La Fundación Jiménez Díaz, ante una nueva ley de sanidad
En estos últimos tiempos estamos asistiendo en nuestro país a una situación extraña y desagradable que afecta a la medicina española a la credibilidad de sus médicos y: en general, a la sanidad. Tras esta situación inoportuna se pueden esconder intereses poco claros e intenciones más que oscuras. Por ello, nos vemos, por haber vivido gran parte de la evolución de la Fundación Jiménez Díaz, y ser discípulos de ella, en el derecho de manifestar públicamente nuestra opinión sobre la importante e indispensable remodelación de la sanidad española y el papel que la obra de don Carlos puede aportar.No es el momento para expresar, aun sucintamente, cómo logró don Carlos hacer realidad su obra. Contrató, de su propio peculio, médicos extranjeros como Bielchowski y la señorita Anguerman, junto a Severo Ochoa, Castro Mendoza, el inolvidable don Emilio Arjona y otros jóvenes apasionados por tener en España un centro en el que se pudiera aunar la asistencia a los enfermos, la docencia y la investigación, como se hacía en centros extranjeros, John Hopkins, clínica Mayo, etcétera. Don Carlos no inventó nada. Su esfuerzo contra todos los obstáculos, ideologías de uno u otro sentido y envidia, hizo lo que parecía un milagro: conseguir un modelo de hospital similar al de otros países desarrollados y con gran tradición científica, a diferencia de las facultades de Medicina.
Una facultades de Medicina que no supieron acoger ni atraer, por no decir que despreciaron, a médicos tan insignes como Pío del Río Hortega, Madinveitia, Achúcarro y Plácido González Duarte, el más grande cirujano español de este siglo, por sólo citar algunos de aquellos viejos maestros. Aunque parezca increíble, esa actitud de nuestras facultades apenas ha variado. Así, tenemos a médicos de los más prestigiados de España a los que la universidad no les abre sus puertas; casos como los de Castilla del Pino, Ortega Núñez, Eric Clavería, Alberto Portera, Serrano Ríos, por sólo citar a algunos de una larga lista.
¿Por qué los médicos, no todos por supuesto, protestan de manera crispada y se declaran en huelga ante una nueva ley de. sanidad? Hace algunos años oí a uno de mis maestros más queridos en la clínica de don Carlos, el doctor Juan Rof Carballo, una charla sobre orden y juventud. Lo que Rof dijo entonces es claramente extrapolable a la situación actual, cambiando orden por estatuto de los médicos y juventud por ley de Sanidad. Se dice que esta ley altera el estatuto de los médicos. ¿No será más bien que por mantener ese estatuto se pudiera alterar la ley de Sanidad? ¿Qué es más importante para nuestro país, tener una buena ley de Sanidad o que los médicos tengan su estatuto? Y, por último, ¿qué se esconde tras ese estatuto? Tenemos la absoluta seguridad de que estamos ante una Administración honesta y con el ferviente deseo de que nuestra patria tenga, dentro de sus lógicas limitaciones, una mejor medicina. Yo estoy seguro de que ante cualquier proyecto transparente que se les ofrezca van a ser receptivos.
Parece que se va a hacer un estatuto jurídico para todos los trabajadores de la sanidad. Muchos médicos alzan sus voces airadas diciendo que si el nombramiento de sus puestos, sus necesidades tecnológicas, etcétera, van a ser juzgadas, aparte de por ellos mismos, por trabajadores de otros niveles sanitarios. Personalmente creo que eso es absurdo y que en el nuevo estatuto se contemplarán articulados referentes a los médicos, A. T. S., etcétera. De todas formas, no estaría de más apuntar cómo, en muchos casos, los médicos eligen a quienes van a ocupar una determinada plaza.
Hace no muchos años, creo que el periódico Abc publicaba una lista de los catedráticos, unos 30 aproximadamente, de la facultad de Medicina de la universidad Complutense y, junto a ellos, unos 20 agregados-adjuntos que tenían relación genética o familiar con los catedráticos. Este fenómeno biológico-social no puede ser explicado.
A la súbita muerte de don Carlos, con su bata clínica puesta, rodeado de sus enfermos y colaboradores, nos dejó un sentimiento de horfandad y estupefacción. No podíamos creer la tremenda realidad. En aquel momento ninguno de nosotros, sus discípulos, así como los miembros del patronato rector, tuvimos una visión del futuro de la medicina hospitalaria española y de su problemática. Entonces, creo no estar equivocado, con nuestro modelo hospitalario podíamos habernos integrado en los hospitales de la Seguridad Social. Al fin y al cabo, esta excelente red hospitalaria en gran parte tomó como modelo a la de la Fundación Jiménez Díaz y gran número de prestigiosos médicos que entonces estaban en nuestro hospital, pasaron a dirigir los más altos puestos en muchos de esos nuevos hospitales.
Posteriormente, llegó el momento de tomar conciencia sobre la forma en que la Fundación Jiménez Díaz iba a subsistir. No es el momento de explicar los sucesivos conflictos que surgieron como consecuencia de nuestras relaciones con la Administración -conciertos insuficientes, promesas que luego no se cumplían, etcétera- que, tenemos que reconocerlo, han originado un progresivo deterioro de nuestro hospital. No solamente en lo que se refiere a su tecnología, parte de ella vieja en la actualidad, sino, y esto es particularmente preocupante, porque algunos médicos piensan más en su economía y en su prestigio que en el del propio hospital.
Por supuesto, hemos tenido y afortunadamente tenemos grandes médicos. Pero estas personas pasan y lo que perdura es el hospital. Hubo tiempos en los que los médicos de la Fundación Jiménez Díaz teníamos unos sueldos miserables y contribuíamos con un porcentaje de nuestros ingresos privados a la tarea común.
Somos conscientes de que, en cuanto a la asistencia médica, podemos no ser necesarios a la Administración, no sólo a la del Estado, sino a la de la propia autonomía de Madrid. Incluso podrían prescindir de nosotros.
Insistimos en que estamos ante una Administración honesta. A ella sí le podemos ofrecer un modelo aceptable y que incluso le pudiera valer para aplicarlo a otras de sus instituciones, y no me refiero al aspecto asistencial. Afortunadamente, los hospitales de la Administración han alcanzado gran categoría y, por tanto, poco podemos ofrecer en este aspecto, pero sí en lo que se refiere a la integración de departamentos de investigación clínica y básica. Nuestras unidades de Hematología, Anatomía Patológica, Inmunología, Microbiología, Genética y Nefrología son claros ejemplos. También podemos aportar un programa para residentes y formación de especialistas, ya que los actuales nos parecen no solamente anticuados sino también insuficientes.
Medicina pública y privada
Sabemos que somos un hospital, desde el punto de vista administrativo, conflictivo, ya que aquí se hace medicina de la Seguridad Social y también medicina privada. Se dice que algunos médicos, yo creo que muy pocos, dedican más tiempo a la atención de enfermos privados que a los de la Seguridad Social. Nosotros creemos que un hospital, al fin y al cabo una gran inversión económica, debe estar abierto a toda la sociedad, entre otras cosas, para tener una mayor eficacia, rendimiento y, por tanto, mayor prestigio y experiencia. Se habla mucho de enfermos privados y enfermos de la Seguridad Social. El 80% de la población española tiene Seguridad Social, de lo que se desprende fácilmente que sólo un 10% de los médicos dedican su trabajo a la atención de enfermos privados. Nos resulta penoso ver cómo grandes médicos, tras estar muchas veces más del tiempo que legalmente deben permanecer, deben ir a otros sanatorios o clínicas que, al fin y al cabo, no son más que aparcamientos de enfermos. De esta forma, se está atentando gravemente contra estos médicos al llevarles a una situación límite, tanto física como psíquica. El médico tiene que hacer toda su labor dentro del mismo hospital. Es absurdo tratar de cuantificar las horas que un médico trabaja en un hospital.
Ahí está nuestro reto. Sólo podemos salvar la obra de don Carlos con la máxima imaginación, generosidad y solidaridad. La Fundación Jiménez Díaz no puede desaparecer o convertirse en un hospital de escasa relevancia. Nosotros, sus discípulos, en el caso de que se llegara a esta situación, seríamos unas personas indignas. Por esta razón quiero terminar llamando la atención a la Administración, a los médicos españoles y a la sociedad, parafraseando los versos de aquel gran poeta peruano, defensor de lo mejor del pueblo español contra quienes quisieron vomitar su hiel sobre la belleza, gritando: "... Médicos de España, si la Fundación Jiménez Díaz cae, digo, es un decir...".
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