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Fallece el actor norteamericano Raymond Massey, el secundario que fue estrella

Los grandes actores secundarios mueren, como los elefantes, a edad avanzada. A la edad de los que han resistido, de los que lo han hecho todo, de los que lo han demostrado todo. En esa escala, mal llamada de complemento, el norteamericano Raymond Massey había conocido la excelencia en una carrera de más de cincuenta años que le había paseado por el cine, la televisión y los escenarios. El viernes pasado Massey, el intérprete de figuras de la historia norteamericana como Abraham Lincoln y John Brown, fallecía a los 86 años en su casa de Beverly Hills, California, en absoluto olvidado de los buenos aficionados.

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Raymond Massey, actor

Raymond Massey era uno de esa legión de actores especializados en supporting roles, papeles de apoyo o de reparto que, con frecuencia, más que apoyar le robaban la película al protagonista. Un actor de escuela, aunque en sus tiempos no se estilara el actor's studio, que había recorrido toda la gama de la interpretación desde papeles de amigo del chico hasta los de villano en general como oficial nazi, científico peligrosamente inestable, negociante sin escrúpulos. Una travesía en la que había visitado el western, como en Dallas, ciudad fronteriza, la ciencia-ficción al estilo de La vida futura, el drama social en El manantial, y la reconstrucción histórica en Abe Lincoln en Illinois y una versión en dos entregas de la vida del abolicionista John Brown.En el teatro interpretó a Strindberg, Shaw, MacLeish, O'Neill y Sherwood. Con todo, la crítica no siempre fue benévola, como cuando osó incluir a Shakespeare en, su repertorio con la interpretación del Bruto de Julio César. En televisión se le vio en España en un papel de médico maduro en la serie Dr.Kildare, que protagonizaba Richard Chamberlain.

Raymond Massey se había hecho a sí mismo empezando por su cara; un rostro tallado a senderos carnosos casi de bulldog, especialmente idóneo para expresar la distancia, la imperturbabilidad, la emoción solapada, la aristocrática villanía, y también el sarcasmo veterano del gran corredor de fondo.

Es una generación, la de Massey, de la que en los últimos años ha desaparecido la mayoría de sus componentes. Nombres como los de Thomas Mitchell, Walter Brennan, Walter Slezak, Jack Carson y tantos otros que ti la industria, el azar o sus tan peculiares aptitudes no les hubieran convertido en los primeros segundos actores de la pantalla, habrían crecido hasta ser Henry Fonda, James Cagney, o alguno de los Barrymore. Era una época de movilidad relativamente escasa entre los primeros y los segundos escalones de la profesión en la que, difícilmente, un Lee Marvin o un Charles Bronson podían emerger de sus matizadas oscuridades para alcanzar el estrellato. Los espectadores no hemos salido perdiendo con ello.

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