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Unas horas en Bomarzo

No hacía buen tiempo en Bomarzo cuando estuvimos allí. La llegada del verano se ha retrasado mucho este año; en el pueblo, el viento soplaba muy intensamente, y de cuando en cuando llovía. Hacía frío en Bomarzo, sin que su paisaje urbano sirviera para distraerte de modo suficiente, cosa que conviene cuando llueve en lugares que se han vivido y asociado con la luz y el color; así suele ocurrir en Toscana, a fin de que el pequeño malestar de los días desapacibles pueda dulcificarse en las calles y en los interiores de iglesias y palacios, donde tanto hay que admirar. Por eso el frío y la lluvia se hicieron menos molestos en Florencia, o en Arezzo y Roma. Debiéramos haber permanecido en Viterbo, incluso en Caprarola, o seguir viaje, sin detenernos, hacia la península de la Argentaria, pero nos plantamos en Bomarzo, no tanto por el interés de lo que veríamos, por la belleza del nombre, como por imaginar las huellas del duque Pier Francesco Orsini, llamado Vicino, según la novela de Múgica Laínez, y contemplar las fantásticas esculturas.Muy cerca de Viterbo y de Caprarola, a unos pocos kilómetros de Roma, se yergue "en su alto aislamiento" el pueblo de Bomarzo, con el desafiante palacio grisáceo de lis Orsini, que el día lluvioso hacía aún más tétrico y agresivo. Deliberadamente, quisimos ignorar la certeza histórica de la recreación literaria que del lugar hace Múgica Laínez, pensando que la calidad de la que en definitiva es una obra de ficción, escrita sin demasiada voluntad en seguir puntillosamente los datos reales, indudablemente superaría el interés por lo que efectivamente ocurrió y los hombres que allí vivieron en realidad. Además, en la zona central de la cultura de los etruscos -"el pueblo más indescifrable de la Tierra"-, que con tanta obstinación nos oculta hasta el significado de sus palabras, que tanta importancia dio a sus sepulturas, existe tal densidad en los estratos dejados por él mismo, por los romanos, los bárbaros, etcétera, que no vale mucho la pena esclarecer lo que Múgica Laínez llama el "imperio mágico de Bomarzo".

De Bomarzo es mejor leer antes el libro que ver el lugar, siempre que no se trate del propio Múgica Laínez, aunque sólo sea para decir eso que tan bien queda: "Estuve aquí otra vez, lo conocía ya". Al pie de la colina del palacio se encuentra el Sacro Bosque, el jardín de los Monstruos o la villa de las Maravillas, diferentes nombres, todos válidos, para designar un paraje verdaderamente inquietante y extrañísimo que de algún modo recordaría grupos escultóricos al aire libre en México o Camboya. Las enormes rocas al lado del río -"como monstruos quietos... quimeras familiares... lo único inmutable, lo único perdurable, lo único firme y cierto... como si fueran colosales seres humanos, como si fueran los míos que se habían desgarrado de mí para siempre y que, sin embargo, seguían allí inseparables de Bomarzo, hincados en el misterio fecundo de su tierra"- fueron labradas por Pirro Ligorio, que trabajó en San Pedro, en la villa de Este, en Tívoli, y en el casino que mandó que le construyera

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Unas horas en Bomarzo

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Paolo IV en los jardines del Vaticano; o por Jacopo del Duca, el discípulo de Miguel Ángel; a lo mejor, por el gran Vignola, el del cercano palacio de Caprarola, o por oscuros artesanos locales.

Lo accidentado del paraje, la humedad y el frío, las pérdidas de importantes elementos decorativos que en el jardín debieron de existir, han hecho que el Sacro Bosque, más que nunca, pueda significar un conjunto de figuras aisladas y terribles, verdaderamente superrealistas: "El superrealismo de mi creación... debe buscarse en fuentes telúricas, como las que provee la tradición etrusca local, o en homenajes sentimentales como el que suscita el elefante de Abul". El elefante está retorciendo con su trompa una figura humana; dos gigantes se enlazan en lucha; la Boca del Infierno, la Esfinge, la Sirena, la Casa Inclinada, la Tortuga, la Ballena, el Dragón al que acometen los galgos, el Neptuno, la Bella Durmiente... Sólo el Templo de Virginia, atribuido al Vignola, es capaz de darnos una pequeña sensación de clasicismo, es decir, de normalidad, en una serie de atormentado arte popular, de esculturas ciclópeas, las esculpiera uno u otro artista, que podrían servir perfectamente de escenario para alguna Divina comedia.

Muchas cosas y mucho tiempo han hecho que, al fin, el jardín de los Monstruos refleje la proyección literaria que Múgica Laínez quiso darle, que la ficción artística acabe sobreponiéndose a la realidad y no al revés. Y es que el jardín de los Monstruos es un lugar, al menos en los días pasados, tan triste y desbaratado como lo era el rencoroso y contrahecho duque de Bomarzo que lo mandara construir: "Soñé que estaba en un parque rocoso, poblado de enormes esculturas... Y en medio de los monstruos, los dragones, los titanes, que emergían de la fronda, experimentaba un alivio maravilloso". El musgo, la suciedad, las grietas, hacen a veces difíciles de imaginar las figuras, desde lejos parecen simplemente rocas, el suelo que las sustenta en algunos tramos ha cedido, la fuente se encuentra totalmente desnivelada... Destrozos ocasionados en la segunda guerra mundial han contribuido también a que las esculturas vuelvan lentamente a su primer estado rocoso, se difuminen las formas y retomen a la tierra.

Un propietario ilusionado hace lo posible por restaurar el jardín de los Monstruos "para que vuelva a ser la villa de las Maravillas", y a la entrada del recinto se han instalado taquillas para la compra de entradas, folletos y recuerdos para los turistas, bocadillos y refrescos en un barracón cercano. Afortunadamente, el día era tan desapacible que apenas se veía gente y en absoluto se nos ofrecían los guías turísticos, quizá entre ellos el que no hace mucho se jactaba ante el propio Múgica Laínez de su larga y buena amistad con el escritor. Pero en el pueblo nadie parecía haber leído el relato, ni tener gran interés en el jardín de los Monstruos o en las historias de Farnesios y Orsinis. En cuanto a los etruscos, la abundancia de los sepulcros ha hecho para los de Bomarzo, y para los arqueólogos incluso, que su descubrimiento sea algo por completo normal. Actualmente, con complicados medios técnicos, una especie de rayos X, se averigua lo que contienen las colinas de los sepulcros, para abrir sólo los más valiosos.

En Bomarzo, probablemente, no se trata de la ignorancia -pocas cosas proporcionan tanto orgullo a los italianos como la riqueza artística nacional-, sino de la tranquilidad de las personas que durante siglos han convivido junto a los edificios que unos consideraban monumentos únicos, y vivido historias que otros juzgaban espantosas o literariamente interesantes al menos. No dejarán de frecuentar el lugar unos y otros. Y en nuestro caso se trataba no de acudir a los lugares de moda ni a los que aparecen destacados en la historia del arte y los libros para turistas, sino a aquellos más bien mitificados por el cine y la literatura, como Volterra y San Geminiano, algo que resulta provechoso aunque el tiempo sea insoportable y a veces se confiese la pequeña desilusión; "no era para tanto".

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