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Innecesarias obras faraónicas y escabrosos escándalos financieros

Hay otro Brasil, el Brasil del milagro económico de los militares, del futuro de gran potencia, del liderazgo en el continente latinoamericano. Entre los años de 1973 y 1982, Brasil realizó inversiones fantásticas en hidroeléctricas, centrales nucleares, carreteras, flota mercante, ferrocarriles, metros; todo a costa del capital extranjero. La deuda externa subió desde 12.000 millones de dólares en 1973 a 90.000 millones de dólares (1,3 billones de pesetas) a finales de 1982.

El milagro económico brasileño, tal como el régimen militar lo definía propagandísticamente ante la opinión pública, era muy sencillo: estimular el ingreso de divisas para fomentar las inversiones sin ningún sacrificio para el consumo interno. A primera vista, ese modelo puede dar como resultado tasas de crecimiento espectaculares. En 1973, por ejemplo, el producto interior bruto creció un 14%. Pero ocurrió que los errores de planificación de los recursos fueron tan grandes que se hicieron obras faraónicas sin ninguna necesidad. El puente entre Río de Janeiro y Niteroi, que costó más de 3.000 millones de dólares, considerado el mayor del mundo, con sus 4.000 metros, no sirvió para nada, ya que la población de Río y de Niteroi prefiere todavía el transporte en barcas, ya que es más barato que lo que hacen pagar por la travesía por el puente.Se construyó un ferrocarril para el transporte de mineral de hierro que costó más de 200 millones de dólares y no ha podido ser utilizado hasta ahora, siete años después del comienzo de su construcción, porque los errores de ingeniería fueron tantos que fue necesario rehacer algunos tramos varias veces. El ferrocarril del acero, como se le denomina, es un asunto que preocupa a los militares del Ministerio de Transportes.

Se produjo también el caso de la carretera transamazónica, que debería unir el Amazonas con el centro de Brasil. Se gastaron más de 1.000 millones de dólares en equipos, pero la selva fue implacable: las máquinas abrían la carretera, venían las lluvias y se abandonaban las obras durante seis meses. De esta forma, la selva volvía a cerrar lo que las máquinas habían abierto y todo retornaba a su punto incial.

Lo que no falta en Brasil son casos escabrosos de escándalos financieros en los que están comprometidas altas figuras de régimen o grandes empresarios vinculados al régimen militar. La mujer del ex gobernador de Sâo Paulo, Paulo Maltif, un fuerte candidato a la presidencia en estos momentos, era propietaria de la fábrica textil Lutfalla. Esa empresa, ahora en quiebra, recibió millones de dólares del Banco de Desarrollo Económico, de propiedad estatal, que sabía -según los informes elaborados por sus técnicos- que la empresa no podría recuperarse. Son tantos los escándalos, que es difícil decir cuál es el mayor. Entre los mas recientes destaca el de la CAPEMI (Caja de Seguridad Privada de Militares). Esta empresa y sus dirigentes militares obtuvieron de una manera poco ortodoxa la subasta para vender la madera noble que sería inundada por el cierre de las compuertas de la presa de Tucurui, una gran central hidroeléctrica en el norte del país.

El sueño de gran potencia

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En los comienzos de la década de los setenta, Brasil se comportaba a nivel de gobierno, como gran potencia. Apoyó golpes en Bolivia yasesoró policial y militarmente el golpe chilino del general Augusto Pinochet. Hubo, incluso, una gran ilusión, registrada por la Prensa, de que Brasil iba a ingresar en el club de los 20 países más ricos del mundo. Los militares que se adueñaron del poder por el golpe de 1964, montaron un sistema de autoritarismo militar asentado en la ideología de la seguridad nacional, con un plan de desarrollo de capitalismo dependiente totalmente de recursos ajenos.

El sistema militar detentó el control absoluto del país de 1964 a 1974, por disponer de un eficiente mecanismo represivo, que institucionalizó la tortura y eliminó cualquier forma de crítica o oposición. En el Gobierno de Garrestazu Médici (1969-1974) es cuando se alcanzaron los máximos niveles de autoritarismo. Algunos sectores de oposición de diferentes corrientes ideológicas intentaron la lucha armada a finales de la década de los 60, pero los militares reaccionaron con mano de hierro.

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