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Reportaje:

El condado que alumbró a Portugal

La antigua población medieval de Guimaraes, a un paso de la Costa Verde, fue el escenario histórico donde se fraguó la nacionalidad del país vecino

Todo dio comienzo en las prime ras décadas del siglo XII, cuan do la eterna guerra contra los moros servía para configurar reinos cristianos y delimitar fronteras de futuras naciones.El entonces condado de Portugal tenía su capital en Guimaráes, un pequeño burgo fundado un par de siglos atrás por la condesa Mumadona, originaria de León. Una torre de defensa, un monasterio y algunas casas apretadas constituían toda la población.

La infanta Teresa, hija de Alfonso VI de León y Castilla, hermana de la célebre doña Urraca, recibió en dote el pequeño con dado junto con un marido, Enrique de Borgoña. Muerto éste al poco tiempo, Teresa ejerció de regente hasta que su hijo Alfonso Enríquez alcanzara una mayoría de edad que dio lugar al nacimiento de un reino.

En efecto, el joven conde, argumentando desequilibrios mentales en su madre, tomó el poder y, después de la victoria sobre los moros en Ourique, fue proclamado rey de Portugal por su ejército y reconocido más tarde, después de continuadas batallas, soberano de aquellas tierras por el rey castellano.

Aquella pequeña población donde nació el conde que llegó a ser rey, es hoy una ciudad desarrollada y rica, situada en el noroeste de Portugal, que mantiene a la perfección su antiguo aspecto de burgo medieval.

La antigua torre de defensa levantada a comienzos del siglo X, transformada en castillo por el de Borgoña, reformada sucesivamente, se conserva aún, rodeada de torreones y de lienzos de murallas en la parte más alta del lugar, en medio de un parque, en e que también se levanta, a poca distancia, el gran palacio de los duques de Braganza, construido a comienzos del siglo XV en estilo gótico. Entre uno y otro, la pequeña capilla románica donde, cuentan, fue bautizado el que fuera primer rey de Portugal.

Pero el verdadero núcleo de la población se extiende alrededor de la iglesia de Nuestra Señora de Oliveira, en la plaza principal, fundada por la misma condesa Mumadona, y reconstruido siguiendo, primero, las normas románicas, luego las góticas. Justo delante de la entrada, un templete, también gótico, conmemora el triunfo cristiano en la batalla del Salado. En la misma plaza se encuentra el ayuntamiento, un bello edificio del siglo XVI con arcadas que van a dar a una nueva plaza, aún más irregular, flanqueada por casas que parecen sacadas de algún escenario de una película sobre las cruzadas, llenas de vida, con balcones de madera las más antiguas, de hierro las menos, todas perfectamente conservadas. Las nobles, las que fijan su origen en los siglos XIV y XV, se alinean en la Rúa de Santa María, justo al lado, en dirección al palacio y al castillo.

Tan sólo unos 22 kilómetros separan Guimaráes de Braga, la antigua Bracara Augusta de los romanos, capital religiosa del país, sede de uno de los arzobispados más influyentes de la Península.

Todo en la ciudad recuerda el poder de la Iglesia. En primer lugar, la catedral, convertida en una gran construcción gótica en el siglo XV y enriquecida sobre todo en el siglo XVI, en tiempos del arzobispo Diego de Sousa, a quien tantos otros edificios debe la ciudad.

La primitiva planta está materialmente oculta a los ojos, gracias a las innumerables capillas anexas que a través de los tiempos los sucesivos mitrados fueron levantando. De todas ellas, la más bella es la de la Gloria, gótica, decorada con frescos mudéjares. Más iglesias: la de Santa Cruz, barroca; la capilla de los Coimbras, junto a la mansión del mismo nombre, abierta en preciosas ventanas manuelinas; el antiguo palacio Arzobispal, un conjunto de edificios de los siglos XIV, XVII y XVIII, y toda una importante lista de edificios civiles fundamentalmente barrocos -el ayuntamiento, el arco de la Puerta Nueva, palacios y mansiones-, dan a Braga ese aspecto de ciudad desordenada, hecha a inspirados empujones, rica y poderosa que hoy, abierta en avenidas nuevas, aún tiene.

En sus más cercanos alrededores, una visita: la capilla de San Fructuoso, a tan sólo 3,5 kilómetros por la carretera que se dirige a Ponte de Lima. Se trata de una pequeña iglesia visigótica, originaria quizá del siglo VII, que constituye uno de los escasos ejemplos de la arquitectura prerrománica en Portugal.

Decíamos que tan sólo unos 22 kilómetros separan Braga de Guimaráes. La distancia se alargará si en lugar de tomar la carretera directa se hace el rodeo que pasa por Monte Someiro. La desviación parte de Caldas das Taipas, a siete kilómetros de Guimaráes, y, sin duda alguna, merece la pena. Entre colinas que forman sierras y bosques de eucaliptos y pinos se llega a Briteiros, un interesante poblado de la Edad de Hierro extendido en lo alto del monte. Aún se pueden contemplar los restos de las antiguas murallas que acordonaban la ciudad, así como dos de sus edificaciones, cuidadosamente reconstruidas. Un poco más adelante se encuentra el santuario de Monte Someiro, lugar de peregrinación, que ofrece, desde lo alto de la linterna de la cúpula, uno de los más hermosos panoramas sobre la región.

Pero el plato fuerte del recorrido es Bom Jesus do Monte, una impresionante basílica neoclásica que se alza en lo alto de una escalinata barroca con balaustrada decorada y flanqueada de capillas y fuentes, que salva los 116 metros de desnivel de la colina. El lugar es realmente extraordinario: parques, fuentes, hoteles de principios de siglo, templetes, terrazas y hasta un lago, forman un conjunto chocante y único.

Algunas indicaciones prácticas

En Guimaráes existe una pousada -establecimiento hotelero del Estado- excelente en la Rúa de Santa María, junto a la plaza. Los precios, muy accesibles.

La oficina de Turismo de Braga, en la avenida Central, proporciona todo tipo de información -planos, folletos- sobre la zona y cuenta con una tienda de artesanía en el mismo local con piezas y precios interesantes.

A unos 20 kilómetros de Braga se encuentra Barcelos, uno de los principales centros artesanales del norte de Portugal. Los jueves tiene lugar un mercado en el que se puede encontrar de todo, en especial el barro -figuras y cacharros- trabajado de forma tan característica.

La llamada Costa Verde -de Porto a Viana do Castelo- está lo que se dice a un paso. Buenas playas y lugares de interés monumental sobre las que volveremos en otra ocasión.

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