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Alto grado de mansedumbre

Plaza de Las Ventas. 7 de julio. Corrida de la Prensa.Concurso de ganaderías. Toros de García Aleas, Antonio Pérez (banderillas negras), María Luisa Domínguez, Fermín Bohórquez, Albaserrada (petición de indulto) y La Laguna. Salvo el de Domínguez, todos mansos.

Ortega Cano. Pinchazo recibiendo, pinchazo y estocada de la que sale volteado (ovación y salida al tercio). Pinchazo muy bajo, estocada tendida y seis descabellos (silencio). Estocada corta caída (vuelta protestada). Carro Durán. Bajonazo que asoma (aplausos y salida al tercio). Dos pinchazos y media perpendicular (pitos). Pinchazo y estocada delantera contraria (silencio). El Rey presenció la corrida desde una barrera. Fallo del jurado de la corrida, que presidía el senador Juan Antonio Arévalo: Mejor toro, desierto; director de lidia, desierto, picador, Rafael Atienza; subalterno en la brega y par de banderillas, Rafael Corbelle.

Que en una corrida-concurso de ganaderías, la cual se supone exaltación del toro bravo, salga el toro manso, es descorazonador; que además entre los mansos salga uno empeñado en que le prendan banderillas negras, y lo consigue a pesar de que el presidente de la corrida está empeñado, a su vez, en no ponérselas, ya es como para echarse a llorar.

Llorábamos ayer -entiéndase, unas lágrimas también de concurso, gruesas como garbanzos- y no sólo por el alto grado de mansedumbre de los toros, todos menos el Guardiola que se lidia a nombre de María Luis Domínguez, sino también por la penosa presentación y lastimera función locomotora de algunas reses.

Por ejemplo, Fermín Bohórquez envió un toro engallado delantero-cornalón-astifino -¡bien por ahí!- pero corto, pecho-tabla y barrigón, que posiblemente lo tenía perdulario por la ganadería, fuera de tipo, por tanto descabalgado de otras corridas. Lo debió mandar para el concurso, por si colaba. Coló en el reconocimiento pero no coló por las tragaderas, más bien angostas, de la afición, que hacía mofa del producto, por corto, pecho-tabla y barrigón, pero también por manso y cojitranco.

Igualmente estaba hecho fosfato cálcico el de La Laguna, aunque tenía nobleza. El poderoso Albaserrada era destartalado y feo. Y el de Antonio Pérez (Apé, para los amigos), buey. Sumamos y llevamos cuatro. Cuatro toros así, en una corrida-concurso que es de seis, ponen el grado de mansedumbre por las nubes y el escrúpulo de los ganaderos por las simas. Ni siquiera hubo toro brillante que nos desquitara de tantas penas, pues el Guardiola, que apuntaba bravura, no pudo lucirla porque padecía cojera perniciosa. Y el Aleas, un pavo impresionante, de aparatosa arboladura, dejó en el primer tercio la marca indeleble de su estilo bravucón.

Los diestros estuvieron a la altura del ganado. Muy torero Ortega Cano en el ejemplar que abrió plaza, en los demás fue incapaz de imponer el carácter y la sabiduría que corresponden a un director de lidia, más necesarios aún cuando el otro espada no hace gala de competencia, como era el caso de Curro Durán. Los subalternos suplieron las carencias de ambos en la lidia, con particular eficacia Rafael Corbelle, a quien premió el jurado, y con aún mayor mérito Villita, a quien el público aplaudió su valor y buena técnica.

Con la muleta tampoco estuvieron bien los diestros. Ortega Cano instrumentó buenos derechazos al aparatoso Aleas, que le volteó al entrar a matar, pero no supo corregir el leve gazapeo del Guardiola, que tenía nobleza, y al Albaserrada, que le cogió también, le dio una abusiva ración de derechazos. Curro Durán se jugó el tipo frente al incierto y bronco apé de banderillas negras, trasteó sin mando al áspero Bohórquez, y desaprovechó la boyantía del pupilo de La Laguna.

Parte del público resultó afectado por un espejismo de bravura a causa de la fuerza del Albaserrada. En efecto, derribó dos veces con estrépito, mas le quemaba el hierro y huía a chiqueros sin ningún disimulo. A este toro le pegó un puyazo soberano Rafael Atienza. Detuvo la brutal arrancada de largo clavando arriba y reuniendo impecablemente, mientras el toro levantaba al caballo sobre las astas. Fue el momento estelar de la tarde. Luego el Albaserrada se dejaría pegar pases por el pitón derecho (por el izquierdo, no, ni uno; hasta cogió al torero), y con tan fausto motivo muchos espectadores pidieron el indulto.

Ni indulto, ni vuelta al ruedo, ni felicitaciones, ni las buenas tardes merecía siquiera aquel toro manso y sin clase. Se le reconoce el poder, que genera emoción y hace estampa en el primer tercio, y ahí termina su gracia. Porque, por lo demás, contribuyó a que subiera el grado de mansedumbre que con raro entusiasmo producían sus congéneres, entre los cuales el Apé era líder.

Ocho veces rehuyó al caballo el Apé y aunque el reglamento dice que tres renuncios sentencian banderillas negras, el presidente era de distinto parecer. Una vez el picador, por si el toro estaba dormido, le quiso despertar dándole un golpecito en el testuz con la vara, y lo que consiguió fue pegarle un susto de muerte. "¡Ay, madre, que dan con lanza!", mugía aterrorizado, y galopaba despavorido por el redondel.

Los ganaderos han hecho zafarrancho en sus dehesas para mandar lo peor a la corrida de la Prensa. ¡Albricias, pues! Toros más mansos ya no quedan. Los últimos mordieron el polvo ayer.

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