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Reportaje:Viajes

Entre Manhattan y el Caribe

Tropical, pura selva en el Darién y cultivada en la zona oeste, Panamá pertenece al mundo desmedido, cambiante y húmedo del Caribe

La complicada curva que hacen aquí las tierras obliga a cambiar la orientación aprendida: al norte está el océano Atlántico, y al sur, el Pacífico, como si el planeta quisiera despistar a los estudiantes aplicados. Panamá, alargado entre dos aguas, encerrado entre Costa Rica y Colombia, es, sobre todas las cosas, el país de ese canal que soñó a comienzos del siglo XVI el rey español y que los americanos, justo en los inicios del siglo XX, realizaron. Tropical, cultivada en su zona oeste, pura selva en el Darién, la Panamá de hoy es no sólo el resultado de esa prosperidad que le dio el famoso canal, sino parte del mundo cambiante y desmedido.La ciudad

Desplegada casi al borde mismo del canal, en el centro mismo de la gran bahía, la ciudad no es una, sino tres perfectamente diferenciadas, con límites precisos, nunca superpuestas. La primitiva, el Panamá viejo, fundada en los primeros años del siglo XVI, punto de salida de Pizarro y Almagro hacia Perú, fue una de las ciudades más ricas de la América hispana. Conventos, monasterios, iglesias y grandes mansiones se levantaron a la sombra del esplendor que venía a la ciudad. El istmo se convirtió en la ruta obligada del oro que venía de Perú; alquiler de mulos, casas de hospedaje, almacenes, venta de esclavos: todos los negocios posibles e imposibles florecieron y se extendieron como espuma. Pero fue la fama de su misma riqueza la que provocó su ruina. Un día de 1671, el temible Morgan saqueó de arriba abajo la ciudad, dejándola asolada. Tan sólo dos años más tarde, Panamá cambiaba de emplazamiento, levantándose de nuevo en las cercanías del cerro Ancón, que en el futuro sería su vigilante.

La ciudad colonial, versión reducida de la vieja, cuadriculada y progresivamente ampliada, sigue estando viva. Solemnes y neoclásicas las grandes construcciones representativas -la catedral, el palacio del Gobierno, el nuevo cabildo, numerosas mansiones-, perfectamente amurallada en el momento de su fundación (hoy ya tan sólo con algunos restos), multicolor y tropical, con plazas adornadas de palmeras y jacarandas invadidas de gentes, y casas de madera como en cualquier punto del Caribe. En sus arrabales crece aún la ciudad nueva en línea vertical, sembrada de rascacielos, imitando a Manhattan, paraíso de los bancos y las multinacionales, abierta en avenidas, mirando siempre,al Pacífico, reluciente como un espejismo, perfectamente sólida y real.

El canal

Es una visita obligada. Distintos operadores organizan la excursión colectiva. Desde una terraza estratégicamente situada, un guía le explicará el funcionamiento de las esclusas, que permiten salvar el desnivel máximo de los 26 metros, y cómo los barcos ascienden y descienden llevados por las aguas. Ochenta kilómetros tienen que recorrer las naves en unas nueve horas de complicadas maniobras, y usted mismo podrá ver cómo se abren y cierran las compuertas, la bajada del nivel del agua; y pensar que está ante una inmensa maqueta.

Las islas

Casi todas mínimas, mucha deshabitadas, forman parte de la imagen de Panamá, y algunás de ellas son la base de su mito. Desde la civilizadísima e internacio nal Contadora hasta las indígenas de San Blas hay mucho más que la distancia que separa los dos océanos distintos en que se encuentrah. Las 368 islas que forman el archipiélago de San Blas, desperdigado a lo largo de la costa atlántica, son el dominio de los kunas, comunidades indias con una economía marginal y propia, que practican la agricultura en tierra firme y tienen sus viviendas de bambú y techumbre de hoja de palmera en las islas. Aviones ligeros comunican la mayor de ellas, Porvenir, con Panamá. Más allá es el reino de las aguas: transparentes, azules, con un resplandor intenso que tan sólo existe en el Caribe.

Agrupadas en ocasiones, aisladas en otras, las islas, inverosímilmente pequeñas, de arenas blanquísimas, cubiertas de cocoteros, son la imagen misma del trópico soñado. Dicen los panameños que los kimas se han resistido siempre, y siguen haciéndolo, a la civilización. Pero no cabe duda de que saben aprovecharse de ella. Vestidos con sus trajes típicos -falda larga de algodón estampado y blusas hechas con molas las mujeres-, los kimas reciben a los turistas disppestos a vender los objetos que realizan, incluidas las imágenes de sus rostros, al presunto fotógrafo. La verdad es que vale la pena coffiprar allí mismo una mola -trabajo realizado a partir de la superposición de distintas telas- y algunos collares de cuentas multicolores.

Contadora es otro mundo. Gracias al amor de Torrijos saltó a las primeras páginas de los periódicos como sede de negociaciones y -lugar paradisiaco. Pero su fama como lugar de transacciones se remonta a tiempos más lejanos. Su mismo nombre se debe a que en sus tierras se realizaba la cuenta y trueque de las perlas que tan abundantemente pueblan los fondos de todo el archipiélago, que se llama, fielmente, de las Perlas.

El viaje

Hasta hace unos meses, la única posibilidad era comprar por cuenta propia el, billete y reservar habitaciones en Panamá. Hoy existen ya viajes organizados que abaratan mucho los precios. Ocho días en un buen hotel y vuelo en línea regular de Iberia desde Madrid, Barcelona, Bilbao o Valencia sale por unas 100.000 pesetas. Un vez allí se pueden contratar las excursiones que se quieran por el interior o las islas. Concretamente hay unos programas para pasar cuatro días en San Blas: los hoteles no son, desde luego, de lujo, pero está garantizado el sueño de vivir en islas casi desiertas en pleno trópico. La moneda es el balboa, que está a la par del dólar y de uso intercambiable.

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