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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los pactos de polonia

ENTRE ENTREVISTAS secretas, otras repentinas (o sorpresa, no programadas), despidos a periodistas, desmentidos, escamoteos y palabras ambiguas, el viaje del Papa a Polonia parece haber establecido unas bases importantes para la estabilización o normalización del país. Se estaría desarrollando ahora con otros hechos: la conversación de monseñor Krol -cardenal americano, de Filadelfia-, que ha formado parte del séquito de Wojtyla, con el presidente Reagan, las conversaciones que haya mantenido Jaruzelski con Andropov, al margen de la cumbre del Pacto de Varsovia, y la visita que hace al Papa en el Vaticano el primado de Polonia, Glemp, con un importante séquito. Es decir, la aceptación por Reagan de la suspensión de las medidas de bloqueo y de sanción contra Polonia, e incluso una ayuda acrecentada, vista con fines humanitarios, a cambio de la aceptación por Andropov de que se levante, la ley marcial y se libere a los prisioneros políticos. La Iglesia polaca -y, naturalmente, el Papa, que pese a la universalidad de su pontificado no renuncia a ser cabeza de esa Iglesia nacional- ofrecería dos garantías simultáneas. Una, a Andropov, de que iba a cesar el levantamiento de masas, la ilusión de derrocar al régimen que en un momento dado albergó Solidaridad y una gran parte de la población y, en resumen, la de que el orden de Yalta no iba a ser trastocado. La otra, a Reagan: la de que créditos y posibles ayudas no sean capitalizados por el Estado, sino que vayan directamente al pueblo, por mediación o administración de la Iglesia misma; la de que pueden mantenerse unos sindicatos pluralistas y unas formas más o menos superficiales de libertad. Se dice -31 se desmiente- que es el sacrificio de Walesa. Puede ser una condición soviética, o del propio Jaruzelski. Walesa cumplió un ciclo muy importante al poner en marcha todo el aparato de reacción contra el régimen, y cuando quiso sostenerlo por la advertencia misma de la Iglesia, al ver que iba más allá de lo posible, ya estaba desbordado por los radicales de Solidaridad. Puede ocurrir que ese ciclo haya terminado ahora, al menos por el momento, en espera de otros tiempos. Jaruzelski, en cambio, comenzaría a aparecer como algo que se entrevió al principio de su toma de poder: el intermediario, el hombre que a costa de su vergüenza personal y del odio de los patriotas trató de evitar lo peor. Va a ser difícilmente perdonado.

No parece que Andropov y Reagan confíen demasiado en la posibilidad de estos acuerdos de principio. El tema de Polonia forma parte de su contencioso personal y es uno de los puntos de batalla de la guerra fría. En el fondo, se vuelve a lo de siempre: al punto de fricción de las dos grandes potencias y a la posibilidad de que sean ellas las que, finalmente, tengan que pactar entre sí, si lo hacen, utilizando más mediaciones que convengan. Reagan podrá aceptar que ha sido su dureza frente a Polonia lo que ha evitado una matanza y una posible invasión, lo que ha conseguido el final del estado de sitio y la libertad de los presos; Andropov, que él (tras Breznev) ha impedido la pérdida importante de un fragmento del Pacto de Varsovia, el paso a Occidente de Polonia y la denigración del comunismo. A condición de que quieran hacerlo así, de que les convenga o de que lo consideren conveniente para su obsesión por el equilibrio mundial.

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Y también, lo de siempre: que la voluntad de un pueblo no prevalezca sobre los grandes intereses mundiales y que nadie escapa a sus zonas de influencia. Puede que, dentro de esa forma peculiar de destino y fatalidad, la población polaca obtenga, mediante el realismo del Papa y de sus eclesiásticos, algunas inejoras sociales y alimenticias, una cierta tranquilidad, algún respiro. Y algunas seguridades de que hay un futuro en esta misma tierra, sin esperar al confort del Más Allá, en el que algunas de sus aspiraciones temporales puedan llegar a ser cumplidas.

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