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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El desafío de Craxi

ITALIA TIENE desde hoy un nuevo Gobierno, que es el número 43 desde 1948 y, como el anterior, es una coalición de centro-izquierda, una fórmula ensayada hasta la saciedad desde 19163 con la voluntariosa pretensión de romper la situación de bloqueo político que sufre el país. Pese a lo reiterado de la tentativa, no puede decirse en esta ocasión que nos hallemos ante uno más en esa interminable lista de Gabinetes iguales a sí mismos de estos últimos veinte años, porque la versión de hogaño reviste una importante novedad: por primera vez en la historia de la República italiana un socialista, Bettino Craxi, se encuentra al frente del Gobierno y lo hace con el objetivo prioritario de introducir un factor de cambio, de agitación reformista, que sirva para romper el círculo vicioso que encorseta la vida política nacional y garantice la estabilidad y la gobernabilidad del país.Este anhelo se ha visto reflejado en los resultados de las elecciones legislativas del pasado mes de junio, en las que se registró un nutrido voto de protesta contra el agotamiento de fórmulas bien conocidas y de castigo al que sigue siendo el primer partido, la Democracia Cristiana (DC), que sufrió la más grave hemorragia de sufragios de su historia. Fue eso lo que permitió a los socialistas, que mejoraron posiciones por debajo de sus expectativas, alcanzar la jefatura del Gobierno, cosa que hubiese sido muy difícil sin el bajón democristiano.

La DC ha tenido que resignarse a la alternanza;, es decir, la conducción del Gabinete por otro de los socios de la coalición. Ya lo hizo en el período 1981-1982 con el republicano Giovanni Spadolini, primer jefe de Gobierno laico (no democristiano) y pagó luego un alto precio electoral. Ahora corre el mismo riesgo con Craxi, pero necesita un período de estabilidad para terminar su proceso de renovación interna y alejar el fantasma de una alternativa de izquierda pilotada por el partido comunísta.

Los problemas que debe afrontar el nuevo Gobierno son ingentes: grave situación económica, terrorismo, delincuencia criminal organizada, corrupción y una crisis de confianza del ciudadano hacia la res publica. Ante todo ello, la debilidad de Craxi en la línea de salida es evidente: se da la paradoja de que el PSI, con el 11,4% de los votos (32,9% la DC) y 73 diputados sobre 630, ostenta ahora la presidencia del Consejo de Ministros y la de la República..

Por eso Craxi, junto a elementos novedosos íntroducidos en la formación gubernamental (catorce ministros no estaban en el anterior Gabinete y ocho no han ostentado jamás una cartera, algo que siempre es celebrado en Italia), ha tenido que aceptar las tradicionales formas de reparto del poder entre los partidos y sus corrientes intemas. En el actual Gabinete, formado por democristianos, socialistas, republicanos, socialdemócratas y liberales, la DC cuenta con la mayoría absoluta de las carteras (16 sobre 30), mientras los socialistas cuentan con seis.

El dirigente socialista ha tenido que plegarse, por añadidura, a las líneas maestras de la polítca de rigor económico que desde postulados conservadores exigieron democristianos y republicanos. Una política que, lógicamente, encontrará la hostilidad de la poderosa confederación sindical y será combatida sin medias tintas por los comunistas, que acusan a Craxi de haberse dejado encerrar en una jaula de oro.

Para guardarse las espaldas, el dirigente socialista ha formado uno de los Gobiernos italianos con mayor grar do de representatividad política, en lo que se refiere a la presencia de los grandes pesos pesados de los partidos (en él figuran tres secretarios generales de partidos y tres ex presidentes de Gobierno), para que la responsabilidad de un eventual fracaso de la formación gubernamental, con tono que puede calificarse de reformista-conservador, no queme sólo a los socialistas.

Craxi debe dar también una nueva formulación a la política a la italiana si quiere remontar el bache de confianza por el que atraviesa la sociedad italiana, que sacude a partidos y Gobiernos; huir de la política clientelista a la que el PSI no se ha sustraído, y demostrar que su aspiración a la dirección del país es para albo más que para tener un pedazo más grande en etreparto de la tarta.

Es todo un desario para el joven dirigente socialista, cuya principal baza es su fuerte personalidad y su protagonismo en una sociedad en la que estos rasgos cuentan mucho a la hora de hacer política. Es mucho lo que se juega. Es un corredor de fondo cuya dureza, rayana a veces en el autoritarismo, le ha servido para imponer una línea muy personal contra viento y marea. Si tiene éxito y consigue introducir algunos cambios, su estrategia de un socialismo autónomo de las dos grandes fuerzas políticas italianas, comunistas y democristianos, habrá dado un gran paso y abrirá el camino hacia reformas más sustanciales. Su fracaso puede arrojar al PSI al papel de aliado en precario de uno de los dos partidos dominantes.

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