Monstruo sagrado

Un gran superviviente. Ser, nada más que a los 60 años, superviviente de una manera de hacer teatro significa. que las cosas van muy de prisa en este arte, en la velocidad de su cambio. Vittorio Gassman se mantiene dentro del teatro de lenguaje, de palabra, y dice que "el teatro pertenece al actor y no al director de escena": habría que añadir que es el teatro de protagonista, de gran figura. En tiempos se llamaba a estos actores monstruos sagrados, pero Gassman es un monstruo doméstico, aproximado al público, no enfático, sino simpático. Con una biografía de amor al teatro, probablemente en muchas ocasiones menos remunerador para él que el cine; teatro que ha llevado con una carpa a los lugares donde habitualmente no entraba, que sostiene con una escuela propia -La Bottega, de Florencia-, donde se enseña -dice él- libertad, algunos principios y mucho de locura".Toda la segunda parte del recital que da en Madrid es como un homenaje al teatro, una reflexión sobre el actor. Tiene el punto di partida, y algunas referencias, en un famoso acto de Chejov que en España se ha dado con varios nombres; el original es El canto del cisne: un viejo actor -68 años- que se ha dormido -junto a la botella- en el teatro y vacío.

Engarza en él Gassman algunos grandes fragmentos de Shakespeare -Otelo, Hamlet, Ricardo III- de forma que salta fácilmente del personaje de Chejov a la actuación de un gran actor y de ésta al coloquio acerca de su concepto del teatro.

La primera parte está compuesta por dos breves piezas, también muy repetidas: el Informe para una academia, de Kafka, y El hombre de la flor en la boca, de Pirandello. Del Informe queda aquí siempre el recuerdo de la interpretación magistral de José Luis Gómez. Gassman lo hace apoyándose mucho más -es su escuela- en el texto, en la palabra, que en la mímica y en la expresión corporal.

Mediterráneo, comunicativo, pero nunca exagerado, da a los textos todo su valor; a veces, más del que tienen intrínsecamente. Lástima de micrófono que se lleva consigo una gran parte de la voz y sus inflexiones, y se las lleva a un altavoz que, naturalmente, quita profundidad y relieve a la interpretación. Debe ser una necesidad, pero deja una sensación de frustración. Un artista de la voz no puede tener intermediarios electrónicos. Y es una contradicción con lo que él mismo defiende.

Como corresponde a un monstruo sagrado, el entusiasmo y el calor del público fueron crecientes hasta el final -que coronó con un bello poema de Alberti, recitado en italiano y en castellano-, como una prueba de que Gassman aún tiene razón y que un actor solo en un escenario basta para crear el teatro.