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El deterioro de las relaciones Moscú-Teherán constituye un fracaso estrepitoso de la política exterior del Kremlin

La ilegalización del partido comunista iraní (Tudeh) y la expulsión de Teherán de 18 funcionarios soviéticos muestran, a juicio de los observadores occidentales en Moscú, el estrepitoso fracaso de la política del Kremlin para con uno de sus más importantes vecinos del sur. Este fracaso viene a superponerse, además, a los ya registrados por la diplomacia de la URSS durante los últimos meses en otros países de Oriente Próximo.

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En los mismos círculos se comenta que nunca -ni tan siquiera durante la época del sha- las relaciones entre Teherán y Moscú habían sido tan malas. Así se culmina un proceso que se ha caracterizado por sus titubeos y que comenzó cuando, en el invierno de 1979, los revolucionarios islámicos lograron derribar el trono del pavo real.

La aniquilación del Tudeh y la expulsión masiva de funcionarios soviéticos son dos medidas de tanta gravedad, que hacen, además, difícil de prever un cercano proceso de recuperación de las relaciones entre la URSS e Irán.

Ayer noche, la agencia oficial Tass ofreció la primera repercusión a las medidas dictadas por el Gobierno de Teherán negando que los comunistas iraníes realizaran labores de espionaje a favor de la URSS. El Tudeh, afirmaba la Tass, "no proporcionó nunca a la Unión Soviética ningún secreto sobre la situación militar o política en Irán".

La agencia soviética hacía referencia a una campaña antisoviética de los persas y agregaba que los militantes del Tudeh no sólo no habían participado nunca en el poder sino que tan siquiera habían ocupado ninguna función relevante en los órganos políticos y administrativos de Irán, por lo que difícilmente podían tener acceso a secretos gubernamentales.

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Tass acusaba al actual Administración de Teherán de haber arrancado las confesiones de los dirigentes del Tudeh utilizando métodos propios de la policía secreta del sha.

Durante los últimos meses se vinieron produciendo determinados síntomas que hacían barruntar que Moscú había dado ya por imposible el mantenimiento de buenas relaciones con Teherán.

La antigua simpatía

Desde que triunfó la revolución islámica, el Kremlin había visto con indudable simpatía cómo de la noche a la mañana EE UU perdía toda la influencia que tenía en Irán. Comenzó un proceso de acercamiento, tratando de aumentar su comercio y sus relaciones políticas con ese país. En algunos círculos oficiales de la URSS se seguía el proceso revolucionario islámico con cierta reticencia e incluso algunos influyentes periodistas soviéticos comentaban en privado su carácter "reaccionario".

Pero fue desde principios de este año cuando comenzaron a precipitarse los acontecimientos: Moscú reanudó la venta de armas a Irak, que había suspendido a raíz del inicio de la guerra del Golfo. Posteriormente, el semanario Tiempos Nuevos atacaba abiertamente al clero persa, acusándole de haber monopolizado el poder en favor de la reacción.

Los programas que se emiten desde las repúblicas de Asia Central se sumaron más tarde a estas críticas. Con esta batalla verbal, el Kremlin parecía resignarse definitivamente a dejar de buscar un apoyo incondicional de ese país situado en su flanco sur. Más tade, los persas expulsaron al corresponsal de la agencia oficial soviética Tass, comenzaron a detener a los dirigentes del Tudeh, y, recientemente, ilegalizaron a ese partido y expulsaron a 18 funcionarios de la URSS detenidos en Irán.

La Prensa iraní de ayer destacó en grandes titulares la disolución del Partido Tudeh anunciada el día anterior por el Procurador General, Hussein Musavi Tabrizi, quien conversó con Jomeini sobre el tema, según informó AFP.

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