La jubilación del 18 de julio

Sólo un país con cierta vocación de amargura, como el nuestro, puede regodearse en su propio masoquismo de celebrar, año tras año, el desencadenamiento de una guerra civil como la que estalló dramáticamente -no vamos a expurgar responsabilidades a estas alturas- un 18 de julio de 1936.Por fortuna, la modernidad necesaria que había de sobrevenir al socaire del cambio político hacia la democracia, ha arrasado la mitología de la guerra, y sólo un simbólico millar de personas conmemoraba en Madrid, en un cine de dimensiones normales, un hito que convocaba no hace mucho a verdaderas muchedumbres.

La democracia tiene ya sus fechas, cargadas de ilusión colectiva. Fechas que no precisan de recordatorios multitudinarios ni de mitinescas demagogias para marcar su impronta. Por ello es de esperar que la sociedad de este país renúta piadosamente al olvido viejos aniversarios que ya nada significan -incluso el del 20-N, de agridulce sabor- y se agolpe no en pos de nostalgias, sino alrededor de la esperanza que todos tenemos derecho a abrigar; una esperanza que pasa por la maduración y consolidación del régimen democrático. Es bien significativo que, precisamente un 18 de julio, se hayan reunido el presidente del Gobierno y el líder de la oposición, sin que haya existido ni una sola referencia a una fecha definitivamente jubilada de las agendas políticas de los españoles de hoy. De los de ayer, casi no quedan.

19 de julio