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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Miguel Rios: 'Totus tuus'

Luz Casal, Leño y Miguel Ríos. Concierto Rock de una Noche de Verano.

Campo del Rayo Vallecano. Madrid, 5 de julio.

En la noche del martes todos los seguidores de Miguel Ríos tenían una cita con el Gran Colega. Era la presentación en Madrid del Rock de una Noche de verano. Cerca de 50.000 personas acudieron al llamado de la coleguidad. Todos fuimos amigos, hermanos pero sobre todo primos. Una masa de primos domesticada que paga 800 pesetas para ser recluida en una especie de campo de concentración en el que peligra seriamente su seguridad personal. Una masa de primos sobre la que además se descarga el látigo del sermón de la hermandad.Miguel Ríos tiene en su favor el haber creado la única estructura industrial de rock con una estabilidad desacostumbrada en la música española. Pero vender rock tiene sus peligros y puede uno acabar distanciándose de lo esencial y desbocarse traficando con los sentimientos de la gente. Se puede acabar vendiendo rock como se venden refrescos o como se vende cierta imagen ye-ye de un Ministerio de Cultura.

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El mensaje es el negocio

El Rock de una Noche de Verano está producido por la firma de refrescos Kas y en colaboración con el Ministerio de Cultura. Lo de la firma de refrescos se entiende. Al fin y al cabo, es cosa de dinero. Lo del ministerio ya es más raro. Porque, ¿por qué el Ministerio de Cultura y no el Instituto Nacional de Industria?. O si el tema son los permisos, ¿por qué no el Ministerio del Interior y los Gobiernos Civiles que dependen de él? O si de lo que se trata es de que el rock utilice los recintos creados para instalaciones deportivas, ¿por qué son Miguel Ríos y sus socios de Kas los beneficiarios más adecuados y más privilegiados? Enigmas. A lo mejor es que al actual ministro -Javier Solana- Miguel Ríos le cae bien y los demás rockeros no tan bien. Y por eso el ministro acude a las entregas de discos de oro al viejo rockero y a sus conciertos.

Tras estos preámbulos, volvamos al concierto de anoche. Para empezar, el sonido era una carraca apenas audible y los músicos se intuían lejanos como figuritas de un belén. Perdida en el horizonte e imperceptible sin sonotone, abrió el espectáculo Luz Casal. Imposible decir algo acerca de lo que hizo. No podíamos verla y mucho menos escucharla. Cosas del nefasto gigantismo y de la mala planificación del show. Una primera parte que fue como si no hubiera sido.

Leño auténtico

En la segunda parte salió Leño. La actuación de esta veterana banda de rock duro nos pilló casualmente en las primeras filas y, aunque débilmente, algo nos llegó de lo que hacía en escena. Su música es auténtica. Y esto pudo comprobarlo la totalidad de asistentes mediante un sencillo ejercicio de comparación. Bastaba cotejar el Maneras de vivir de Leño con la posterior versión que realizó Miguel Ríos para darse cuenta de dónde habita el preciado don de la verdad.

Hubo un entreacto que podría resultar simpático si uno tuviera alma de botijo. Pero no es el caso. Y la actuación de los Bordinis no pasó de ser una inconveniencia fuera de lugar. Uno quería ver rock y no números de circo de andar por casa. Estos señores se dedica ron a pasear en moto con un cohete en el trasero y por la cuerda floja con un columpio colgante por encima de las cabezas del respetable. Simpleza que se repitió incomprensiblemente hasta la tortícolis. Cumplidos los minutos dedicados a este desatino y con el cuello ya en su posición normal dejamos de hacer el ganso y le tocó el turno a Miguel Ríos. A grito pelao soltó el Bienvenidos y las turbas evangelizantes aullaron el mensaje. El griterío y el piteríos prolongó, de ahí en adelante, hasta finalizar el concierto.

Allí sonaron otra vez las canciones del Rock and Rios. O sea, que más o menos se repitió el mismo espectáculo del año pasado. Por aquello de no calentarse demasiado la cabeza e ir a lo seguro nada nuevo vimos en la viña del Señor. Una mención especial merece el apartado que Miguel dedicó a gentes lanzadas por la industria a la cuneta como Moris, Asfalto, Burning, Tequila y los felices teloneros Leño. A renglón seguido el Gran Colega se vio aquejado de un ataque de angustia vital y preguntándose a sí mismo filosofó en plena noche veraniega. Mis amigos dónde estarán. Sólo el profeta lo sabe.

Curiosamente solidario, Miguel afirmó encontrarse muy a gusto en el foro y dedicó su rollo a la gente que carente de recursos o habilidad se encontraba en la calle. Bastante más a disgusto porque ni veía, ni oía pero aguantaba las idas y venidas de la policía. Que, por cierto, se empleó a fondo con los intrincados aficionados que habían conseguido burlar controles, fintar porteros y escalar elevados muros con mañas de Errol Flynt. Estas gentes románticas, armadas de cuerdas terminadas en piratescos garfios, treparon los muros de la patria colega para encontrarse con las fuerzas del bien que a palos replegaron romanticismos y pasiones rockeras.

En el fin del happening hubo una petardá digna de cualquier aldea y la cosa se interrumpió hasta las repeticiones de rigor. Miguel volvió a salir. Grandes aclamaciones. Reina de la noche. Unos minutos más de celebración de la nada interior. Y las gentes más contentas que los asistentes a los rosarios para masas del Padre Peyton se encaminaron al cine de las sábanas blancas. Todos con Miguel y Miguel con todos. Quedaba por hacer el arqueo. Que cada uno haga el recuento de sus beneficios.

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