Triunfo clamoroso de Montserrat Caballé en el Teatro Real
Montserrat Caballé cantó anoche para el público madrileño en un recital patrocinado por doña Pilar de Borbón, duquesa de Badajoz y al que asistió la reina doña Sofía. El Teatro Real registró una excelente entrada, a pesar del precio considerable de las localidades.La Caballé cantó a las mil maravillas un repertorio variado, contando con la excelente colaboración del pianista Miguel Zanetti. Un programa de la Caballé, dada su naturaleza dramática, se diferencia de los habituales en las liederistas. Así, durante toda una parte interpretó fragmentos de óperas poco frecuentes de Cherubini, Bellini, Spontini y Rossini. Particularmente bello en su emoción melódica fue el aria de Bellini, autor que conviene perfectamente al color vocal y a la sensibilidad de Caballé quien, a continuación, lució todo su saber y su irresistible atractivo en un trozo de otro signo: el aria de Tancredo, de Rossini.
Recital de Montserrat Caballé
Pianista: Miguel ZanettiObras de Lotti, Vivaldi, Gasparini, Marcello, Cherubini, Bellini, Spontini, Rossini, Brahms y Vives Teatro Real, 26 de abril
Antes, en el grupo de barrocos italianos en los que anida el espíritu de lo que será el melodrama o la ópera romántica, la cantante había hecho prodigios en Vivaldi y Benedetto Marcello, en Antonio Lotti y Francesco Gasparini. El prodigio continuó en Brahíns, cinco de cuyos mejores lieders fueron desentrañados con singular hondura. Basta recordar el tenso y poético lirismo de Cada vez mi sueno se hace más silencioso, tema que coincide con el del segundo movimiento del concierto número 2 del mismo Brahms.
Para final, Amadeo Vives: el de las Canciones epigramáticas, el de Maruxa y Bohemios. Teatro en suma o, en cualquier caso, aliento dramático que cuando la ocasión lo demanda se torna delicadamente poético. El triunfo desbordó todo cálculo y Montserrat Caballé hubo de dar una y otra propina, entre ellas, el aria de Mefistófeles, de Arrigo Boito, interpretada de forma magistral. Junto a ella las canciones de Obradors o de Nieto y Jiménez, destacaron por su gracia elegante y popular.
Montserrat Caballé es una gran diva como se ha dicho muchas veces y está reconocido en todo el mundo. Incluso se ha insistido en que se trata de una diva al viejo estilo capaz de revivir un modelo que parecía imposible después de Maria Callas. Todo esto es verdad y mentira a la vez. Si entendemos como divismo una suprema jerarquía de valores líricos, Montserrat Caballé es sin duda diva entre las divas. Más por otra parte todo cuanto hace está puesto no al servicio del mero lucimiento personal sino al de unos conceptos musicales rigurosamente exigentes.
El arte de la Caballé es el arte de la serenidad; discurre holgadamente en el tiempo, amoroso del detalle y de la gran linea, del bello sonar y el precioso decir. Todos los intérpretes egregios triunfan desde el sosiego. Así la Caballé: creando ante nosotros la belleza de la materia y la de la frase, cuidando la prosodia y la dicción, explicando el contenido de cada canción y de cada aria. Es otra característica del arte de los grandes: su capacidad de explicarse y establecer así una comunicación con el auditorio racional y afectiva. La respuesta es, inevitablemente, la que se produjo anoche en el teatro de la plaza de Oriente: no ya el largo y unánime aplauso, sino la aclamación, el grito y el entusiasmo sin límites.
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