Alarmante anuncio de lo que puede ser 'la isidrada'
JOAQUIN VIDAL, Se caen los toros, lo sabíamos, y preocupa, pero ya no alarma. Lo que alarma ahora es que la plaza de Madrid sea tolerante ante cuestión tan esencial en la corrida. No es el público, que se indigna; son autoridad y veterinarios, o al menos eso parecia ayer, cuando tanto inválido asomaba por los chiqueros (lo que hace temer que el reconocimiento facultativo no fue acertado) y la presidencia permitía su lidia, a pesar de las protestas ruidosas del público. Constituyó un negativo preludio de lo que puede ser la isidrada, ya inminente, sobre la que existen sospechas de que se prepara una campaña para dar salida a este género.
La afición de Madrid tiene claro cómo debe ser el toro en su plaza, pero para quitarle la razón y desprestigiarla, dicen taurinos que lo exige disparatado, descomunal, elefantiásico, No es verdad: un toro como los Murube de ayer, nada aparatosos, le basta, y aún más reducido de caja le complacería. Por supuesto que la afición de Madrid no admite ganado sin trapío, pero menos aún el llamado "toro de Sevilla", al margen de su romana -que es dato irrelevante- pues se trata de material de desecho, ruina zootécnica, con la pata fláccida y la sangre edulcorada. Sin embargo, la campañita que dicen, intentará descalificar a la afición e imponer ese "toro de Sevilla", para disfrute de quienes mande el taurinismo, diversión de turistas e imperio del triunfalismo.
Plaza de Las Ventas
1 de mayo.Cinco toros de José Murabe, bien presentados, manejables,flojos. Cuarto, sobrero de Fernández Palacios, con trapío, cinqueño, manso, boyante.. Paco Alcalde. Media estocada tendida (silencio). Metisaca y media (silencio). El Bayas, que confirmó la alternativa. Estocada caída (petición y vuelta). Pinchazo y estocada (oreja protestada). Pedro Castillo, que confirmó la alternativa. Pinchazo, otro hondo perdiendo la muleta y descabello (silencio). Estocada corta atravesadísima y tres descabellos (silencio).
Unos veterinarios firmes en el ejercicio de su misión y una autoridad en su sitio impedirían que prosperaran tales propósitos; mas como ayer su actitud fue absolutamente contraria, la afición ya ha empezado a efectuar juicios barruntativos y a templar sus privilegiadas gargantas para que se oiga la enérgica protesta allá donde haga falta. Principalmente en el coso, por supuesto. Su libertad de expresión, que la Constitución le ampara, empezó a ejercerla desde que salió a dar tumbos el primer inválido de la tarde; es decir, precisamente el Murube que abría plaza. Muy duras frases dirigía la afición a la empresa, a los veterinarios y sobre todo al palco, sin éxito, y tarde adelante se le agotó el repertorio. Costaladas se pegaba uno de los toros, cuyas patas parecían de trapo, y una gran voz se oyó, que exclamaba en quejumbroso tono: "¡Señor presidente, que no se vea usted nunca como está ese toro!".
Ni por lástima, ni por agravio comparativo, ni por echar las barbas a remojar modificaba el presidente su permisividad, que unos achacaban a intención dolosa y otros a incompetencia. Y la corrida de inválidos seguía adelante, pesadísima, insufrible, estructurada en unos primeros tercios interminables, no porque los picadores tuvieran mucho que picar -antes al contrario- sino porque el funcionario del palco ordenaba la salida de esos picadores cuando le venía en gana, o se acordaba de hacerlo, y la fiesta era un recital de capotazos sin sentido por todo el redondel. Sólo a la altura del cuarto tullido, cuando éste ya había recibido tres agresiones, tres, por parte del fornido individuo del castoreño, al presidente le dio el regustillo de airear su autoridad, y sacó el pañuelo verde. Salieron los cabestros por una puerta, por la misma se coló el toro, y no sabríamos precisar si salimos ganando con el cambio: un toro lisiado por siete cabestros de la cáscara amarga, que estuvieron un rato largo retozando, a ver cuál de ellos era más gay. Difícil cuestión: todos cadereaban con igual desparpajo.
Hubo oreja, como no podía ser menos. El funcionario del palco se la regaló a El Bayas, que es un torero recio, serio, ortodoxo, con sereno valor y escaso arte. Hizo dos faenas decorosas, avaladas por el riesgo de unos toros cabeceantes cortos de embestida, que aceptó con gallardía. De las dos faenas resultó mejor la primera y, naturalmente, el presidente le premió la segunda. Paco Alcalde, padrino de alternativa por partida doble, le bailó la boyantía a su lote, y ya es sabido que en tauromaquia el baile no se premia. Pedro Castillo muleteó copuestito a un borrego sin emoción y pues su otro enemigo desarrolló sentido, le anduvo por la cara. Estos dos últimos coletudos banderillearon en pareja y en solitario, para nuestro mal. El preludio de la isidrada no tuvo autoridad, ni toro, ni tono. Es un precedente, y quizá tal era el objetivo.
Babelia
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