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Tribuna:El centenario de José Ortega y Gasset
Tribuna
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'La bárbara, brutal, muda, insignificante realidad de las cosas'

Se cumple este año el centenario del nacimiento de Ortega, la gran figura fundamental y fundante de la cultura española contemporánea. Con Ortega, los españoles hemos aprendido a pensar, a encararnos intelectualmente con la materia enigmática de nuestra existencia. Mucho es lo que hemos aprendido de Ortega, pero por eso mismo -y no es paradoja, sino condición misma de todo pensamiento auténtico-, mucho mayor es el ámbito de problematismo que nos ha abierto nuestro máximo pensador.Pienso que lo peor que le podría ocurrir al centenario orteguiano es que cayera en una beatería inerme y repetitiva (la beatería intelectual fue uno de los males que Ortega combatió con mayor denuedo y resuelta convicción).

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Los centenarios, si sirven para algo, y yo creo que sí, son para cuestionamos la obra del escritor conmemorado. Hay que agarrar perentoriamente por las solapas al pensamiento orteguiano y preguntarle a bocajarro y sin consideración: ¿qué es lo que ha querido decimos?, ¿qué sentido puede tener para nosotros en 1983 aquella intuición suya, quizá no del todo bien desarrollada todavía?

El destino de la obra intelectual de Ortega ha sido paradójico. Su pensamiento ha tertido una influencia importantísima no sólo en el orbe hispánico, sino incluso en Europa, y, sin embargo, a uno le cabe una sospecha tremenda: la de que el núcleo esencial de su obra ha quedado sin un desarrollo cabal desde el punto de vista estrictamente teórico, filosófico. Esta sospecha mía no es gratuita. En el capítulo 29 ("El nivel de nuestro radicalismo") de su libro fundamental, La idea de principio en Leibniz y la evolución de la teoría deductiva, se contiene una de las manifestaciones más sinceras, directas y sistemáticas de Ortega sobre su propio proyecto filosófico. Tras marcar muy claramente sus diferencias con la manía ontologizadora de Heidegger, escribía allí Ortega: "En 1925, yo enunciaba mi tema -algunos de mis discípulos podrían recordarlo- diciendo literalmente: primero, hay que renovar desde sus raíces el problema tradicional del ser; segundo, esto hay que hacerlo con el método fenomenológico en tanto y sólo en tanto significa un pensar sintético o intuitivo y no meramente conceptual-abstracto, como es el pensar lógico tradicional; tercero, pero es preciso integrar el método fenomenológico proporcionándole una dimensión de pensar sistemático, que, como es sabido, no posee; cuarto y último, para que sea posible un pensar fenomenológico sistemático hay que partir de un fenómeno que sea él por sí sistema. Este fenómeno sistemático es la vida humana, y de su intuición y análisis hay que partir".

Este es claramente el proyecto filosófico de Ortega al alcanzar su plena madurez. Supone una resuelta vuelta a la tradición metafisica como estudio de la realidad en cuanto tal realidad, pero con un giro decisivo: la vida es la realidad radical, en el sentido no de que sea la única o la más importante, sino de que en ella (en la vida) radican o arraigan todas las demás realidades. "La vida humana", escribió Ortega en Historia como sistema, "es una realidad extraña de la cual lo primero que conviene decir es que es la realidad radical, en el sentido de que a ella tenemos que referir todas las demás, ya que las demás realidades, efectivas o presuntas, tienen de uno u otro modo que aparecer en ella".

Es un planteamiento que trasciende tanto la tesis o actitud realista como la idealista. Inseparable de la (doctrina filosófica de Ortega es el perspectivismo: "Cada hombre tiene una misión de verdad. Donde está mi pupila no está otra: lo que de la realidad ve mi pupila no lo ve la otra. Somos insustituibles, somos necesarios".

Tras este exordio o preámbulo, quisiera plantear muy brevemente una cuestión que me parece del máximo interés y actualidad en este centenario orteguiano: ¿se han extraído del pensamienllo orteguiano todas -o al menos muchas- las consecuencias implícitas en el proyecto filosófico de Ortega? Pienso que las nuevas generaciones de filósofos españoles tienen ante sí un reto urgente: una lectura abierta y sin prejuicios de sus textos para una justa valoración de la obra orteguiana, para someterla a una discusión desapasionada que se aleje tanto de la apología acrítica como de la diatriba sectaria. Hay un libro muy interesante del norteamericano Philip W. Silver -Fenomenología y razón vital- en el que se apuntan atisbos renovadores para una relectura de Ortega. Repasando las orteguianas Meditaciones del Quijote he encontrado unos párrafos que me han conmovido especialmente: "Envolviendo a la cultura yace la bárbara, brutal, muda, ínsignificante realidad de las cosas. Es triste que tal se nos muestre, ¡pero qué le vamos a hacer!, es real, está ahí: de una manera terrible se basta a sí misma. Su fuerza y su significado único radican en su presencia. Recuerdos y promesas es la cultura, pasado irreversible, futuro soñado". Para mí y para infinidad de españoles nacidos después de la guerra civil, Ortega es esencialmente cultura, recuerdos y promesas, pasado irreversible y futuro sofiado.

Pedro Fernaud es periodista.

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