reaparición de Julio: José María García, alias Butanito, cuñado de Alfredo Fraile, el manager de Julio; Rosario de la Cueva, madre del cantante, y el prestigioso ginecólogo doctor Iglesias, padre del ídolo, a quien cariñosamente se le conoce, en recuerdo a Kung-fu, como El Pequeño Saltamontes. Dicho sea de paso, cada vez que alguien preguntaba a la organización: "¿Viene el padre de Julio Iglesias?", una voz anónomia replicaba: "Nos tememos que sí". Y es que el doctor Iglesias está empezando a ser conocido en toda la Península y en las islas como o terror das ninhas do lugar.
Punto y aparte merece la profesionalidad de Julio Iglesias, que estos días se ha dejado la melena -por cierto, muy bien moldeada por Douglas, su peluquero yanqui- en los ensayos que se han ido desarrollando en el auditorio de Palma de Mallorca.
Con lo que él llama sus viejos maestros y sus jóvenes maestros, es decir, los músicos alquilados especialmente para esta ocasión y los que le acompañan siempre -más un cuarteto de mujeres que cantan como diosas, en especial una mulata absolutamente enervante-, Julio Iglesias puso a punto hasta el mínimo detalle del show que ofreció anoche a beneficio de la Fundación Reina Sofía.
Julio, a la hora de afinar a sus músicos y de exigirles más y más y más, tiene un estilo verdaderamente anglosajón, muy alejado del toque latino del aquí estoy porque soy el mejor y berreo porque me sale de las narices. Eso explica que en los ensayos los músicos y las voces del coro sonaran con tanta perfección como en la función definitiva.
El repertorio de Julio es de los que sirven lo mismo para un ba rrido que para un fregado; eso sí, en cualquier coliseo del mundo. Porque hay que tener seguridad en uno mismo para pasar de cantarle a Galicia, tierra de su padre, a marcarse un As time goes by, de la película Casablanca, a medias con la mulata en cuestión; y de ahí, a recordar a Nathalie, que fue su novia hace dos años, y, de repente, sin previo aviso, atacar el tema de Sara, de Lo que el viento se llevó, con una letra más bien tontorrona, pero en inglés, que estrenó con gran éxito en Los Ángeles, en la fiesta de cumpleaños de Kirk Douglas.
Si en los ensayos Julio Iglesias lució atuendos veraniegos, tipo vaquero blanco, camiseta blanca y cazadora liviana roja -los pantalones, siempre un poco cortos, porque ésa es su superstición-, en la gala vistió impecable traje negro de alpaca, uno de los 18 trajes del mismo modelo creados por un modista italiano que se: ha traído para su gira por España.
El debú en Mallorca estuvo marcado por el signo de la sobriedad y amistad. Me explico. Julio Iglesias estuvo muy, muy serio en lo que se refiere a las damas.
A las cuatro muchachas del coro, incluida la nueva adquisición, Hillary, las trató con admirable y cortés distancia. Julio sólo estaba para el trabajo y los arnigos,,y ni la tahitiana Vaytiare ni ninguna otra beldad, ni siquiera la Condesa Rosa, lograron apartarle del regio y cabal cumplimiento de su deber.
Julio Iglesias, por otra parte, está encantado, en general, del trato que le está dando la Prensa. Al margen de que hay quien le ha atribuido amenazas etarras -declaraciones que él nunca hizo, amenazas que nunca existieron-, está como un chico con zapatos nuevos porque lo que él considera Prensa de izquierdas se ocupa con seriedad de "un chico de derechas como yo". Lo cierto es que Julio Iglesias en este momento, derrames petrolíferos al margen, constituye uno de los acontecimientos punteros que se producen en el país. Lo que ocurre es que el éxito de su empresa está desbordando a la misma empresa; es decir, a él.
El que fue ayer día D y hora H para Julio Iglesias fue para todos algo más que un hito en el calendario veraniego: fue el principio de un hacer las Españas que Julio Iglesias tenía previsto en alguna página de su agenda.
Babelia
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.