El museo del patio cordobés
Los patios y jardines del palacio de Viana ya forman parte del patrimonio artístico de la ciudad de Córdóba
El Boletín Oficial del Estado del pasado 27 de marzo, con un decreto acordado en Consejo de Ministros por el que se declara Jardín Artístico el conjunto de patios y jardines del palacio de Viana o de Las rejas de don Gome, en Córdoba, movilizó a entidades y ciudadanos para que, tras su restauración y cuidados, se convirtieran en la actualidad en uno de los lugares más visitados por el turismo cultural. Tras su compra a los difuntos marqueses por la Caja Provincial de Ahorros, palacio y patios son hoy propiedad de la citada institución de ahorro, vinculada a la Diputación Provincial y, por tanto, a Córdoba y su provincia. Se trata de los primeros jardines privados que el Estado acoge bajo su protección, que se ejercerá a través del Ministerio de Cultura por su Dirección General de Bellas Artes.
Palacio y jardines pudieron quedar para siempre en manos privadas. En 1978, en el semanario Jours de France se insertaba un anuncio con referencia al hotel Plaza de Biarritz en el que se ofrecía en venta en "Córdoba (España) magnífico palacio del siglo XV, enteramente amueblado alta época, colecciones de tapices, cuadros, porcelanas, armas antiguas, 11 patios floridos, jardín, rosaleda...". Remitida la publicación francesa al diario local, que recogió la noticia en una información de Francisco Solano, la ciudad entera se movilizó. Las fuerzas de la cultura hicieron guardia ante el despojo inminente. Y los camiones de transportes internacionales se marcharon de vacío, dejando para Córdoba los tapices de Goya y gobelinos, los guadameciles y cordobanes, el mobiliario, la colección de porcelana de la Compañía de Indias y todas las maravillas de sus numerosos salones, gabinetes y galerías. Pero, sobre todo, se consiguió mantener vivo el mayor lujo del palacio: su colección de patios, que, con razón, ha sido calificada como auténtico museo del patio de Córdoba.Recordaba el académico cordobés Salcedo Hierro, escribiendo sobre los patios, la observación recogida por Camilo José Cela en su Primer viaje andaluz: "El vagabundo, con las narices metidas por la reja de una cancela, llegó a olvidarse -¡que ya es olvidar!- de que el patio que miraba no era suyo". El cordobés ha tenido de siempre un chovinismo conformista con los patios de su ciudad.
El señorial y el comunal
En Córdoba han convivivo dos clases de patios. El señorial, azulejado, con surtidor, limoneros, naranjos y trepantes bougavilleas jazmines o madreselvas y, en redor de la taza -donde el agua resbala transparentando el blanco marmol-, viejas plantas de sombra o de interior, antes de la inva sión consumista de diafembachias, ficus y filodendros. Eran los oscuros verdores de las aspidistras -pilistras para las cordobesas-, los agapantos de racimos violetas, que estos días florecen, las clivias de cerúleas hojas lanceoladas o los helechos de plumosos frondes. El otro patio de Córdoba era el comunal. El de las corralas o casas de muchos, donde triunfaba enmurado el jazmín, y colgadas de alcayatas, macetas y cacerolas de claveles, geranios y gitanillas, cuyo riego, al atardecer, con la lata enristrada en una larga caña, tenía algo del ritual de apagar las velas o de escanciar el vino con las venecias.La cancela o el portón, como invitación, más que como aduanía, han contribuido a la puesta en común del patio, alargando la calleja o ampliando en sumidades floridas las calles. Así, en el palacio de Viana, Las rejas de don Gome permitían, sin más destino que ése, la admiración del transeúnte sobre la floración de las bergamotas o el anuncio de la primavera en maceteros de cinerarias multicolores.
Una nueva reja en la fachada principal hace accesible a la con templación otro de los floridos patios del palacio, el patio de la Cancela, donde un tejo relicto y una mosqueta -rosa, casi extinguido, trepador- son argumento permanente para la interrogación del cordobés al visitante: "¿Qué le paese a usté?".
Una colección admirable
Hoy, ya no son sólo esos dos, sino los 11 patios y el jardín los que están francos y abiertos al visitante, que en turnos y acompañados de expertas guías en arte y botánica, acompañan al curioso.Todos los elementos tradicionales del patio cordobés se resumen en esta admirable colección, que el Estado ha puesto bajo su custodia: el pozo, la azulejería, los bancos, la galería, la cancela... Y, presidiendo todo, una vegetación cuya excepcionalidad pone de manifiesto la investigadora Inmaculada Porras, del Departamento de Botánica de la facultad de Ciencias Biológicas de Córdoba, que en unión del doctor Eugenio Domínguez, jefe de dicho departamento, y del director conservador del palacio, Joaquín Moreno, nos ilustra en un minucioso recorrido.
Un itinerario apasionado y apasionante, que comienza con el patio de Recibo. Inmediato a la puerta principal, porticado, de suelo enchinado, donde el poblamiento vegetal lo ostentan la Clivia miniata en torno a la palmera altiva, los grandes macetones de helechos y trepando sobre las arcadas, galán de noche, bouganvilias y rosal mosqueta. Ánforas romanas, orzas de barro, faroles de forja, y una imagen gótica francesa de la Virgen, del siglo XIV, anuncian la colección de patios. Cada uno distinto del anterior.
El barroco del archivo, obra del siglo XVIII, de centenarios mandarinos y autóctonas violetas -Viola odorata-, se serenan en la austera fuente de azulejería trianera, tan antigua como los macizos de menudo boj que encarcelan los Citrus reticulata. La capilla, desaparecida, domina un patio interior. En él, la variedad de cítricos elegida es el naranjo; en este caso, centenarios Citrus auratium. La sobriedad de la yedra, -trepando sobre el intercolumñio, rima con el conjunto. A través de la filigrana de hierro, el patio de la Cancela se asoma a la placita en que se asienta el palacio del cinquecento. Una teoría de galerías y pasillos enhebra los patios como un dédalo de belleza y luz, en los que cualquier motivo ornamental es pieza de museo.
El patio de los Jardineros eleva lo que en cualquier lugar sería atarazana a lienzos de belleza, con el azul de sus jazmíneros plumbagos y las sencillez de los geranios -Pelargonium zonal- en maridaje con el ascetismóde la cal, la elegancia de basas o fustes truncados, la sobriedad del ladrillo del ensolado. Allí, un azulejo recuerda que "Su majestad Alfonso XII inauguró la almazara". El pozo, ese espejo umbrío imprescindible en cualquier patio de Córdoba, preside con su nombre y su redonda lágrima, en la que el sol se duerme en su sima verdecida de culantrillo, el patio así llamado.
En el patio del Pozo de inagotable caudal, sigue la armonía del vegetal, la arquitectura, los restos arqueológicos ornamentales y el rumor de la honda agua, de la que menestrales espeleólogos -los poceros- extrajeron antiguos carijilones denotando su originario destino de noria.
El patio de la Alberca amuebla el conjunto con un invernadero, en el que se adelantaban, las macetas de cada primavera, bajo la afilada sombra del ciprés y el arco enjardinado de limoneros.
El jardín es el hermano mayor de toda la población vegetal del palacio. Mil doscientos metros sirven de marco a una encina de 400 años, que alguno de los expertos considera anterior al propio palacio, y a unas palmeras que marcan el ortocentro del recinto. Cuidados setos de boj -Buxus sempervivens-, de 200 años de antigüedad, dan geometría al jardín. Los 25 metros de altura de la vieja encina recuperan la tradición cordobesa de domiciliar la arboleda autóctona: el olivo, el naranjo, el nogal..., en los patios urbanos.
'Las rejas de don Gome'
El más conocido de los patios, por la visibilidad de sus ventanales, es el de Las rejas. De ahí el nombre de palacio de Las rejas de don Gome, con el que es conocido por el pueblo el caserón. Por sus ventanales, los marqueses asistían, cada año, al desfile procesional de la Virgen de las Angustias, que durante mucho tiempo estuvo domiciliada en la iglesia conventual de San Agustín, de cuyo barrio y feligresía, compartida con el de Santa Marina de Aguas Santas, forma parte el palacio. En este patio, un paramento de bergamoteas, ese viejo cítrico del que los antiguos extraían perfumes y confituras, nos devuelve el bellísimo fruto de olor exquisito. Una casi extinguida suerte de lima, de amarilla pulpa, cuya redondez prolonga una tetilla característica. Los cipreses en el patio de la Madama forman, en torno a la estatua que le da nombre, un cenador íntimo, al que rodean jazmines blancos. El patio de los Naranjos, cuyos ejemplares acreditan varías centurias, se prestigia de una espléndida glicinia y de un ejemplar relicto de heliotropo arborescente.En suma, un museo de la jardínería, cuidado con mimo durante siglos y hoy beneficiado por el Estado, que ha venido a reconocer el celo de la entidad provincial de ahorro en su adquisición, para orgullo de Córdoba. Un conjunto de patios que fue conocido y gozado sólo por la realeza y nobleza y hoy beneficia a todo el pueblo. Jardines como éstos serían admirados en su estancia en la Córdoba califal por la poetisa alemana Rosvita de Gandersheím cuando, al volver a su monasterio, escribió de esta ciudad, llamando a Córdoba ornato del mundo.
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