El Rey destacó, en la ofrenda al apóstol Santiago, la necesidad de honrar a la bandera de España
La necesidad de honrar a la bandera de España, "que hemos jurado con unción y no podemos consentir que sea ultrajada", fue subrayada ayer, durante la ofrenda nacional al apóstol Santiago, por el rey Juan Carlos I, quien zanjó con su presencia en la catedral compostelana la polémica abierta días atrás entre la Administración central y la autonómica por la designación del delegado del Gobierno en Galicia, Domingo García Sabell, como oferente en representación real.
Visiblemente cansado tras varias horas de vuelo desde Caracas a Santiago, el Rey instó a todos a no perder tiempo en "minúsculas rencillas", aunque en ningún morriento aludió de modo explícito al conflicto que había motivado su escala en la capital gallega al regreso del viaje oficial a Venezuela.De acuerdo con una norma no escrita establecida en la práctica por los últimos oferentes, el Rey utilizó la obligada fórmula retórica de invocación al apóstol para referirse a algunos de los problemas de España -la ofrenda se hace en nombre de la nación- y a la necesidad de alcanzar como objetivos la paz, la solidaridad, la libertad y la justicia. "Ayúdanos", dijo, en una aparente referencia a recientes sucesos ocurridos en el País Vasco, "para que todos sepamos respetar nuestras tradiciones singulares y nuestros símbolos gloriosos; para que honremos la bandera de España, que es representación de nuestra unidad y depósito de nuestra historia. Una bandera que hemos jurado con unción y no podemos consentir que sea ultrajada".
Ante una amplia representación oficial, encabezada, según un cuidado protocolo, por el presidente de la Xunta, Gerardo Fernández Albor, y los ministros de Justicia, Fernando Ledesma; Defensa, Narcís Serra, y Cultura, Javier Solana, el Rey reiteró en distintas ocasiones una doble petición de paz para España y el mundo.
En lo que fue interpretado como respuesta indirecta a las críticas formuladas por uno de los vicepresidentes de la Xunta a la Casa Real con ocasión del nombramiento de Domingo García Sabell como delegado regio en la ofrenda, el Rey hizo numerosas alusiones a Galicia, "tierra. abierta", para la que pidió la bendición del apóstol.
Solventar "pequeños recelos"
"Es mucho y muy grande lo que hay que hacer", dijo en uno de los párrafos más significativos de su ofrenda, "para que perdamos el tiempo y el esfuerzo en minúsculas rencillas, en insignificantes preocupaciones, en pequeños recelos". El delegado del Gobierno en Galicia, Domingo García Sabell, protagonista pasivo de la polémica que decidió al Rey hacer personalmente la ofrenda, esbozó una sonrisa cuando el don Juan Carlos dio lectura a esta parte de su invocación al apóstol. La suave reconvención aparentemente implícita en la frase no provocó, por otra parte, ningún tipo de reacción gestual en los miembros de la Xunta -prácticamente, al completo- ni en los tres ministros que representaban al Gobierno.
Un "¡Viva el Rey!" a la conclusión de la lectura de la ofrenda, fue aplaudido por todos los asistentes que llenaban la catedral desde varias horas antes de la una de la tarde, hora de llegada de la comitiva real a la plaza del Obradoiro.
El murmullo de conversaciones, que no cesó siquiera durante la intervención del Rey, casi inaudible en ocasiones por un defecto de potencia de la megafonía, dio,junto a los aplausos que se repitieron tras el funcionamiento del botafumeiro, un extraño carácter entre religioso y festivo a la celebración.
El obispo auxiliar de Santiago, Antonio Rotico -administrador de la sede apostólica, desde el nombramiento de Ángel Suquía como arzobispo de Madrid-Alcalá-, apoyó su respuesta, de contenido estrictamente religioso, salvo alguna ocasional alusión a la autonomía gallega, a numerosas citas textuales del papa Juan Pablo II. Monseñor Rotico agradeció de modo particular a los Reyes su presencia en Compostela, "venciendo no pocas dificultades y aun a costa de no pequeños sacrificios". Concluido el acto, que se desarrolló con algunos problemas de organización derivados en apariencia del escaso tiempo disponible para prepararlo, el Rey partió, pasadas las tres de la tarde, hacia el aeropuerto de Labacolla, desde donde reemprendíó viaje a Madrid.
A su llegada a Madrid, los Reyes fueron recibidos por el presidente del Gobierno, Felipe González, acompañado por representantes de los tres Ejércitos y del Ministerio de Asuntos Exteriores. También acudió el alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván. Tras pasar revista a una unidad mixta de los tres Ejércitos, los Reyes se trasladaron en helicóptero al palacio de la Zarzuela.
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