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Entrevista:

Mario Onaindía analiza a la mujer vasca en 'Nos encontraremos en Gran Place'

A caballo entre la literatura y la política, sinónimos para él de un mismo concepto de libertad, Mario Onaindía está empeñado en renovar la ideología tradicional del nacionalismo vasco desde que abandonara la cárcel con la amnistía de 1977 para ser extrañado a, Bruselas, escenario precisamente donde está ubicada la Gran Place.Sus declaraciones públicas obtienen muchas veces el efecto de la sorpresa y hasta del escándalo, y es entonces cuando la figura del secretario general de Euskadiko Ezkerra recuerda mucho más a la del intelectual comprometido, audaz y genial, que al político profesional.

Parece como si Mario Onaindía, un hombre estudioso, crítico y profundamente desmitificador, buscara derruir los viejos pilares ideológicos sirviendo, a veces en clave de humor, elementos que actúan de revulsivo y que obligan a la reflexión. Hace muy poco ha terminado de escribir una colección de cinco cuentos de literatura fantástica.

Pregunta. Todo el libro discurre sobre dos planos paralelos: de un lado, sus primeras vivencias y reflexiones cuando es excarcelado, tras permanecer ocho años en prisión, y de otro, la carta que le escribe una mujer que espera su liberación. ¿Podemos definir la obra como una autobiografia?

Respuesta. No; lo importante es precisamente la carta de la mujer al preso; o mejor, la espera de esa mujer que está ligada al preso en parte por un problema de mala conciencia. Al principio, pensé incluso en hacer de la carta el único relato de la novela, pero luego me di cuenta que en una sociedad tan superpolitizada como la de Euskadi hacía falta situar un contexto con referencias que podemos llamar del tipo épico. Además, los personajes no cuentan sus experiencias, sino las de los demás, provocando el efecto de la teoría de los espejos. Desde que leí el Ulises de Joyce en la cárcel pensé en hacer un Ulises vasco, pero tropezaba con muchas dificultades a la hora de escribir; descubrí después que los obstáculos provenían de un. cierto machismo que tenemos todos los vascos, un machismo que considera una debilidad el mostrar nuestros sentimientos. Es esto mismo lo que me llevó a plantearme la necesidad de un personaje femenino, una Penélope, partiendo de la idea de que el mito de Ulises es en realidad un invento de la propia Penépole para engañar a sus pretendientes. En la carta de la mujer se incluye una reflexión sobre su vida y un balance de la espera. La protagonista convive con un músico que duda en separarse o no de su mujer. Existe, pues, un triángulo amoroso y una tensión, y además no se sabe si el personaje llegará a mandar su escrito, en el que, por otra parte, hay cosas que se ocultan y se insinúan.

"Mi novela está hecha con la mano izquierda"

P. Parece como si los personaJes recurrieran más al psicoanálisis, a la reflexión, que al materialismo histórico a la hora de analizar las razones de esa guerra en la que se ven envueltos.R. Los discursos políticos que pueden haber en la novela no describen lo que se ve, son discursos arbitrarios y abstractos. La literatura y la ciencia son formas distintas de ver la realidad y por eso no coinciden. Para mí, hay dos caminos de interpretación de la realidad: uno a través de la ciencia, la historia, etcétera, y otro el descubrir cómo viven las personas dentro de ese proceso; estas dos formas se complementan. Como dice el escultor Oteiza, hay que captar la realidad con las dos manos: la de la derecha es la ciencia, y la de la izquierda, la estética. Mi novela está hecha con la mano izquierda. Lo importante es ver cómo viven los personajes un proceso histórico concreto.

P. ¿Por qué el título Gran Placen aurkituko gara?

R. Antes de decidirme, estuve pensando titular mi novela Penélope y también La generación huérfana. La Gran Place de Bruselas, a donde me extrañaron con la amnistía, fue construida nada menos que durante cuatro siglos. Y ahí está. En Nos encontraremos en Grand Place, la he utilizado como contraste para nosotros, los vascos, que en cada convulsión política hemos arrasado y nos han arrasado todo lo anterior. Hoy, estamos desarraigados y no tenemos el poso cultural de otras naciones. La Gran Place de Bruselas es en la novela un símbolo de seguridad, de creatividad, de encuentro.

P. ¿De la lectura del libro no se desprende un interrogante sobre la utilidad de la lucha?

R. Es más bien una reflexión sobre la mala conciencia, sobre el sentirse obligado a hacer cosas no porque las deseemos, sino porque hay una dinámica que nos impulsa a ello. La nuestra es una generación huérfana porque no tiene sus propios mitos, sus ideales, su propia cultura, sino la de nuestros antepasados. Hemos estado marcados por el mito de Sabino Arana o el de Lenin, pero ¿es eso realmente lo que perseguimos hoy día los vascos?

P. Usted ha dicho recientemente que hay que evitar que Euskadi sea para los vascos una Cerda que se come a sus hijos. ¿Qué ha querido decir exactamente?

R. En mi novela hay una carga de reproche a la generación que hizo la guerra, que nos impidió crear nuestra propia cultura. El escribirla en euskera tiene un sentido antagónico: la reafirmación de nuestra nacionalidad y reflejar en esta lengua los mismos sentimientos contradictorios de amor y odio que James Joyce albergaba sobre Irlanda. Se trata, pues, de evitar que pueda decirse de Euskadi lo que el propio Joyce dijo de Irlanda: "Es una cerda que se come a sus hijos".

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