El piano africano de Dollar Brand
Al principio se llamaba Adolph Johannes Brand y ahora quiere que le llamen Abdullah Ibrahim, pero para los aficionados siempre será Dollar Brand, porque es un nombre mucho más bonito que cualquiera de los otros dos. A diferencia de Art Blakey, que también tiene nombre musulmán, pero le da lo mismo, Brand se toma muy en serio lo de Ibrahim y lo tiene presente en todo, hasta en su música.
Una actitud testimonial
Dollar Brand African Quartet
III Jornadas de Jazz de Madrid. Carpa del Cuartel de Conde Duque. Madrid. 12 de mayo.
Me refiero a que va en plan testimonial, y su cuarteto es el African Music Quartet, y su piano, el Affican piano. Lo que hace está en la línea del otro gran africanista, Randy Weston: temas de construcción complicada y estudiada eficacia dramática, que pueden alcanzar un gran magnetismo. No tiene tanta fuerza como Weston, que es una especie de Morik pasado por el continente negro, y a cambio se desvía hacia una vena lírica intímista, cuyas sutilezas armónicas las menos de las veces suenan a nuevas, y las más, a Erik Satie, que las inventó mucho antes.Sus mejores composiciones son un Children of Africa, que suena a himno de iglesia, y un homenaje a sus más que evidentes maestros Strayhorn, Ellington y Monk, en el cual, entre la multitud de referencías, cita como de Monk el tema Memories of you, por lo que le sale un tributo no por involuntario menos oportuno al recientemente fallecido Eubie Blake, que: es el verdadero autor de esa canción.
Lo controla todo dentro y fuera de la escena, y al comienzo de sus actuaciones -imagino que siempre será así- le echa mucho suspense y amenaza con tornar severas medidas si se le siguen haciendo fotos. Aquí puede que su influencia estilística sea Gadhafi. Como Keith Jarrett -a quien recuerda a ratos-, toca también el saxo soprano, pero no hace solos. O sea, conoce sus limitaciones.
Poner el piloto automático
Del resto del cuarteto de música africana, el bajista Santi Debriano hace buenas cosas cuando le dejan, pero la mayor parte de las veces su función se limita a enganchar un ostinato, y poner el piloto automático tras las improvisaciones de sus colegas. El batería se ve tan farzado a tocar quedito que casi no merece mención, porque es poco lo que se le oye. Con la cabeza gacha y la cara semioculta por una gorrilla negra circulaba por el escenario Carlos Ward, el panameño que tiene un sitio en el corazón de todo aficionado por su célebre solo en la Relativity Suite, de Don Cherry. Tocó el saxo alto como lo que es, un estajanovista, y tuvo algunos molmentos de emoción.También la emprendió con. la flauta y, si bien no consiguió aliviar el infortunio de tan desdichado instrumento, tuvo encanto, porque, tal vez por el aquel del africanismo, recordaba la música de las películas de safaris. Pese a las amenazas iniciales de Brand tocaron mucho, muchísimo; al final, y por dos veces, dado que hubo piropina, el público les aplaudió y ellos aplaudieron al público.
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