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Ecologistas y sindicalistas, enfrentados por la caza de ballenas en las costas gallegas

Manuel Rivas

La presencia de un sindicalista en la reunión de la Comisión Internacional Ballenera tiene un especial significado: los sindicalistas de CC. MM, representando a los trabajadores de Caneliñas y Balea, las dos únicas factorías balleneras que aún operan en la Península, ambas de la empresa IBSA, del vigués Juan José Massó, mantienen posturas discrepantes con los ecologistas gallegos y abiertamente enfrentadas con la organización internacional Greenpeace. Con la reducción del cupo y la caza cero a partir de 1985, acordados en Brighton el pasado año, IBSA ha avanzado los planes de desmantelamiento. Dos vicios balleneros, el Lobeiro y el Carrumeiro, esperan el desguace en un muelle de Cangas, y la amenaza del desempleo empieza a hacer mella en el ánimo de los trabajadores. La Administración le ha aceptado a IBSA un expediente de reestructuración por causas tecnológicas, después de rechazarle uno por causas económicas.

El dilema trasciende a otros sectores de la vida gallega. "Nosotros respetarnos a los ecologistas", dice Romualdo Irixoa, un marinero que comenzó a traba jar de chaval en el mar de Corme y que ahora se dedica en cuerpo y alma al sindicato; "yo mismo me considero de izquierdas y ecologista, pero nuestra obliga ción prioritaria es defender a los trabajadores; con ellos en la calle, ¿qué hacemos?" Es el drama entre el sentimiento y la necesidad, entre dos conciencias, aunque Irixoa no acepta este dilema: "Nuestra postura de mantener una caza controla da está avalada por científicos, con 150 ballenas anuales para Galicia no hay peligro de extinción; el peligro está en los países que mantienen una postura hipócritamente conservacionista como Estados Unidos, para luego ampliar su industria con el subterfugio de la llamada pesca aborigen, que practican los esquimales de Alaska".

Al ser preguntado si en la reunión de Brighton los sindicatos estarán de acuerdo con Massó el sindicalista comenta: "Tenemos nuestra propia perspectiva, aunque en la cuestión del cupo y de mantener un mínimo de capturas que garantice los puestos de trabajo sí coincidimos. Y suponemos que ésa será la postura de la Administración, porque es necesario que la Administración se defina claramente: si se acepta la moratoria, se debe proceder inmediatamente a una reestructuración del sector, reconociendo a favor de los trabajadores los máximos derechos que la legislación concede para los despidos sin causa justa, con una jubilación del cien por cien para los mayores y con cursillos de readaptación para los más jóvenes Lo que no podemos permitir es la demagogia a nivel internacional y la pérdida del pan en la propia casa".

Realidad y leyenda

La explotación ballenera, de una forma intensiva, comenzó en Galicia en los siglos XIII y XIV, y en esta consolidación fue definitiva la influencia de los pescadores vizcaínos. La pesca de la ballena ha conformado una mitología, presente en motivos artísticos y en leyendas populares, que se mantienen vivas en villas de arraigada tradición marinera, como Cayón, Malpica o Corrubedo. En la propia Ría do Pasaxe, brazo interior de la bahía coruñesa, existían bases balleneras. La selectiva emigración catalana a Galicia, en los siglos XVIII y XIX, se hizo con el control de la explotación, al igual que sucedió con otras actividades del sector pesquero y conservero, imprimiéndole una dinámica industrial. El arpón fue arrumbado, y en 1864, como un símbolo de los tiempos, fue introducido desde Noruega el cañón actual.En la caza de la ballena es primordial la labor del vigía. El surtidor de la ballena llega a alcanzar seis metros, siendo visible por tres segundos aproximadamente. Estos cetáceos suelen viajar por el Atlántico en grupos de seis o siete, normalmente aparejados, al contrario del cachalote, que se desplaza por los océanos con su harén de hembras y su cohorte de crías. Esos tres segundos son vitales para el vigía, que, incorporado en la cofa del ballenero, alerta al arponero.

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Cerrada Setúbal (Portugal) y Bezúri (Algeciras), Balea y Caneliñas sirven de únicas bases a ese ritual anual, entre junio y septiembre, duramente criticado por los defensores de la naturaleza, que consideran en serio peligro la extinción a ese plácido e inteligente mamífero que surca los océanos. Remy Parmentier, dirigente de Greenpeace, es rotundo en sus declaraciones a EL PAIS: "Hay que apelar a la civilización; el mundo no puede permanecer impasible mientras se practica la depredación y se camina a la extinción de una especie. Cada año se cazan más de 7.000 ballenas en los mares, y no vamos a cejar hasta impedir que se consume una tragedia irreversible. Esa es nuestra obligación. Dígase lo que se diga, tenemos nuestros propios estudios: la ballena que se pesca en Galicia es una de las más amenazadas de extinción, y en Brighton defenderemos la moratoria como única solución para impedir que se consuma este crimen con la naturaleza".

Parmentier no se muestra insensible al problema social que conllevaría el cierre de IBSA y se lamenta de otras intepretaciones: "¿Cómo vamos a ser ajenos al bienestar humano? Es nuestro móvil". "Ocurre", dice, "que el Gobierno español, Massó y los sindicatos deben estudiar alternativas desde este momento; sabemos que se nos acusa de estar manipulados, de ser agentes de fuerzas extrañas, pero son infundios interesados, porque nosotros defenderemos las ballenas en las costas gallegas y donde haga falta".

Una larga batalla

La guerra Massó-Greenpeace ha conocido situaciones de tensión, como cuando los ecologistas pretendían filmar el desguace de una ballena en la factoría de Balea. Sin embargo, Parmentier rechaza con vehemencia el uso de medios violentos en la lucha ecológica y, en su momento, su organización condenó el atentado con explosivos, que en 1979 dio con un ballenero de Massó en el fondo de las aguas del puerto de Marín, dejando muy malparado a un segundo. Todos en Galicia hablaron con extrañeza del suceso. La policía señaló que detrás del atentado había indicios de una mano experta. El caso nunca fue resuelto.El pasado año, en el reparto de Brighton, a España le correspondieron 150 ballenas. Con un peso medio de 20 toneladas, cada ballena da sustanciosos beneficios, según reconocen tirios y troyanos. Del animal se aprovecha prácticamente todo, y el producto es enviado en su totalidad a Japón, donde la carne de la ballena goza de gran aceptación. "Un ballenero puede dar al año, afirma Romualdo Irixoa, "lo que un pesquero del Gran Sol tarda en siete u ocho".

¿Qué sucederá en Brighton a partir del próximo lunes? Los más pesimistas hablan incluso de que ésta será la última reunión de la Comisión Internacional Ballenera. Países como Islandia, Perú, Japón y la URSS no parecen dispuestos a secundar la moratoria. ¿Cuántos años la última ballena podrá levantar su surtidor legendario en el mar céltico?

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