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LA LIDIA / FERIA DE SEVILLA

La plasta

Les recibieron por bulerías y les despidieron con pedorretas. Una multitud se había congregado para deleitarse con el arte y vió una plasta."¡Ese Paulita de durse"!, pregonaba un jerezano cuando aún había ilusión. Y luego, ese Paulita, de durse, metía la tripa, sacaba el trasportín y brincaba por allí. "¡Ay, mi Curro, que ésta es la última y no te soportamos más", suspiraba un trianero, pura sangre en su currismo.

Y Curro, mostrando la mirada lánguida a través de la lentilla, pegaba mantazos desde las lejanías. ¡Don Antonio, de les usted una lección a esos chuflas!", pedía un aficionado cabal, de los que llevan un resobado reglamento en el bolsillo, hasta para pasear a la parienta. Y don Antonio, que en el mundo es Antoñete, perdía los papeles, le entraba la fatiga, intentaba recordar para qué diantres se había acercado a Sevilla.

JOAQUIN VIDAL ENVIADO ESPECIAL, Sevilla

Plaza de Sevilla. 21 de abril. Sexta corrida de feria.Toros de Joaquín Barral, con trapío, fuerza y casta. Antoñete. Estocada corta (aplasusos y saludos). Media trasera (bronca). Curro Romero. Pinchazo y estocada caída (palmas y pitos). Pinchazo bajo, otro en el cuello, otro hondo, rueda de peones y dos descabellos (protestas). Rafael de Pada. Media delantera caída y dos descabellos (pitos). Dos pinchazos y media pescuecera (bronca). Los tres toreros fueron despedidos con almohadillazos.

Tres olvidadizos, tres, en la tarde de la expectación enorme, en el día que se había soñado hito en la feria y hasta en la historia de la tauromaquia. Se les debió olvidar hasta que iban vestidos de luces. Por el ruedo anduvieron, damos fe de ello; pero ganas no tenían, no. A un buen padre de familia numerosa le ponen ayer en el ruedo para sacar un complemento de jornal, y lo hace con más dignidad. Por lo menos habría dicho alguna vez "¡Je, toro!", o, en el peor de los casos, ¡Madre mía!".

Los del arte ni eso dijeron. No les salía la voz. Les pusieron delante, es cierto, una corrida de toros de las de verdad, con trapío, pitones, agallas, babas, bufido, mugido, perreo, escarveo y todo lo demás. Para decirlo de una vez: una corrida con problemas. Nadie pretendía, desde luego, que los tres del arte emularan a El Guerra, Frascuelo y El Desperdicios, pongamos por jabatos históricos del toreo, pero por lo menos un decoro se les podía pedir.

Cuando el toro bufaba por las antípodas, entonces sí; entonces se daban por el albero el aire que les complace. Don Antonio -Antoñete en el mundo- mechón blanco, distinguido andar de título, el gesto varonil y un poco altivo; mi Curro, mesío ("mecido", es la traducción), despezando los torrentes de fragancias que dice atesorar; ese Paulita de durse, cimbreante y juncal, cual conviene a su gitanería.

Los tres cargan un montón de años, pesan un montón de kilos, y debería darles reparo andar en público de tal guisa, pero habitualmente se les soporta porque por ahí, al parecer, les llega el arte.

No tenían su día. A Antoñete le salió un primer toro descarado de pitones, reservón y violento, al que mantuvo a raya -es decir, bien lejos-, lo mató pronto y escuchó los únicos aplausos de la tarde, porque para entonces la gente aún creía en los Reyes Magos.

A partir de ahí, el caos. Unos toros parecían nobles, como los primeros de Curro y Paula; otros broncos, como los segundos de Antofíete y Curro, otro ni se sabía qué era, porque Paula le hizo la danza del vientre a un tiro de piedra, y en estas circunstancias cómo iba a embestir el toro, ni bien ni mal. Y a los seis los trapacearon lo mismo.

No se caían los Barral. Les pegaron fuerte en varas y ni por eso se caían. Toros de casta, para lucirla precisaban toreros. Unos dominguillos repartidos por el albero o unos funcionarios liberados de ,incompatibilidad para ganarse un duro en la lidia, habrían dado mejor fiesta.

Les recibieron por bulerías y les despidieron con pedorretas. Y a almohadillazo limpio, ya se puede suponer. Los sectores m as agresivos coreaban ¡sinvergüenzas!- los más pacíficos comentaban en sibilante susurro que la corrida del, arte había sido una plasta.

Hubo en el tendido oradores; hubo un beodo en el albero, que se tiró de espontáneo y lo atrapó un peón antes de que pudiera llegar al toro (o a Curro, que no se sabe contra quién iba); un vendedor voceaba ¡cubanini, fantini, coquini!, para ofrecer su mercancía. De todo hubo menos toreros y arte. Plasta de tarde.

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