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La dinamita desvió al fin, entre los aplausos del público, el río de lava procedente del Etna

Juan Arias

Pasará a la historia como la noche más larga del Etna. Fue como una batalla cuerpo a cuerpo que duró hasta las 4.10 horas, en la madrugada del sábado. En ese momento, tuvo lugar el gran estampido. Y la pared de 15 metros de roca minada por el explosivo saltó en pedazos. Soplaba un viento fortísimo.

El aire con olor de azufre era irrespirable. Detrás de los cristales blindados del bunker que protegía a los periodistas, unos 300 metros del lugar de la explosión, las cámaras de televisión de la RAI-TV transmitieron en directo el gran fogonazo de humo negro, las centellas de fuego que recordaban los fuegos artificiales y, después de algunos segundos de suspense, la mancha rojo-negro-amarilla de la primera lava vencida, es decir, constreñida a dejar su cauce natural para emprender otro camino, el que el hombre con su ciencia y su técnica y su explosivo le había trazado. Hubo aplausos en el corazón de la noche.Todo tenía que haberse acabado a las tres de la tarde del viernes. Desde entonces, el estallido, con su carga de incógnitas, de curiosidad, de fascinación y hasta de miedo se fue retrasando de hora en hora. Once veces.

Este volcán, el mayor de Europa y uno de los mayores del mundo, se rebeló hasta el último momento con toda la fuerza de su potencia misteriosa contra la agresión de la técnica. Y no daba su brazo a torcer. Y aunque al final tuvo que doblegarse ante la fuerza y la inteligencia del hombre, lo hizo sin darle a éste una satisfacción completa, desbaratándole, continuamente, todos sus planes. Porque, al final, los artificieros capitaneados por el mago de los vulcanólogos, el sueco Lennart Aberten, sólo pudieron colocar la mitad de los tubos de explosivos hasta el punto que el gran experto había anunciado minutos antes que no estaba seguro que la pared de roca podría ceder completamente. Y, de hecho, la lava fue desviada y empezó a correr a los pocos segundos por el río artificial que le habían preparado con un trabajo ímprobo de quince días. Pero, al mismo tiempo, el río natural de lava siguió su camino sin pararse y con mayor velocidad que el artificial que, a un cierto momento, se detuvo a los cien metros de camino. En el corazón de la noche, a 2.250 metros de altura, el escenario era, por una parte, dantesco y, por otra, bellísimo, hasta el punto que los comentadores de radio y televisión e, incluso en los momentos más dramáticos, seguían diciendo "Qué maravillia", para añadir enseguida, "Bueno, lo decimos desde el punto de vista de lo espectacular. Los vulcanólogos, los artificieros, el ministro Loris Fortuna, todos los que se habían empeñado en domar con la técnica la fuerza bruta de la naturaleza, estaban contentos Una operación que podía haber acabado en tragedia se llevó a cabo sin un rasguño para nadie. El desafío se había cumplido. Por primera vez en la historia, la lava de un volcán, aunque sólo parcialmente, había sido desviada por obra del hombre de su cauce natural. Era una conquista para la ciencia.

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