Dalí / y 2
Por si no ha quedado claro, hay que insistir en un punto. Dalí no es un payaso ni un loco, sino un pintor mediocre, un superrealista de segunda y sobre todo un mal dibujante que ha enmascarado la mediana calidad de su obra con el formidable discurso de su vida. La exposición antológica en Madrid, abierta por el Rey de España, visitada o consumida por 300.000 personas, y la reciente inauguración en Barcelona, montada con la máxima carga de honor posible, han constituido dos ceremonias de devoración masiva que indican la poderosa atracción ejercida por un enorme contexto. Uno debe felicitarse por ello, porque Dalí se lo merece.Durante más de 60 años, no ha bajado las defensas ni un solo día, no ha tenido un minuto de desaliento, no ha dejado una fisura en la coherencia rigurosa, casi científica, de su aparente locura. En eso ha sido un titán. A su debido tiempo, había que llevar un geranio en la pipa, romper un escaparate en Nueva York, pasear un pavo atado con una cadena por las calles de París, engomarse los cuernos del bigote para dejarlos de guardia, inocular al público la vacuna periódica de una frase, respuesta, manifestación detonante que chocara contra la sensibilidad de una época. Ir de reaccionario brutal cuando todo el mundo toma papilla de izquierdas le ha sido muy rentable, inmolarse como un loco o un payaso diariamente era necesario para que el resplandor de esa hoguera cegara su esterilidad estética de pintor. No se trata de un truco publicitario sino de lo contrario. El objetivo consistía en desviar la atención hacia la zona literaria o discursiva del autor donde él reina como un maestro.
Cualquiera que esté en esto sabe que, en materia de arte, la habilidad es el resultado de una impotencia creativa. Dalí ha sido un gran habilidoso sin genio que no ha logrado sacar su pintura de la academia ni su dibujo del manierismo por mucho que les retuerza el cuello a las formas. Picasso o Matisse transmiten en una sola línea más ideas, sensaciones o sentimientos, crean más mundo en. una pincelada que Dalí en toda su obra. Pero una vez más el discurso ha funcionado. La pintura de Dalí tendrá ya siempre una lectura genial a través de la genialidad de su persona. Los significados se han invertido.
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