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DECIMOTERCERA CORRIDA DE LA FERIA DE SAN ISIDRO

Los maestros no se barren, nenes

Decían los jóvenes que venían a la feria dispuestos a barrer. Es cierto que unas cuantas figuras necesitan relevo, pero no eran éstas el objetivo, sino los veteranos. El espejismo de la escoba lo produjo la Feria de Sevilla, donde hubo orejas a porrillo y los jóvenes se beneficiaron de unas cuantas. La Maestranza es ahora instituto facilón, donde el que sea un poco avispado, cuela. Le mandas una caja de puros al profe, y vale. En cambio la cátedra de Las Ventas tiene otras exigencias. Aquí todos deben hacer el mismo ejercicio, que es el del toro. Y con el toro, los maestros veteranos han impuesto su ley: no se dejan barrer, nenes.El miércoles fue Manolo Vázquez, y ayer, Antoñete. No importa que el torero del mechón bregue con la boca abierta, jadeante, abatido por la sofoquina. No importa que acuse el simple roce de un papelín de la banderilla como si le hubiera pegado un gancho al hígado Joe Louis. Incluso no importa que al toro que le va con la carita alta le diga pa tu madre -es decir, la vaca- y se lo quite de enmedio, cual hizo con el primero.

Plaza de Las Ventas

26 de mayo. Decimotercera corrida de San Isidro.Cinco toros de Lora-Sangrán, bien presentados, flojos, que dieron juego; tercero, sobrero de Antonio Ordoñez, inválido y noble. Antoñete. Bajonazo (bronca). Estocada corta contraria, rueda de peones, intenta el descabello y estocada; la presidencia le perdonó un aviso (ovación y salida al tercio). Curro Vázquez. Tres pinchazos, estocada corta delantera atravesada y cuatro descabellos (pitos). Cuatro pinchazos muy bajos, media travesada caída y cuatro descabellos (bronca). Julio Robles. Bajonazo descarado (aplausos y también pitos cuando saluda). Pinchazo y bajonazo descarado (oreja).

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Porque desde el parvulario donde aún aprenden la cartilla, los jóvenes barrenderos ignoran. que hay en estos veteranos una torería consolidada a lo largo de mucho años de fatigas, vocación, triunfo y miedos; y con la torería, cuantos pronunciamientos conforman la condición de maestros en el arte de torear. Y que esta maestría surje en cualquier momento, entre carraspeo, tos y golpes de cachaba, según ocurrió en el cuarto toro de ayer y, sobre todo, según ocurrió en el monumental quite de Antoñete al sexto.

Los maestros no se barren, nenes, pues, en primer lugar, conocen al toro, saben darle distancia y no les importa jugársela en la acometida larga y vibrante que produce el cite desde lejos. Antoñete toreó así, dejándose ver, con ritmo y reposo; cuajó series enjundiosas de redondos, ligó pases de pecho antológicos, su ayudado por bajo repetía la estampa clásica de los padres de la tauromaquia. No ganó oreja, por matar mal, pero le ovacionaron con tanta fuerza que pudo haber dado la vuelta al ruedo. Si no la dio fue porque se cansa y tiene que estar sin agujetas el día 3, que repite.

No milita en la fila de los jovenzuelos barredores Julio Robles, pues ya va camino de la veteranía, pero ayer tuvo la posibilidad de ser el triunfador de la tarde. Algo le falló, quizá la inspiración, quizá el peso de la responsabilidad. En el sobrero, especie de babosilla, abusó innecesariamente del pico a lo largo de una faena interminable que no podía transmitir emoción. En el cuarto hizo un excelente quite por chicuelinas, cerrado con una temeraria media verónica, de rodillas y de frente, que acabó en revolcón. Espoleado en su amor propio, quiso repetir la suerte, mientras El Jaro, sacando los pies del tiesto, le reconvenía. El líder de los subalternos debió creer que aún estaba en el sindicato.

El público se puso de parte de Robles, el cual se encontró, en el sexto de la tarde, en unas condiciones óptimas para alcanzar un éxito de clamor: toro noble, gran ambiente. Sin embargo, la faena, ejecutada a conciencia y pulcra, careció de arte. Serían irrepochables los redondos que ejecutó, y aun mejor la serie de naturales que ligó perfectamente con el de pecho, pero, allí faltaba alma; faltaba lo que los taurinos llaman "gustarse". Acaso algo más de distancia en los cites, algo menos de pico también, habría producido otra calidad de toreo. Robles no quiso aprender esa lección de los terrenos y las distancias que un rato antes había dictado Antoñete con meridiana claridad de expresión.

El momento cumbre de la corrida fue el tercio de quites en este último toro. Lo concluyó por gaorieras desiguales Curro Vázquez, que había tenido perdidos los papeles toda la tarde. Lo abrió Julio Robles, por verónicas del delantal exquisitas. Y Antoñete subió a la cátedra.

Se abrió de capa el maestro e instrumentó tres verónicas hondas, coronadas con media de escalofrío; media liándose el toro a la cintura, que constituyó el monumento vivo al arte de torear. El público saltó de sus asientos y era el delirio. Saludó Antoñete montera en mano. Los maestros no se barren, nenes. A ver quién barre esa media verónica, inmortalizada en el ruedo de Las Ventas.

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